Año 3 • No. 121 • octubre 27 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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Feliz cumpleaños abuela:
aprender de nuestros mayores
Jay Bildstein (Traducción: Rosben Olivera)

No hay duda que Ann Ader, estando a punto de cumplir 101 años de edad es una persona extraordinaria que ha vivido por más de un siglo el trastorno social y el cambio tecnológico más grande que la humanidad haya confrontado jamás. Nacida Hankah Waldman, en el pueblo de Tarnobrzeg, cerca de Cracovia, Polonia, en lo que se conocía anteriormente como el Imperio Austro-Húngaro, la joven Hankah se enfrentó temprano con las dificultades de la vida, a la pérdida de su madre causada por la meningitis así como una multitud de brutalidades ocasionadas por la Primera Guerra Mundial.

Hankah emigró de Polonia a los Estados Unidos de América antes de la Segunda Guerra Mundial, donde empezó una nueva vida como Ann (el equivalente en inglés de su nombre polaco)… el nuevo mundo, un faro de esperanza para aquéllos que buscaban refugio de la represión y la desesperación que Europa representaba para tantos en esa época. Vino al nuevo mundo, una erudita con una educación clásica; hablaba, polaco, alemán, yiddish, hebreo y francés.

Al llegar al Continente Americano comenzó el trabajo duro para aprender el idioma de esa tierra, es decir el inglés. Cuando conocí a Ann Ader su inglés no sólo era excelente, sino que apenas mostraba un leve acento europeo, un sabor digno y fresco para la manera cáustica en que a menudo se habla el inglés en su adoptiva ciudad de Nueva York. La conocí como una persona fuerte tanto en su postura física así como en sus talentos, que incluían hablar de una forma amable, pero directa.

Al cumplir sus 101 años de edad este mes, la señora Ader ya no es el pilar de fuerza aparentemente sin edad, que alguna vez paleó nieve frente a su casa a los 80 y tantos, vestida en nada más abrigador que una bata delgada. Los estragos del mal de Parkinson la han dejado limitada a un universo mucho más reducido, mientras las cataratas que obstruyen sus hermosos ojos le impiden ver aún ese pequeño espacio. Sin embargo, no me cabe la menor duda que la bondad de su corazón y el poderoso intelecto de su cerebro aún continúan, aunque los signos de ello ahora parezcan más débiles que nunca.

La heroína de nuestro cuento nos enseña el valor del coraje, la persistencia y la valentía. Apartada de su tierra natal se esforzó mucho para aprender el idioma y las costumbres de su nuevo país. Esa es una lección especialmente notable para mí aquí en México, como extranjero que ve la necesidad de absorber las bondades lingüísticas y culturales que esta gran nación ofrece. A menudo busco a Ann como una guía, aún sin levantar el teléfono y hablar con ella. Las conversaciones por teléfono se han vuelto menos prácticas durante un tiempo, las vicisitudes de la enfermedad se han encargado de ello, pero aun así yo dialogo con ella mentalmente acerca de los desafíos que seguramente tenemos en común.

La señora Ader no es la única en mi templo de héroes, también están Irma, George y Ludwig. Esas tres almas esforzadas también sobrepasaron las fronteras de naciones y al hacerlo realizaron el duro trabajo de estudiar, en algunos sentidos académicamente, en muchas formas a través del uso práctico, el idioma, la manera y costumbres de su patria recientemente adoptada. Ann, George, Irma y Ludwig son mis abuelos. El tesoro precioso de su conocimiento colectivo ahora reside en mis recuerdos así como en los recuerdos del resto de mi familia.

Ann, la última sobreviviente de esos antepasados, ahora mantiene su postura digna, no a través de su antigua postura vertical ni de su discurso directo pero dulce, sino a través de su tenacidad pura y su manifiesto deseo de vivir. No hay necesidad de hacer mucho alarde. Digamos simplemente que ella es una inspiración.

El lugar preponderante y el respeto que se le da a la familia en la escala de valores de la cultura aquí en México me hacen confiar en que estas palabras que escribo no caerán en ojos ciegos ni oídos sordos. Nuestras familias y nuestros mayores en ellas son la medida más verdadera del conocimiento vivo; un banquete del que podemos tomar parte para nutrirnos frente a períodos inevitables de hambruna social y derrota intelectual.

Aquéllos que se han ido antes que uno, en muchos aspectos, han dejado para nosotros una vereda limpia, forzados a hacerlo debido a las circunstancias de tener que pisar por nuevas tierras, muchas veces sin un sendero. Nos incumbe entonces, honrar a nuestros ancianos buscando la fuente que es su sabiduría y beber de ella. Ignorar u olvidar lo que ellos han atravesado y consumado en su vida, sería malgastar un recurso precioso, una oportunidad para nosotros de aprender a través de su necesidad de ser intrépidos.

Nuestras familias nos proporcionan los árboles a los que debemos trepar para obtener una mejor perspectiva de nuestro mundo. Los mayores en nuestras familias nos dan las raíces inamovibles que mantienen nuestros pies en tierra firme en tiempos de duda existencial. Por todo eso y más doy gracias a mis abuelos. Feliz Cumpleaños abuela. A propósito, ¿Alguna vez les he contado acerca de mis padres?