Año 3 • No. 132 • marzo 8 de 2004 Xalapa • Veracruz • México
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  Las aventuras de un violonchelo
Obra de Carlos Prieto
Jorge Vázquez Pacheco
Se trata de uno de esos casos sorprendentes en que el libro de un mexicano es reimpreso hasta en cinco ocasiones y que ha sido presentado en dos oportunidades por Ricardo Miranda, el doctor en musicología responsable de la Maestría en Música por la UV. Al ser presentado en el auditorio de la Facultad de Música el libro Las aventuras de un violonchelo; historias y memorias de Carlos Prieto, Miranda recordó que hace cuatro años se realizó lo mismo, en una edición de la Feria Internacional del Libro en la ciudad de Guadalajara, al lado del autor y de Álvaro Mutis, redactor del prólogo.

De este modo, Miranda se encontró con la satisfactoria oportunidad de volver a hablar de un logro que calificó de extraordinario y fascinante, incluso por tratarse del caso poco común de un instrumentista que aborda los terrenos de la musicología.

La charla de Prieto es amena, franca, abierta y extraordinariamente “sabrosa”, si algún término coloquial es necesario incluir para definir su oratoria. En la misma hizo hincapié en que pocos instrumentos históricos tienen una relación tan estrecha con Veracruz como el violonchelo Stradivarius que posee, que es conocido como El violonchelo rojo (recordemos que los instrumentos de gran valía tienen nombre propio), del cual dice “depositario”, mas no propietario y que le acompañó en la charla que nos ocupa.

La consideración de Prieto se centró básicamente en la tercera parte del libro mencionado, precisamente la que trata de la historia de su instrumento. Ésta resultó aderezada con comentarios chuscos y circunstancias que movían lo mismo al asombro que al festejo o la carcajada por parte de los asistentes.

Mencionó que fue construido en el año de 1720 en Cremona y que de allí pasó al puerto de Cádiz, donde el sacerdote José Sáenz de Santa María, marqués de Valde Iñigo, presidía una hermandad entregada a la celebración de los llamados “Días santos” en un oratorio llamado Santa Cueva ubicado junto a la parroquia de El Rosario.
La primera obra importante interpretada por este violonchelo fue Las siete palabras de Cristo del austriaco Franz Joseph Haydn, en el año de 787, en la Santa Cueva y con los auspicios de la hermandad que encabezaba el clérigo citado.

El dato curioso es que el padre Santa María de Valde Iñigo no era ni español ni austriaco o italiano... era veracruzano.

El instrumento anduvo después en Irlanda, Inglaterra, Alemania, Suiza, Estados Unidos y, finalmente, México. Pasó por varios propietarios e innumerables vicisitudes,
y muchas de éstas resultaron en verdaderas amenazas que pudieron desembocar en su desaparición o, peor aún, en su completa destrucción. “Bien podríamos estar hablando ahora de la vida y muerte de un violonchelo, en lugar de sus aventuras”, comentó el maestro, quien por cierto es padre del actual titular de la Orquesta Sinfónica de Xalapa.

Recordó que el instrumento estuvo en manos de Francesco Mendelssohn, descendiente del ilustre músico alemán, durante la época del nazismo. Los Mendelssohn fueron judíos y eso generó muchas amenazas de decomiso por parte del Tercer Reich, cuyos funcionarios acostumbraban el despojo de sus obras de arte a los semitas. Francesco pudo sacar el violonchelo hacia Suiza montado en una vieja bicicleta y con el instrumento metido en un feo costal. Prieto mencionó que años más tarde, ubicado Francesco en San Antonio, Texas, como violonchelista de fila de la orquesta de aquella ciudad, se aficionó demasiado a la bebida y en una ocasión dejó olvidado el estuche con el instrumento sobre la banqueta de la calle y junto a los depósitos de basura. Pasó el camión de la limpia y la providencial aparición de una mujer de quien se desconoce todo, incluso el nombre, impidió que el violonchelo fuera compactado con la basura en el interior del camión y convertido en astillas.

Por último, comentó acerca de las dificultades para que el instrumento viaje en avión, la necesidad de comprarle boleto y asignarle asiento propio, y hasta darle un nombre que permite al instrumento obtener descuentos por acumulación de millas de vuelo y, en función de sus numerosos años, precio especial para viajeros de la tercera edad. El célebre e histórico Violonchelo rojo se llama ahora “Chelo Prieto”, gracias a la feliz ocurrencia de la esposa del maestro. Con ese nombre viaja por el mundo y hasta ha sido protagonistas de escenas tan confusas como chuscas, como cuando en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas los miembros de la guardia portuaria no permitían el despegue de un vuelo porque faltaba un pasajero, que para colmo de males era extranjero. Sólo se permitió la salida del avión cuando el maestro mexicano mostró a los miembros de la guardia que Chelo Prieto se encontraba a bordo, iba bien atado a su asiento y dispuesto a emprender el viaje.

Hacia la parte final de este acontecimiento y como un generoso obsequio a los asistentes a la presentación de su libro, Carlos Prieto interpretó en su Chelo Prieto cuatro movimientos de la Suite número 3 de Johann Sebastian Bach y el Allegro molto vivace de la Sonata de Kodály.