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Alexander
Von Humboldt:
Los climas opuestos de Veracruz
(Cuarta y última parte)
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5.
El vómito prieto
Nos queda por tratar, al fin de este capitulo, de la epidemia que
reina en las costas orientales de la Nueva España, y que durante
una gran parte del año, no sólo entorpece el comercio
con la Europa, sino también las comunicaciones entre la parte
litoral y la Mesa de Anáhuac. El puerto de Veracruz se considera
como el asiento principal de la fiebre amarilla, vomito prieto o negro.
Millares de europeos de los que tocan las costas de México
en la época de los grandes calores, perecen víctimas
de esta cruel epidemia.
En las costas de México se observa una íntima correspondencia
entre el curso de las
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enfermedades
y las variaciones de la temperatura en la atmósfera. En Veracruz
no se conocen más de dos estaciones, la de los nortes, desde
el equinoccio de otoño hasta el de la primavera, y la de las
brisas o vientos. S. E., que soplan con bastante regularidad desde
marzo hasta septiembre. El mes de enero es el más frío
del año, porque es el más distante de las dos épocas
en que el sol pasa por el cenit de Veracruz. Generalmente el vómito
no empieza a hacer sus estragos en esta ciudad hasta que la temperatura
media de los meses llega a los 24° del termómetro centígrado.
En diciembre, enero y febrero el calor baja de este límite,
y por eso raras veces deja de desaparecer enteramente la fiebre amarilla
en esta estación, en la cual muchas veces hace un frío
bastante vivo. Los calores fuertes empiezan en marzo, y con ellos
la plaga de la epidemia. Aunque mayo es más caliente que septiembre
y octubre, con todo en estos dos últimos meses hace el vómito
más estragos, pues en todas las epidemias se necesita algún
tiempo para que el germen se desarrolle con todo su vigor; y las lluvias
que duran desde junio hasta septiembre influyen indudablemente en
la producción de los miasmas que se forman en los alrededores
de Veracruz.
La entrada y salida de la estación de las lluvias son las épocas
que más amedrentan bajo los trópicos, porque la grande
humedad detiene casi tanto como la gran sequía los progresos
de la putrefacción de las substancias vegetales y animales
que están amontonadas en los parajes cenagosos. En Veracruz
llueve anualmente más de 1,870 milímetros de agua; sólo
en el mes de julio del año de 1803, un exacto observador, el
señor Constanzó, coronel de ingenieros, ha recogido
más de 380 milímetros, que es sólo un tercio
menos de la que se recoge en Londres en todo un año. En la
evaporación de las aguas de lluvia es donde es menester buscar
la causa por la que el calórico no está más acumulado
en el aire en la época del segundo paso del sol por el cenit
de Veracruz, que en la del primero. Los europeos, que temen perecer
de la epidemia del vómito, consideran como felicísimos
los años en que el viento del Norte sopla con fuerza hasta
marzo, y empieza luego a hacerse sentir desde septiembre. Para justificar
la influencia de la temperatura en los progresos de la fiebre amarilla,
examiné, mientras estuve en Veracruz, con el mayor cuidado
unos estados de más de 21,000 observaciones que ha hecho ahí
el capitán del puerto, don Bernardo de Orta, durante los catorce
años anteriores al de 1803. Los termómetros de este
infatigable observador los comparé con los que me han servido
en toda mi expedición.
En el estado siguiente presento las temperaturas medias de los meses,
deducidas en los estados meteorológicos del señor Orta,
y he añadido el número de enfermos que en 1803 murieron
de la fiebre amarilla en el hospital de San Sebastián. Bien
hubiera deseado conocer el estado de los demás hospitales,
principalmente del de San Juan de Dios. Los sujetos instruidos que
habitan Veracruz podrán con el tiempo acabar el cuadro que
no he hecho más que bosquejar. Sólo he señalado
los individuos en quienes no quedó la menor duda acerca del
género de su enfermedad, a causa de los frecuentes vómitos
de materias negras. Como en 1803 el concurso de extranjeros ha sido
uniforme en todas las estaciones del año, el número
de enfermos designa bastante bien los progresos de aquella epidemia.
