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Acceso
a la educación superior:
¿Qué hacer al respecto? / I
Dr. Víctor A. Arredondo
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El enfoque
elitista que caracterizó a la educación superior,
desde su fundación formal hace casi mil años hasta
finales de la década de los sesenta, se ha venido supliendo
laboriosamente por otro más incluyente, gracias a una consistente
expansión de oportunidades educativas en prácticamente
todas las naciones del orbe. La sociedad contemporánea sabe
que su porvenir descansa en la cantidad y calidad de sus recursos
humanos. Sabe que a mayor nivel de educación de su población,
mayores serán las perspectivas de progreso individual y colectivo.
Es por eso que durante las últimas tres décadas y
media, la población mundial de estudiantes de educación
superior ha crecido de manera impresionante.
México
no fue la excepción en cuanto a ese cambio de enfoque. En
1970, nuestro sistema de educación superior contaba apenas
con alrededor de 250,000 estudiantes. Peor aún, el 60% de
ellos se encontraba matriculado en alguna institución educativa
ubicada en el Distrito Federal. Frente a esa realidad, nuestro país
impulsó durante la década de los setenta una política
de crecimiento y desconcentración geográfica de ese
tipo de servicios educativos. En consecuencia diez años después,
en 1980, el país no sólo logró aumentar su
matrícula de educación superior hasta alcanzar 800,000
alumnos, lo que significó triplicar la población estudiantil
de ese nivel, sino que aseguró que la mayor parte de la nueva
oferta se diera en el resto de las entidades federativas. El impacto
de esa voluntad de desconcentración se refleja en el hecho
de que hoy día, la población de estudiantes de licenciatura
en la capital del país representa menos de una cuarta parte
del total nacional.
No obstante, a pesar de la ardua labor incluyente de nuevas oportunidades,
su impacto relativo sobre la proporción de jóvenes
en edad universitaria con acceso a la educación superior
fue muy bajo. Esto se ilustra por lo siguiente: en 1970, siete de
cada cien jóvenes en el grupo de edad de 18-24 años
estaba matriculado en educación superior; en 1980 y a pesar
de la expansión educativa ganada, esa proporción subió
apenas a trece jóvenes de cada 100. Peor aún, no ha
sido posible acrecentar significativamente ese indicador hasta la
fecha, aún cuando la educación superior mexicana ha
continuado con un crecimiento expansivo evidente. Entre 1980 y 2004
logró, nuevamente, triplicar su tamaño para alcanzar
una cifra cercana a los 2 millones cuatrocientos mil alumnos inscritos.
Pero, su cobertura relativa respecto a la población potencialmente
demandante subió apenas al 20% de los jóvenes en el
rango de edad de 18-24 años. Esto significa que hoy
sólo uno de cada cinco jóvenes mexicanos en edad universitaria
encuentra espacio en una institución de educación
superior.
Son tres las razones principales de este problema. La primera es
obvia, el gran crecimiento demográfico del país de
años anteriores todavía impacta y seguirá impactando
a la educación media superior y por más tiempo aún
a la educación superior (por lo menos durante la próxima
década y media). Si bien los primeros grados de la educación
básica presentan ya tasas negativas, puesto que hay en sus
aulas menos alumnos que antes, los flujos escolares de los grados
posteriores seguirán poniendo presión en los niveles
más altos de la pirámide educativa. La segunda razón
es que la mayor eficiencia terminal alcanzada en la educación
primaria y secundaria, medida ésta por la proporción
de egresados de tales niveles, aunada a una expansión real
del bachillerato, amplía la base de solicitantes de ingreso
a la educación superior. Para ser precisos, a medida que
se mejora la cobertura y el rendimiento educativo de la educación
básica y media superior, aumenta la demanda real de educación
superior. La tercera razón es que a pesar de la impresionante
expansión de oportunidades educativas del pasado, ésta
no ha logrado compensar no sólo la magnitud sino la velocidad
de crecimiento de las nuevas solicitudes de primer ingreso que los
jóvenes demandan.
Reconocido
lo anterior, resulta indispensable aclarar lo siguiente: A finales
de los ochenta y a lo largo de la década de los noventa,
la política educativa nacional buscó, entre sus principales
objetivos, componer los desperfectos y anomalías de la calidad
educativa generados por un crecimiento improvisado, esto es, insuficientemente
planeado y un tanto desordenado, de las dos décadas anteriores.
Si se acepta esa realidad, hoy debemos necesariamente realizar una
planeación meticulosa de la expansión futura. Es cierto
que debemos continuar impulsando nuestra política incluyente
en la educación superior; pero también lo es, el que
las nuevas oportunidades deben ser de alta calidad y asociadas con
perspectivas reales de desarrollo personal, profesional y laboral.
La mera
búsqueda de más espacios sin un correspondiente esfuerzo
por alcanzar la calidad y la pertinencia social, aunque esté
basada en una genuina preocupación sobre la equidad social,
generará mayores conflictos que los que intenta resolver.
