Año 3 • No. 147 • Agosto 18 de 2004 Xalapa • Veracruz • México
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Diálogos desde la filosofía
Psicoanálisis y vida cotidiana

Ricardo Ortega Lagunas
(Miembro fundador de la Red Analítica Lacaniana)

Los seres humanos no somos sujetos instintivos, somos sujetos pulsionales. En un primer momento, el psicoanálisis fue considerado una teoría de los instintos, la teoría más fina sobre los instintos. Sin embargo, Freud nunca se conformó con la linealidad de este concepto. Su desarrollo teórico fue más lejos y elaboró la pulsión como uno de los conceptos centrales del psicoanálisis, pero al mismo tiempo más complejos. Al conceptuar la pulsión, Freud establecía definitivamente los límites o la diferencia del Psicoanálisis con la Biología, con la Medicina y abría un campo propio: el del inconsciente.

El inconsciente freudiano no es una teoría de la no-conciencia. El inconsciente tiene que ver con la represión. No hay posibilidad de pensar el inconsciente tal y como Freud lo plantea, sin el proceso de la represión. No es que exista algo que no sea consciente y que por ello sea inconsciente. Para ser inconsciente "ese algo" tuvo que habérselas topado con algo que se lo exija, es decir, no es que no acceda a la conciencia, es que no puede acceder a la conciencia: lo reprimido es algo que es impedido enérgicamente de devenir consciente. Lo que se reprime es una agencia representante de la pulsión.

Para poder comprender la dinámica de la represión, y por lo mismo del inconsciente, es preciso partir del problemático estatuto de la pulsión. Freud en "pulsiones y destinos de pulsión" señala que: "La pulsión nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal".

La pulsión no tiene presencia en el aparato psíquico sino por la representación. Sólo la dimensión de la representación puede permitirle su existencia psíquica. De otra manera: la pulsión no puede acceder a la conciencia sino por su agente representante de la representación, y sólo éste puede representarla en lo inconsciente.

Entonces el inconsciente a partir de la represión denota que existen agencias representantes de la representación que faltan a la conciencia del sujeto. Que faltan por que son impedidas por la represión, para devenir conscientes. El sujeto aparece así dividido. No sólo se trata de la falta de posibilidad de acceso a ciertas representaciones a la conciencia, sino que en su origen las agencias representantes de la pulsión faltan al sujeto. Que una representación sea inconsciente no sólo implica que no sea susceptible de conciencia, sino que dicha representación ha sido reprimida y no puede faltar a la conciencia del sujeto, sea en su origen, o en su trayectoria.

Hasta aquí hemos señalado de manera muy rápida la relación entre pulsión y su agente representante de la representación. Así la represión se ejerce sobre dicho agente y cómo las representaciones o bien permanecen inconscientes o bien son reprimidas en sus ramificaciones o trayectorias. La constante es que el aparato psíquico se sostiene sobre la representación. Este elemento fundamental es el que le permitirá a Lacan apoyado en Freud, decir que el aparato psíquico se constituye en el espacio del registro simbólico.

Recapitulemos: las necesidades básicas del ser humano: comer, beber, oír, ver, etc., es decir aquellas llamadas por Freud como las pulsiones de auto conservación son la base de las pulsiones sexuales, así el pecho y leche de la madre, uno de los primeros contactos del bebé con un sujeto diferente, no sólo cumplen una funcionen de vida, sino que le producen una impronta de placer.

El niño ha satisfecho una necesidad vital, expresada por medio del hambre. La madre a su vez le ofrece y le pide al hijo que coma de ella. En este primer intercambio se fundan el circuito de la necesidad-demanda-deseo que hace que no sólo viva el "cachorro humano" sino que sea o no un sujeto deseante. El organismo pasa a ser un cuerpo, que desea y es deseado, que come y quiere ser comido, que ama y quiere ser amado.

Las pulsiones de auto conservación se trastocan en sexuales: ver es a su vez mirar, el ojo es órgano pero sede de la pulsión del mirar. De ahí que las infinitas zonas erógenas del cuerpo humano, sean un punto de encuentro y de desencuentro del deseo del otro. En el origen no hay deseo propio, es deseo del otro.