El mismo estado presenta las variaciones de los climas de México
y París, cuya temperatura media hace una singular contraposición
con la de las costas orientales de la Nueva España. En Roma,
Nápoles, Cádiz, Sevilla y Málaga, el calor medio
del mes de agosto pasa de 24°, y por consiguiente difiere muy
poco del de Veracruz.
Habría añadido a este estado el curso del termómetro
en Filadelfia, y el número de individuos que han muerto en
aquella ciudad cada mes de la fiebre amarilla, si hubiese podido proporcionarme
observaciones útiles para dar la temperatura media de los diferentes
meses del año de 1803. En los climas templados, los resultados
sacados de las mayores elevaciones a que ha llegado el termómetro
en ciertas épocas nada nos enseñan sobre las temperaturas
medias. Esta observación, que es muy sencilla y antiquísima,
parece que ha pasado por alto al gran número de médicos
que han discutido el problema de si las últimas epidemias de
España han provenido de calores que podrían considerarse
como extraordinarios en la Europa Austral. En muchas obras se ha afirmado
que en el año de 1790 hubo dos grados más de calor que
en 1799 y 1800, porque, en estos últimos años, el termómetro
no había subido en Cádiz más que a 28° y
30°.5, mientras que en 1790 llegó a 32°. Las excelentes
observaciones meteorológicas del caballero Chacón, que
publicó el señor Aréjula, podrán ilustrar
en extremo sobre esta importante materia, tomándose el trabajo
de deducir el término medio de los meses. No podrá la
medicina recibir auxilio de la física sino en cuanto llegue
a adoptar un método exacto para examinar la influencia del
calor, de la humedad y de la tensión eléctrica del aire
en los progresos de las enfermedades.
Acabamos de delinear el curso que sigue comúnmente la fiebre
amarilla en Veracruz; hemos visto que unos años con otros cesa
la epidemia cuando al empezar las tempestades del Norte, la temperatura
media del mes baja a menos de 24°. No hay duda en que los fenómenos
están sujetos a leyes inmutables; pero tenemos tan poco conocimiento
del conjunto de condiciones con que empiezan a desordenarse las funciones
de los órganos, que los fenómenos patológicos
se nos presentan sucesivamente con las irregularidades más
extrañas a nuestro parecer. Cuando en Veracruz el vómito
empieza en verano con mucha violencia, dura todo el invierno; la disminución
de la temperatura debilita el mal, pero no consigue el extinguirlo
enteramente. El año de 1803 en que la mortandad no fue de mucha
consideración, ofrece un ejemplo admirable de este género.
Por el estado que más arriba hemos dado, se ve que cada mes
hubo algunos individuos atacados del vómito; pero también
durante el invierno de 1803, Veracruz se resintió todavía
de la epidemia que había reinado el verano precedente con una
violencia extraordinaria. Como el vómito no fue muy frecuente
durante el verano de 1803, cesó enteramente la enfermedad a
principios del año de 1804. Cuando Bonpland y yo bajamos de
Xalapa a Veracruz a últimos de febrero, la ciudad no tenía
ningún enfermo de la fiebre amarilla; y pocos días después,
en una estación en que el viento del Norte todavía soplaba
impetuosamente y el termómetro no llegaba a 19°, el señor
Comoto nos condujo al hospital de San Sebastián a la cama de
un moribundo, el cual era una arriero mestizo mexicano muy moreno,
que viniendo de la Mesa de Perote, le había atacado el vómito
al atravesar el llano que separa a la Antigua de Veracruz.