Esa es una lección que debimos haber aprendido de nuestro
pasado. El país tuvo que canalizar grandes recursos y realizar
esfuerzos correctivos para intentar superar graves problemas que
hoy todavía no están cabalmente resueltos. No hay
duda que buena parte de esa problemática se derivó
de que crecimos de manera acelerada y desordenada.
De ahí que el reto de hoy no sólo consista en masificar
apresuradamente la educación superior, sino que las nuevas
ofertas sean cualitativamente acreditables por instancias externas
a las casas de estudio; en áreas y tópicos indispensables
para el desarrollo local, regional y nacional; y operadas mediante
un menú diversificado de instituciones, modalidades y programas.
Debe quedarnos claro que será un contrasentido seguir
creciendo en carreras saturadas sin perspectivas de empleo y a través
de programas de dudosa calidad que no reflejen una clara vocación
por la pertinencia social. En resumen, debemos aprender las lecciones
de ayer y también de lo que ha sucedido en otros países
en la misma materia.
Resulta necesario, en ese contexto, aclarar lo siguiente: A pesar
del interés mundial mencionado al inicio de este trabajo
por expandir la educación superior, no hay país
en el mundo que en la actualidad atienda o pretenda atender a todos
los jóvenes en edad de cursar estudios universitarios, ni
siquiera a todos los egresados del nivel medio superior. Por
ejemplo, Canadá, que es el país con la mayor cobertura
de ese nivel educativo en el mundo, en el año 2001 aceptó
al 51% de su población en edad universitaria. Esto es, a
uno de cada dos jóvenes. Estados Unidos, que se ubica en
segundo lugar mundial en la materia, al 40% de los jóvenes.
Los países más desarrollados pertenecientes a la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD),
atienden en promedio al 33% de la población en edad universitaria.
Estas cifras, ciertamente, nos indican que México debe mantener
un esfuerzo sostenido para superar ese déficit educativo
(de al menos un 13% con respecto al porcentaje promedio de la OECD),
pero también nos dicen que buscar una cobertura universal
en la educación superior está fuera de la realidad
y de toda proporción. Por tanto, no se deben enviar a
la opinión pública y a los jóvenes mensajes
con premisas endebles de que es factible en plazos cortos resolver
toda la demanda potencial de educación superior. Si
es posible atenuarla, pero hay que hacerlo con bases de planeación
coordinada.
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Otros
países con una visión pragmática y efectiva
sobre este punto, ponen el acento en la generación de opciones
mientras trabajan seriamente en la flexibilización del sistema
educativo para abrir oportunidades formativas que, aunque impliquen
tiempos parciales de dedicación al estudio, permitan a los
jóvenes encontrar rutas alternas de desarrollo. Varias naciones
recurren, incluso, a la rotación de experiencias durante
la juventud (empleo temporal, deporte, actividades culturales, programas
sistemáticos de acción social y servicio comunitario,
acceso a programas educativos de tiempo parcial, estadías
en el extranjero, etc.) como una opción formativa que, aunque
pasajera, resulta útil para quien lo desee o para quien no
encuentre en determinado momento una oportunidad de educación
escolarizada de tiempo completo. Lo importante, en consecuencia,
es lograr asegurar a los jóvenes que siempre habrá
otras ocasiones propicias para la superación permanente.
Con ello, se evita el inadmisible juicio sumario de que, al no ingresar
a la universidad en su primer intento, ese joven perdió su
única oportunidad de mayor educación y que, en consecuencia,
se tiene bien ganada la deplorable etiqueta de rechazado social.
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Deseo
insistir, entonces, en que no es posible lograr que los sistemas
de educación superior crezcan de manera espectacular en períodos
cortos, a menos que se incurra en graves improvisaciones que afectan
negativamente la calidad y la pertinencia educativa. La naturaleza
misma de las instituciones universitarias exige un proceso de desarrollo
gradual, acumulado, que asegure cuidadosamente la calidad del personal
académico, así como la de los programas y la infraestructura
física, tecnológica y organizacional.
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Analizado
lo anterior, veamos ahora lo que ha sucedido en Veracruz. Primero,
hay que reconocer que nuestro estado se mantuvo rezagado por varios
años en la generación de nuevas ofertas de educación
superior. Esto se ilustra por el hecho de que sólo atendemos
conjuntamente al 16% de los jóvenes en edad universitaria,
en comparación con el promedio nacional que decíamos
es del 20%. También es justo reconocer, sin embargo, que
recientemente se ha trabajado para reducir ese rezago. Mientras
que del 2000 al 2004 las nuevas oportunidades de primer ingreso
a la educación superior en todo México crecieron en
un 19%, en Veracruz lo hicieron en un 24%. Esa mayor ampliación
estatal de espacios educativos también se observa en el hecho
de que mientras la matrícula nacional de educación
superior creció menos de un 18% en los últimos cuatro
años, en Veracruz la matrícula estatal creció
en un 48% durante el mismo periodo. Sin duda, ese paso no sólo
habrá que mantenerlo sino redoblarlo, pero, mediante la diversificación
de programas e instituciones de calidad.
