Año 3 • No. 135 • marzo 29 de 2004 Xalapa • Veracruz • México
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Alexander Von Humboldt:
Los climas opuestos de Veracruz
(Cuarta y última parte)
5. El vómito prieto
Nos queda por tratar, al fin de este capitulo, de la epidemia que reina en las costas orientales de la Nueva España, y que durante una gran parte del año, no sólo entorpece el comercio con la Europa, sino también las comunicaciones entre la parte litoral y la Mesa de Anáhuac. El puerto de Veracruz se considera como el asiento principal de la fiebre amarilla, vomito prieto o negro.

Millares de europeos de los que tocan las costas de México en la época de los grandes calores, perecen víctimas de esta cruel epidemia.
En las costas de México se observa una íntima correspondencia entre el curso de las
 enfermedades y las variaciones de la temperatura en la atmósfera. En Veracruz no se conocen más de dos estaciones, la de los nortes, desde el equinoccio de otoño hasta el de la primavera, y la de las brisas o vientos. S. E., que soplan con bastante regularidad desde marzo hasta septiembre. El mes de enero es el más frío del año, porque es el más distante de las dos épocas en que el sol pasa por el cenit de Veracruz. Generalmente el vómito no empieza a hacer sus estragos en esta ciudad hasta que la temperatura media de los meses llega a los 24° del termómetro centígrado. En diciembre, enero y febrero el calor baja de este límite, y por eso raras veces deja de desaparecer enteramente la fiebre amarilla en esta estación, en la cual muchas veces hace un frío bastante vivo. Los calores fuertes empiezan en marzo, y con ellos la plaga de la epidemia. Aunque mayo es más caliente que septiembre y octubre, con todo en estos dos últimos meses hace el vómito más estragos, pues en todas las epidemias se necesita algún tiempo para que el germen se desarrolle con todo su vigor; y las lluvias que duran desde junio hasta septiembre influyen indudablemente en la producción de los miasmas que se forman en los alrededores de Veracruz.

La entrada y salida de la estación de las lluvias son las épocas que más amedrentan bajo los trópicos, porque la grande humedad detiene casi tanto como la gran sequía los progresos de la putrefacción de las substancias vegetales y animales que están amontonadas en los parajes cenagosos. En Veracruz llueve anualmente más de 1,870 milímetros de agua; sólo en el mes de julio del año de 1803, un exacto observador, el señor Constanzó, coronel de ingenieros, ha recogido más de 380 milímetros, que es sólo un tercio menos de la que se recoge en Londres en todo un año. En la evaporación de las aguas de lluvia es donde es menester buscar la causa por la que el calórico no está más acumulado en el aire en la época del segundo paso del sol por el cenit de Veracruz, que en la del primero. Los europeos, que temen perecer de la epidemia del vómito, consideran como felicísimos los años en que el viento del Norte sopla con fuerza hasta marzo, y empieza luego a hacerse sentir desde septiembre. Para justificar la influencia de la temperatura en los progresos de la fiebre amarilla, examiné, mientras estuve en Veracruz, con el mayor cuidado unos estados de más de 21,000 observaciones que ha hecho ahí el capitán del puerto, don Bernardo de Orta, durante los catorce años anteriores al de 1803. Los termómetros de este infatigable observador los comparé con los que me han servido en toda mi expedición.

En el estado siguiente presento las temperaturas medias de los meses, deducidas en los estados meteorológicos del señor Orta, y he añadido el número de enfermos que en 1803 murieron de la fiebre amarilla en el hospital de San Sebastián. Bien hubiera deseado conocer el estado de los demás hospitales, principalmente del de San Juan de Dios. Los sujetos instruidos que habitan Veracruz podrán con el tiempo acabar el cuadro que no he hecho más que bosquejar. Sólo he señalado los individuos en quienes no quedó la menor duda acerca del género de su enfermedad, a causa de los frecuentes vómitos de materias negras. Como en 1803 el concurso de extranjeros ha sido uniforme en todas las estaciones del año, el número de enfermos designa bastante bien los progresos de aquella epidemia. El mismo estado presenta las variaciones de los climas de México y París, cuya temperatura media hace una singular contraposición con la de las costas orientales de la Nueva España. En Roma, Nápoles, Cádiz, Sevilla y Málaga, el calor medio del mes de agosto pasa de 24°, y por consiguiente difiere muy poco del de Veracruz.

Habría añadido a este estado el curso del termómetro en Filadelfia, y el número de individuos que han muerto en aquella ciudad cada mes de la fiebre amarilla, si hubiese podido proporcionarme observaciones útiles para dar la temperatura media de los diferentes meses del año de 1803. En los climas templados, los resultados sacados de las mayores elevaciones a que ha llegado el termómetro en ciertas épocas nada nos enseñan sobre las temperaturas medias. Esta observación, que es muy sencilla y antiquísima, parece que ha pasado por alto al gran número de médicos que han discutido el problema de si las últimas epidemias de España han provenido de calores que podrían considerarse como extraordinarios en la Europa Austral. En muchas obras se ha afirmado que en el año de 1790 hubo dos grados más de calor que en 1799 y 1800, porque, en estos últimos años, el termómetro no había subido en Cádiz más que a 28° y 30°.5, mientras que en 1790 llegó a 32°. Las excelentes observaciones meteorológicas del caballero Chacón, que publicó el señor Aréjula, podrán ilustrar en extremo sobre esta importante materia, tomándose el trabajo de deducir el término medio de los meses. No podrá la medicina recibir auxilio de la física sino en cuanto llegue a adoptar un método exacto para examinar la influencia del calor, de la humedad y de la tensión eléctrica del aire en los progresos de las enfermedades.