Cerca de Veracruz, la hacienda del Encero, que he hallado estar a
928 metros de altura sobre el nivel del Océano, es el límite
superior del vomito. Ya hemos observado antes que los robles mexicanos
sólo llegan hasta aquel punto, no pudiendo vegetar en el calor
que basta para desarrollar el germen de la fiebre amarilla. Los individuos
que han nacido y se han criado en Veracruz no están sujetos
a esta enfermedad; lo propio sucede con los habitantes de La Habana
que no han salido de su patria; pero sucede que a varios comerciantes
nacidos en la isla de Cuba, y que la habitan desde muchos años,
les ataca el vómito prieto cuando sus negocios les precisan
pasar por Veracruz en los meses de agosto y septiembre, en que la
epidemia reina con su mayor fuerza. Asimismo se ha visto que algunos
españoles americanos, naturales de Veracruz, han perecido victimas
del vómito en La Habana, la Jamaica o en los Estados Unidos.
No hay duda que estos hechos son muy notables, considerándoseles
bajo el aspecto de las modificaciones que presentan la irritabilidad
de los órganos. A pesar de la grande analogía que hay
entre el clima de Veracruz y el de la isla de Cuba, el habitante de
la costa mexicana, insensible a los miasmas que contiene el aire de
su país nativo, sucumbe a las causas excitativas y patogénicas
que obran sobre el en la Jamaica o en La Habana. Es probable que,
en el mismo paralelo, sean casi idénticas las emanaciones gaseosas
que producen las mismas enfermedades; pero con todo eso, una ligera
diferencia es bastante para desordenar las funciones vitales y determinar
aquella serie particular de fenómenos que caracterizan a la
fiebre amarilla.
La mayor parte de los europeos recién desembarcados, durante
su estancia en Veracruz sienten los primeros síntomas del vómito,
el cual se anuncia por un dolor en la región lumbar, por el
color amarillento de la conjuntiva o túnica exterior del ojo
y por algunas señales de congestión hacia la cabeza.
En varios individuos no se declara la enfermedad hasta que llegan
a Jalapa, o en las montañas de la Pileta, en la región
de los pinos y robles, a 1,600 o 1,800 metros sobre el nivel del Océano.
Los que han vivido mucho tiempo en Jalapa creen adivinar, al ver la
cara de los viajeros que suben de las costas a la Mesa Interior, si
llevan ya consigo, sin advertirlo ellos mismo, el germen de la enfermedad.
El abatimiento del animo y el miedo aumenta la predisposición
de los órganos para recibir la impresión de los miasmas;
y esas mismas causas hacen más violentos los primeros ataques
de la fiebre amarilla, cuando se anuncia imprudentemente al enfermo
el peligro en que se halla.
Como un calor excesivo aumenta la acción del sistema bilioso,
el uso de la nieve necesariamente ha de ser muy saludable en la zona
tórrida. Se han establecido postas para llevar la nieve con
la mayor celeridad a lomo de la falda del volcán de Orizaba
al puerto de Veracruz. El camino que corre la posta de nieve, es de
veintiocho leguas. Los indios escogen los pedazos de nieve que están
mezclados con granizos conglutinados. Por una antigua costumbre cubren
estas masas con yerba seca y algunas veces con ceniza, sustancias
ambas que es bien sabido son malos conductores del calórico.
Aunque los mulos, así cargados, van de Orizaba a Veracruz a
trote largo, se derrite más de la mitad de la nieve en el camino,
pues en verano la temperatura de la atmósfera constantemente
se sostiene a 29° o 30° del termómetro centígrado.
A pesar de estos obstáculos los habitantes de la costa pueden
diariamente procurarse helados y agua de nieve. Este beneficio que
no se disfruta en las islas Antillas, Cartagena y Panamá, es
preciosísimo para una ciudad concurrida habitualmente de europeos
y habitantes de la Mesa Central de Nueva España.
He examinado en los registros meteorológicos del señor
Orta, mes por mes, la temperatura del año de 1794, y lejos
de ser más elevada, ha sido menor que la de los años
precedentes. |
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