La nueva oferta educativa pública de Veracruz se presentó,
casi en su totalidad en la educación tecnológica,
tanto en los institutos ya existentes como en los de nueva creación,
incluida la universidad tecnológica recientemente establecida.
El resto de la ampliación, que ha sido considerable, se debió
al sistema particular de educación superior. Por ello, el
crecimiento de la Universidad Veracruzana ha sido ciertamente residual
y su cobertura relativa en el estado cada vez menor. Del año
2,000 al presente, ha perdido 7 puntos porcentuales en su participación
de la población estatal de educación superior, bajando
del 44.5% al 37.4%.
Pero, ¿por qué ese comportamiento en la generación
de nuevas oportunidades de licenciatura en la máxima casa
de estudios de Veracruz? ¿A qué se debe su crecimiento
marginal del 1% en los últimos cinco años, a pesar
de que enfrenta una demanda creciente de estudiantes? (una demanda
que desde el año 2,000 ha aumentado a un ritmo promedio anual
mayor al 10% y que no sólo proviene de Veracruz sino también
del resto del país -entre un 12 y 15 %, esto es, más
de 4,200 solicitantes provienen de otros estados). La respuesta
es muy simple y fácilmente verificable: Al igual que
el resto de las universidades públicas del país, su
crecimiento está normado por una contundente política
nacional que opera desde hace años y que establece topes
de crecimiento en aquellas universidades que han alcanzado o rebasado
el parámetro de tamaño máximo deseable que
es de 35,000 estudiantes, el cual, dicho sea de paso, ha sido superado
por nuestra universidad desde la década de los ochentas.
Recientemente,
en su Programa de Ampliación de la Oferta de Educación
Superior 2002, la SEP ratificó un conjunto de lineamientos
denominados: "Procedimientos para la Conciliación de
Oferta y Demanda de Educación Superior de las Entidades de
la Federación" en donde insiste en la política
de "detener el crecimiento de las IES cuya matrícula
es mayor de 35,000 estudiantes, y concentrar los esfuerzos en la
mejora cualitativa de sus programas educativos". Este documento,
en su apartado de Criterios para la Ampliación de la Oferta,
propone que "en las entidades donde las correspondientes
universidades públicas estatales hayan alcanzado o excedido
el tamaño deseable, se impulse más enérgicamente
la creación de nuevas instituciones con programas educativos
de los niveles y contenidos para la formación técnico-universitaria".
Con base
en esa norma federal, los subsidios de la SEP a las universidades
estatales y, en consecuencia los de los gobiernos de los estados,
se han aplicado fundamentalmente para gastos de operación
y para la mejora de la calidad de los programas con el fin de que
obtengan su acreditación correspondiente por organismos nacionales
independientes. Por tanto, a las universidades públicas más
grandes no se les han canalizado recursos públicos,
desde hace años, para ampliar su oferta educativa con la
excepción de los programas del nivel de Técnico Superior
Universitario y de Postgrado. También hay que precisar
que desde hace dos décadas las nuevas plazas de personal
académico únicamente son autorizadas y reconocidas
financieramente por la Federación. Esto significa que una
universidad en particular no puede incurrir en el crecimiento de
su plantilla de personal sin exponerse al consecuente déficit
presupuestal. Esa es la razón fundamental por la que universidades
públicas como la Universidad Nacional Autónoma de
México, la Universidad Autónoma Metropolitana, y las
de Guadalajara, Nuevo León, Puebla, Sinaloa y la Universidad
Veracruzana no han aumentado su oferta de estudios convencionales
de licenciatura desde hace tiempo.
¿Qué opciones se nos presentan, entonces, en el futuro
inmediato para ampliar la oferta de educación superior estatal?
Son tres las líneas de acción que identifico. Primero,
continuar con el crecimiento de la educación tecnológica
a partir de las instituciones ya existentes y de la educación
técnico-superior universitaria de dos años mediante
la creación de nuevos programas y universidades tecnológicas
para las que sí existen recursos financieros públicos
disponibles. Segundo, mediante el aumento de espacios en las instituciones
particulares que están en condiciones de crecer adecuadamente
y en programas para los que existen perspectivas de desarrollo profesional.
Para este propósito, puede ser de gran utilidad un programa
de becas dirigido a estudiantes con buen rendimiento académico
y de bajos recursos económicos. La tercera, es a través
de una auténtica red estatal de educación a distancia
que opere con el apoyo de las instituciones más sólidas
en el estado. A estas tres líneas me referiré con
más detalle en la segunda parte de este artículo.
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