Año 3 • No. 136 • abril 19 de 2004 Xalapa • Veracruz • México
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Sergio Valdivia Navarro
Hoy una de las preocupaciones de la educación es promover una educación para la vida, como suelen llamar a este enfoque. ¿Por qué una educación para la vida? ¿Qué no toda la educación tiene su fin en nuestras vidas? Bueno, la idea puede resultar ambigua, pero es pensar en una educación institucional, la cual tenga como objetivo habilitar a los estudiantes para continuar aprendiendo por el resto de sus vidas, aun fuera de éste ámbito.

Y... ¿por qué es esto? La respuesta es fácil, las instituciones no pueden, hoy por hoy, asegurar que lo que se aprende en sus aulas, será suficiente para tener éxito profesional. Se necesita saber cómo aprender aun fuera de las instituciones y ese continuo aprendizaje es necesario al ver que todas las disciplinas han entrado en un boom gracias a la apertura de la información. Ya no basta con tener acceso a la información, sino saber aprovecharla.

Sin embargo, uno de los aspectos que muchas veces pasamos por alto, es que cada experiencia educativa nos exige una atención especial y una metodología de trabajo, lo que va a marcar la diferencia entre un aprendizaje sin tropiezos y uno lleno de obstáculos. Siempre hemos pensado que contamos con una serie de estrategias de estudio y de pensamiento que nos servirán para todo aquello que se nos ponga enfrente, pero la realidad de las cosas no es así. Cada material nos exige una metodología de trabajo distinta y sobre todo un manejo estratégico diferente. También tendremos que aceptar que podemos o no contar con esas estrategias para enfrentarnos al aprendizaje. No es lo mismo estudiar Matemáticas que estudiar Historia o que estudiar Inglés.

Cada tema de estudio exige un enfoque de aprendizaje. Hay temas más enfocados a la memorización de datos como pudiera ser la Anatomía. Hay otros que se enfocan más al razonamiento lógico como las Matemáticas y hay algunos, que más que enfocarse a la adquisición de un conocimiento vasto, se concentran en la adquisición de una serie de habilidades que se deben demostrar en la práctica y es aquí, donde quiero hacer un alto para hablar del aprendizaje de un idioma extranjero.

Cuando pensamos en aprender inglés, francés u otro idioma, pensamos en que la base de todo es el conocimiento de un amplio vocabulario o el conocimiento y la aplicación de una serie de reglas estructurales para lograr nuestro cometido. Sin embargo, aunque estos ingredientes forman parte del aprendizaje de un idioma extranjero, hay otros relacionados con la adquisición de una habilidad que implica no sólo conocer, sino sobre todo hacer. Cuando aprendemos un idioma tenemos que observar, escuchar, recordar, armar, pensar, seleccionar, arriesgar, probar, socializar, desechar e imitar; en fin, un sinnúmero de tareas que necesitamos saber cómo las vamos a realizar.

Si nuestra área académica nos ha ayudado a desarrollar estas habilidades, estaremos –tal vez– más preparados para un idioma extranjero, si no es así, tendremos que aproximarnos a este mundo. Pero la pregunta surge: ¿es algo que nos van a enseñar o es algo que se aprende solo? La respuesta tiene que ver con ambos mecanismos y todo se resume en las palabras: “aprender a aprender”, prerrequisito para tener mejor éxito en nuestro aprendizaje.

Este “aprender a aprender” nos mostrará cómo somos al aprender un idioma extranjero y nos llevará de la mano en la adquisición de aquellas estrategias que no hemos desarrollado aún, para así enfrentar nuestro aprendizaje con mejores herramientas.

“Aprender a aprender” puede ser visto como un entrenamiento que nos hace concientes de nuestras estrategias actuales y de aquellas que debemos adquirir para enfrentarnos a un aprendizaje determinado. Esto, al ser un proceso, lo debemos considerar en todo momento conforme nos desenvolvamos en nuestro aprendizaje. La educación, hoy en día, le pone más atención a este tipo de aspectos porque busca que los procesos de aprendizaje sean efectivos y no una tarea difícil de realizar. (http://www.uv.mx/portalcadi/)