Año 3 • No. 145 • junio 21 de 2004 Xalapa • Veracruz • México
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  Al rescate de la literatura
Intimidad

Irán Mendoza Cárdenas (Facultad de Idiomas)
El acercamiento, la complicidad, la (in)fidelidad, la aceptación, el rechazo, la valoración y la falta de ésta, son algunos de los rasgos que –con mayor o menor intensidad– se manifiestan en las relaciones personales. La mayoría de nosotros –me incluyo, desde luego– hemos vivido esa magia –o desencanto– inherente a la interacción humana. Este tema (tan perfectamente abordado y narrado) es el principal en “Intimidad” de Jean Paul Sartre.

Por intimidad, en el sentido más obvio –no por ello vulgar–, entendemos aquello que tiene que ver con lo sexual y olvidamos, a causa de nuestra inexperiencia, cerrazón o falta de visión, que también existen (por mencionar algunas) la emocional y la que se manifiesta cercana al conocimiento de la naturaleza propia y que nos permite procurarnos ese placer –ya espiritual, ya físico– que repentinamente necesitamos.

El personaje central (Lulú) es una mujer que vive y respira esa intimidad que todos anhelamos tener con aquellos que nos rodean; ya sea para sentirnos identificados, acompañados o importantes. Sin embargo, no es nunca completa y satisfactoria: para tenerla en todo su esplendor, la reparte –o la busca– en tres entes que se mueven a su alrededor: Henri (su esposo), Pierre (su amante) y Rirette (su amiga). Con el primero vive una intimidad sexual incompleta e insatisfactoria –con él experimenta, más bien, un enternecimiento que la hace sentir pura–, con el segundo la vive de forma por demás plena –aunque en ocasiones se convierte en una especie de lujuria desenfrenada que más ensucia el amor, que despierta la pasión– y con la última sólo tiene una amistad que le aligera la pesadumbre de sus otras relaciones. Empero, ninguno de los tres se preocupa por el perfil emocional y delicado de Lulú (aquél que en ocasiones llamamos “cursi”), lo cual se convierte en un común denominador entre ellos.
Por su parte, ella es una mujer que cuida hasta el más ínfimo detalle logrando que cada uno, por insignificante que parezca, se vuelva importante e indispensable detrás del velo de la ternura y la comprensión.

El texto, dada su estructura, que quizá se debe a la traducción, es complejo: las voces narrativas se intercalan de forma por demás repentina y es difícil, en muchas ocasiones, distinguir a quién pertenece tal o cuál argumento.
Lo poético y lo narrativo, la maravilla y el hartazgo, lo pulcro y lo sucio, el dominio y la sumisión, así como la ternura y la violencia, son los opuestos que aquí coexisten y que dibujan este relato, que lo mismo habla de la (in)satisfacción del presente que de los horrores del recuerdo de relaciones pasadas cuando alguien más ocupa la otra mitad de nuestra cama. La insatisfacción causada por el poco amor recibido (al igual que en la novela Dama de noche de David Martín del Campo) se convierte en el telón que ambienta la historia. Asimismo, al igual que los textos antes reseñados, nos habla de la absurda convicción humana, pues, aunque Lulú sabe que “no (…) puede hacer la felicidad de la gente” a costa de la suya, no lucha por alcanzarla y la compasión termina por gobernar su vida.

Sartre, Jean Paul. El muro. Ed. Época, novena edición, México, DF., 2002. 292 pp