Acabamos de delinear el curso que sigue comúnmente la fiebre amarilla en Veracruz; hemos visto que unos años con otros cesa la epidemia cuando al empezar las tempestades del Norte, la temperatura media del mes baja a menos de 24°. No hay duda en que los fenómenos están sujetos a leyes inmutables; pero tenemos tan poco conocimiento del conjunto de condiciones con que empiezan a desordenarse las funciones de los órganos, que los fenómenos patológicos se nos presentan sucesivamente con las irregularidades más extrañas a nuestro parecer. Cuando en Veracruz el vómito empieza en verano con mucha violencia, dura todo el invierno; la disminución de la temperatura debilita el mal, pero no consigue el extinguirlo enteramente. El año de 1803 en que la mortandad no fue de mucha consideración, ofrece un ejemplo admirable de este género. Por el estado que más arriba hemos dado, se ve que cada mes hubo algunos individuos atacados del vómito; pero también durante el invierno de 1803, Veracruz se resintió todavía de la epidemia que había reinado el verano precedente con una violencia extraordinaria. Como el vómito no fue muy frecuente durante el verano de 1803, cesó enteramente la enfermedad a principios del año de 1804. Cuando Bonpland y yo bajamos de Xalapa a Veracruz a últimos de febrero, la ciudad no tenía ningún enfermo de la fiebre amarilla; y pocos días después, en una estación en que el viento del Norte todavía soplaba impetuosamente y el termómetro no llegaba a 19°, el señor Comoto nos condujo al hospital de San Sebastián a la cama de un moribundo, el cual era una arriero mestizo mexicano muy moreno, que viniendo de la Mesa de Perote, le había atacado el vómito al atravesar el llano que separa a la Antigua de Veracruz.

Cerca de Veracruz, la hacienda del Encero, que he hallado estar a 928 metros de altura sobre el nivel del Océano, es el límite superior del vomito. Ya hemos observado antes que los robles mexicanos sólo llegan hasta aquel punto, no pudiendo vegetar en el calor que basta para desarrollar el germen de la fiebre amarilla. Los individuos que han nacido y se han criado en Veracruz no están sujetos a esta enfermedad; lo propio sucede con los habitantes de La Habana que no han salido de su patria; pero sucede que a varios comerciantes nacidos en la isla de Cuba, y que la habitan desde muchos años, les ataca el vómito prieto cuando sus negocios les precisan pasar por Veracruz en los meses de agosto y septiembre, en que la epidemia reina con su mayor fuerza. Asimismo se ha visto que algunos españoles americanos, naturales de Veracruz, han perecido victimas del vómito en La Habana, la Jamaica o en los Estados Unidos. No hay duda que estos hechos son muy notables, considerándoseles bajo el aspecto de las modificaciones que presentan la irritabilidad de los órganos. A pesar de la grande analogía que hay entre el clima de Veracruz y el de la isla de Cuba, el habitante de la costa mexicana, insensible a los miasmas que contiene el aire de su país nativo, sucumbe a las causas excitativas y patogénicas que obran sobre el en la Jamaica o en La Habana. Es probable que, en el mismo paralelo, sean casi idénticas las emanaciones gaseosas que producen las mismas enfermedades; pero con todo eso, una ligera diferencia es bastante para desordenar las funciones vitales y determinar aquella serie particular de fenómenos que caracterizan a la fiebre amarilla.

La mayor parte de los europeos recién desembarcados, durante su estancia en Veracruz sienten los primeros síntomas del vómito, el cual se anuncia por un dolor en la región lumbar, por el color amarillento de la conjuntiva o túnica exterior del ojo y por algunas señales de congestión hacia la cabeza. En varios individuos no se declara la enfermedad hasta que llegan a Jalapa, o en las montañas de la Pileta, en la región de los pinos y robles, a 1,600 o 1,800 metros sobre el nivel del Océano. Los que han vivido mucho tiempo en Jalapa creen adivinar, al ver la cara de los viajeros que suben de las costas a la Mesa Interior, si llevan ya consigo, sin advertirlo ellos mismo, el germen de la enfermedad. El abatimiento del animo y el miedo aumenta la predisposición de los órganos para recibir la impresión de los miasmas; y esas mismas causas hacen más violentos los primeros ataques de la fiebre amarilla, cuando se anuncia imprudentemente al enfermo el peligro en que se halla.

Como un calor excesivo aumenta la acción del sistema bilioso, el uso de la nieve necesariamente ha de ser muy saludable en la zona tórrida. Se han establecido postas para llevar la nieve con la mayor celeridad a lomo de la falda del volcán de Orizaba al puerto de Veracruz. El camino que corre la posta de nieve, es de veintiocho leguas. Los indios escogen los pedazos de nieve que están mezclados con granizos conglutinados. Por una antigua costumbre cubren estas masas con yerba seca y algunas veces con ceniza, sustancias ambas que es bien sabido son malos conductores del calórico. Aunque los mulos, así cargados, van de Orizaba a Veracruz a trote largo, se derrite más de la mitad de la nieve en el camino, pues en verano la temperatura de la atmósfera constantemente se sostiene a 29° o 30° del termómetro centígrado. A pesar de estos obstáculos los habitantes de la costa pueden diariamente procurarse helados y agua de nieve. Este beneficio que no se disfruta en las islas Antillas, Cartagena y Panamá, es preciosísimo para una ciudad concurrida habitualmente de europeos y habitantes de la Mesa Central de Nueva España.

He examinado en los registros meteorológicos del señor Orta, mes por mes, la temperatura del año de 1794, y lejos de ser más elevada, ha sido menor que la de los años precedentes.