Año 3 • No. 127 • enero 12 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


 Páginas Centrales

 
Información General

 Información Regional
 
 Date Vuelo

 Compromiso Social

 Arte Universitario

 Inter Nautas

 Halcones al Vuelo

 
Contraportada


 Números Anteriores


 Créditos

 
Diario de Cataluña
Las pieles del paisaje
Harmida Rubio Gutiérrez
“Hay cosas que no hablan, sólo contestan; por eso es muy importante saber interrogarlas”

Esto nos explicó el profesor de la materia Criterios de proyectación urbana, queriendo que entendiéramos cómo es la relación entre el lugar y el proyectista.
Entonces me puse a pensar en las interpretaciones del paisaje que frecuentemente hacemos y pensé que podríamos ver el paisaje natural como la piel, compuesta de todas sus capas: dermis, epidermis. Es decir, traduciendo: el suelo, el agua, los mantos freáticos, la capa vegetal, etcétera.

Y dentro de este contexto después me pregunté: ¿qué es la ciudad? ¿Qué es esa masa artificial que colocamos por encima de la piel de la tierra? ¿Será la ropa? ¿Será un tratamiento de construcción, reconstrucción o degeneración para esta piel?

Y una cuestión más: ¿Esta piel de quién es? ¿Por qué está cubierta de tal o cual forma?

Así, me puse a pensar: entonces, el tratamiento de esta piel o su degradación, depende de los ojos que la ven, de otras micropieles que la tocan, es decir, de nosotros, los humanos.

“Los paisajes de la fe son esos que por sí mismos están incompletos”. Esta es una cita del profesor de una nueva y apasionante asignatura: El paisaje contemporáneo. Él nos decía que, por ejemplo, en el desierto de Estados Unidos, una tribu autóctona asigna, a las montañas que separan el filo de la tierra y el cielo, allá en el horizonte, una lectura muy directa y unos signos totalmente involucrados con el cosmos. Es decir, ellos no comprenderían de la misma manera el firmamento sin esas montañas del desierto.

Los paisajes de la fe entonces son los que necesitan la traducción de aquel que los hace suyos. Por eso están incompletos por sí mismos.

Así, pues, hay de pieles a pieles, por eso cuando se interviene en el paisaje natural, además de tomar en cuenta las afectaciones al medio físico hay que saltar también a otras dos escalas: la emocional y la semántica.

Por estas dos cuestiones hay que tener cuidado cuando se tocan las pieles de la tierra, porque podemos estar interviniendo en su identidad; por eso tenemos que contar con los símbolos que nos da el entorno, y con las percepciones de nosotros mismos y de aquellos que son los propietarios (no los de las escrituras, sino los de las vivencias) de estos paisajes.

Este mismo profesor apuntaba que hay tres elementos que han estado siempre presentes en todas las interpretaciones del paisaje en muchísimas culturas: la muerte, el tiempo y el agua. Y de nuevo aparecen los símbolos. Estos dos elementos intangibles pero evidentemente directores de nuestra vida (muerte y tiempo), y el elemento físico que nos pega y nos despega de la tierra: el agua.

Estos tres elementos dirigidos a leer un paisaje quizás nos darían más para una poesía que para algún proyecto urbanístico o paisajista pero, de nueva cuenta, afirmo que muchas veces hay que poner a nuestra visión el cristal de la poesía, para entender mejor las cosas, para no hacer llagas en las pieles de la tierra, para sanearlas de las heridas que ya tienen, para poder conversar con el paisaje y lograr que nos conteste, cuando preguntamos y escuchamos nuestro eco, después de entender la poesía que esa piel tiene en sus huesos. Comentarios y sugerencias: harmida_rubio@hotmail.com