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Recuerdo
las torres gemelas
Jay Bildstein (traducción: Rosben Olivera
y Remedios Aguirre Sullivan)
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Hay
pocas veces cuando escribir provoca en mí el deseo de llorar.
Esta es una de esas veces. Soy un nativo de la Ciudad de Nueva York.
Por diez años el centro de mi existencia fue el World Trade
Center, globalmente conocido como las Torres Gemelas. Las torres han
desparecido. Más de tres mil personas de todas las nacionalidades,
razas y religiones murieron a causa de un acto barbárico e
indiscriminado de violencia atroz perpetrada contra gente dedicada
a ganarse la vida para alimentar a sus familias. Un número
importante de los desaparecidos el 11 de septiembre, 2001 eran mexicanos
que ese día se encontraban en la ciudad de Nueva York. Ellos
ahora se han ido, junto con gente de 80 países diferentes que
se habían congregado en esas torres con el propósito
de ser productivos.
No tengo una imagen ilusoria acerca de mi país. Soy un ciudadano
de los Estados Unidos de América. En ocasiones estoy muy orgulloso
de lo que hace la nación que me vio nacer, y en otras estoy
profundamente avergonzado de sus acciones, pero en este caso, les
escribo a todos ustedes no simplemente como un ciudadano de los Estados
Unidos, o como un neoyorquino según lo dicta mi nacimiento,
sino como un miembro de la comunidad que fue destruida hace dos años.
Si nunca habías conocido a alguien cuyo terruño fue
destruido por la violencia, ahora ya lo has hecho.
Por algunos años viví, literalmente, frente a las torres
gemelas, cruzando la calle, en un área conocida como Battery
Park City. Ahora y antes fue un enclave para la gente que trabajaba
en el área de Wall Street. Un vecindario hermoso lleno de gente
de todo el mundo. Con sus vistas del Puerto de Nueva York y la Estatua
de la Libertad era un lugar muy agradable para vivir. Me pregunto
cómo mis antiguos vecinos sobreviven cada día con ese
hoyo abierto, la pérdida del World Trade Center, grabado en
sus conciencias, no simplemente por su horrible destrucción
sino por su proximidad a sus moradas.
Se dice que la destrucción de las Torres Gemelas y los edificios
circundantes se equipara a aproximadamente 75 cuadras de una ciudad.
Esto tendría que ser el equivalente al área que ocupa
el centro de Xalapa. Para mí, la idea es tan inimaginable como
repugnante, pero sucedió en mi terruño, mi vecindario.
Han pasado dos años ya y no tengo las palabras adecuadas ni
he resuelto mis emociones. A decir verdad todavía estoy en
shock.
El año pasado, el 11 de septiembre, 2002, conduje un programa
de radio conmemorativo que duró 26 horas y se difundió
en la Internet, para hacer vigilia por los que habían caído
por la marea de violencia del año anterior. Tomó cinco
horas y 42 minutos leer los nombres de todas las personas que murieron
en las Torres el 11 de septiembre anterior. La conmemoración
era casi tan difícil como la horrible experiencia de ver a
gente inocente saltar de un edificio, condenados a la ruina por el
odio mal dirigido de unos pocos.
No tengo venganza ni odio en mi corazón, tengo en lugar de
ello, sólo tristeza por todas las personas en el mundo que
deben llevar la carga de la violencia indiscriminada. Creo que la
mayoría de las personas son buenas, y su raza, religión
o país de origen no me importa ni un comino. Me gustaría
ver paz en el mundo; no un ciclo interminable de violencia. Creo que
la conciencia social de la gente que ama la paz en todo el mundo,
necesita darse cuenta que los actos terroristas del 11 de septiembre
deben condenarse siempre. No se repara el dolor, ningún impacto
social positivo puede lograrse por medio de la violencia desconsiderada
y sin discriminación. Ninguno. Jamás.
El corazón de mi ciudad ha desaparecido, pero los corazones
de los sobrevivientes permanecen intactos, abiertos, con el pensamiento
activo y amando. Amigos, somos todo lo que tenemos. Nosotros, es decir
el uno para el otro como compañeros humanos. Podemos tener
apariencias diferentes, orar de manera distinta y hablar idiomas diferentes
pero esencialmente somos iguales. Nosotros, los hombres y las mujeres
del mundo tenemos una estancia breve en esta espiral de los mortales,
unos pocos segundos preciados frente a la eternidad para hacer algo
de valor. La violencia no es valiosa. El odio no es valioso. La destrucción
no es valiosa.
En este día, simplemente busco recordar mi vecindario, mi ciudad,
mi hogar como era cuando estaba intacto
antes de que su corazón
fuera arrancado de su pecho y fuera desintegrado.
Veo las caras de los hombres y mujeres dedicados yendo a trabajar
en el World Trade Center con la meta de ser productivos. Gente de
naciones lejanas coexistiendo y trabajando hombro con hombro para
beneficiar a sus familias y a la humanidad. Los recuerdo y siempre
lo haré. No permitiré que mi pena se transforme en odio
ciego. En lugar de esto, recordaré por siempre la ética
de mi aldea; que el ser productivo es el ideal más elevado
y que hacerlo con gente de diversas procedencias es un momento de
celebración trascendental. Miro hacia el futuro con grandes
esperanzas, al día en que en ese sitio, una vez más,
gente de todas las naciones se congregue con la meta de ser productivos.
Recuerdo las Torres Gemelas. Siempre lo haré. |
Fe
de erratas
En el número 119, página 16, de UniVerso,
el periódico de los universitarios, por un error imputable
a nuestra redacción apareció publicado un resumen
(editado) del texto original titulado Recuerdo las torres
gemelas. La traducción del artículo original
de Jay Bildstein, publicado en inglés (UniVerso 115)
fue remitida (completa) a nuestra redacción por Remedios
Aguirre Sullivan y Rosben L. Olivera. En tal virtud, este número
consigna la versión completa de la traducción
del artículo Recuerdo las torres gemelas. |
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