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El teatro universitario
Roberto Benítez Contreras |
Hace
unos días con el motivo de festejar el Día Mundial del
Teatro, se organizó, entre otros eventos, una mesa redonda
a propósito del Teatro Universitario, a la que tuve el honor
de ser invitado. Por diferentes motivos no pude asistir, pero la reflexión
sobre el tema resulta inevitable.
Habría que decir en principio que las palabras teatro universitario,
hoy en día ya no poseen el mismo sentido que lo tuvieron en
otros tiempos, cuando se enarbolaron como emblema de una postura artística
contraria al denominado teatro comercial. Así, el teatro universitario
pintaba
su raya y definía muy claramente sus objetivos, muy lejos
de las pretensiones monetarias del teatro comercial.
Significaba una traición o una derrota, después de haber
estudiado actuación en recintos universitarios, terminar engordando
las filas del teatro comercial, cuya intención prioritaria
era hacer dinero (¡guácala, qué desprestigio!).
Sin embargo, con el derrumbe de las utopías y la llegada en
pleno de la globalización, esta postura se replegó hasta
casi desaparecer, el discurso cambió y se creó la necesidad
de adaptación; es decir: renovarse o morir, ya que no había
cabida para mantener productos que no dejaran ganancias económicas,
o dentro de las instituciones por lo menos ganancias estadísticas
que justificaran su existencia.
Así pues, dejó de verse mal a los jóvenes que
aspirando al cine o la televisión, tomaran al teatro como trampolín
para llegar a donde realmente querían llegar. Los límites
se comenzaron a desvanecer y el compromiso con lo artístico
pasó a un segundo o tercer plano. Porque, vamos a ver, en el
terreno económico ¿qué cosa tiene que hacer el
teatro? Es claro que a todas luces es un mal negocio, una insensata
decisión que sólo lleva al fracaso.
¿Esto sucede porque el teatro no tiene un valor? Desde luego
que lo tiene, pero éste no es económico sino artístico.
El teatro, dada su naturaleza, no es un producto que se pueda almacenar
para su consumo posterior, es inevitablemente efímero, sólo
sucede en un instante y nada más (a diferencia del cine y de
la literatura, por ejemplo). Por lo tanto, el teatro no permite la
enajenación económica, y si así lo hace, simplemente
se prostituye. ¿Qué nos queda ante este crudo panorama,
donde el gusto del público se centra en formas rupestres? Como
muestra, el non plus ultra musical del momento: Mesa que más
aplauda, mesa que más aplauda le mando a la niña, zas,
zas, zas
Según mi parecer es necesario apostar por un teatro artístico.
Sí, ese tan escaso en nuestros días, comprometido con
principios éticos y estéticos y no con los valores del
mercado. Pero nada más difícil en la realidad.
Aquí es donde radica la importancia de la universidad, como
espacio que debiera permitir el desarrollo de este saber artístico,
generador de conocimientos tan válidos como los científicos.
Hoy, quizá más que nunca, debiéramos apostarle
a lo artístico, oponiéndonos firmemente al simulacro
y al empirismo. Es necesario un crecimiento y esto no lo genera sólo
el transcurrir del tiempo y la continua repetición de puesta
tras puesta, lo genera la conciencia, la crítica y la autocrítica
de nuestro trabajo.
Desde otra perspectiva, ¿a quién y a qué poner
la etiqueta de teatro universitario? Sin duda, en el más amplio
sentido, a todos aquellos que estamos dentro de una universidad y
hacemos teatro. Sin más, aquí se acabaría la
discusión y nos vamos.
Pero creo que vale la pena reflexionar sobre el sentido de lo que
hacemos y en esta medida saber si lo estamos haciendo bien o no.
Veo en el teatro universitario en esta ciudad, por lo menos tres territorios
muy definidos: uno, el de los profesionales del teatro, es decir la
Compañía Titular de Teatro; dos: personas que pretenden
alcanzar una profesionalización aquí se encuentran
los alumnos de la Facultad de Teatro, y tres: personas que,
aunque aspiran a una profesión o actividad diferente a la teatral,
hacen teatro, esto es todos los aficionados que participan en los
diferentes talleres que ofrece la universidad.
Obvio es encontrar propuestas distintas en cada uno de estos territorios.
Si bien son innegables estas fronteras imaginarias en el ámbito
del teatro universitario, lo cierto es que el teatro es o no es, se
da o no se da. Más allá de las etiquetas, más
allá de buenas voluntades. Y lo cierto también es que
cada vez hay menos teatro, este extraordinario suceso, por lo que
tendría sentido reflexionar cada cual desde su trinchera, ¿cuáles
son los fundamentos de su propia práctica teatral?, ¿qué
comunican?, ¿es necesario?, ¿lo hace honestamente y
de la mejor manera?
En un contexto caótico como en el que nos encontramos, la búsqueda
de estos fundamentos, los cuales conceden dignidad a la profesión
y el respeto del público, es lo único que podría
salvarnos de ser un producto más de consumo que se desecha
cada día.
El teatro en cuanto arte, y por tal revelador de la naturaleza humana,
es el que considero vale la pena encontrar, independientemente de
las etiquetas y del sujeto que lo realice. |
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