Año 3 • No. 134 • marzo 22 de 2004
Xalapa • Veracruz • México
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Roberto Ortiz Escobar
La Universidad Veracruzana continúa en el Aula Clavijero, de Juárez 55, con el ciclo Cine Mexicano Reciente, integrado por 10 películas realizadas en los últimos dos lustros. Buena oportunidad para observar las inquietudes temáticas y las vertientes genéricas desarrolladas con mayor o menor fortuna por nuestros cineastas nacionales.

El día de hoy se exhibe una de las cintas que proyectó internacionalmente a
Alejandro González Iñárritu y que lo condecoró con el premio del Festival de Cannes, hablamos de su ópera prima Amores perros (México, 2000), buen experimento de tres historias cruzadas cuyos tratamientos narrativos difieren entre sí.

La violencia de sus imágenes y la muy dinámica edición impiden el descanso visual del espectador, es un intento creativo de lograr un fresco tortuoso de la cotidianidad vivida en la ciudad de México. La crueldad y la ignominia brotan a cada instante en personajes y situaciones que abortan ya no digamos las más nobles aspiraciones humanas, sino la mínima posibilidad del respiro momentáneo.

Tres amores en conflicto: amores necios como el del adolescente Octavio empeñado en arrebatar a su frustrado hermano su esposa; amores apasionados que desdeñan la tranquilidad y el compromiso matrimonial para gozar a plenitud con una super modelo suculenta, reducida a despojo humano en un santiamén; amores filiales, cuya condición teporochera se limita a la mirada vouyerista de su hija, quien supone muerto a su progenitor.

Tres visiones que nos acercan a la fragilidad humana y su repentino viraje cuando los acontecimientos trastocan vivencias específicas y cambian el sentido. Tres reflexiones acerca del amor y la familia en su imposible encuentro con la buenaventura.

A cuatro años de distancia y a la vista de 21 gramos –la más reciente cinta de Iñárritu–, hay que considerar primero el gran impacto que nos produjo la primera visión de Amores perros y observar ahora con objetividad el trabajo desigual entre una historia y otra (la primera, interpretada por Gael García y Vanesa Bauche, sigue siendo la más sólida). Por otra parte, no obstante su pericia técnica, hay que evaluar esa obsesión de Iñárritu de fragmentar al máximo la continuidad de las imágenes, lo cual genera no propiamente la nausea existencial, sino tal vez, la saturación gratuita. Para comentarios, favor de escribir al correo: roeamarcord@yahoo.com.mx