Año 4 • No. 150 • septiembre 6 de 2004
Xalapa • Veracruz • México
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Psicoanálisis y vida cotidiana
Acerca de la diferencia entre los sexos

Alejandra Márquez Ramírez
(Miembro Fundador de la Red Analítica Lacaniana)

Preguntarnos ¿Qué es una mujer? inevitablemente nos remite a otra cuestión ¿qué es un hombre? y ambas a la diferencia de los sexos. Estas preguntas pueden parecer ingenuas en el terreno de lo biológico, pues se podría decir que lo que determina la diferencia es la presencia o ausencia de pene. La experiencia muestra la insuficiencia de esta explicación que deja fuera otras manifestaciones de la sexualidad como el travestismo, la homosexualidad y bisexualidad, las psicosis transexuales, el fetichismo, entre otras. En este sentido anatomía no es destino.

Mujer y hombre, masculino y femenino, son significantes que no significan nada en sí mismos. Sólo significan en relación a una cultura que les atribuye ciertos contenidos conceptuales que en su mayoría proponen y perpetúan papeles estereotipados para cada sexo, así por ejemplo, elegimos color rosa para vestir a la niña recién nacida y el azul para el niño, a la niña le compramos muñecas y al niño carritos o pistolas. Lo mismo en el orden de las emociones, los niños no lloran, las niñas son débiles, y así podríamos enumerar una serie de comportamientos que definen culturalmente a los hombres y a las mujeres. En este sentido la diferencia de los géneros precede a la diferencia de los sexos.

Para el psicoanálisis la construcción de la identidad sexual siendo hombre o mujer o cualquier combinación de ambos depende de las vicisitudes de su paso por el Edipo. Freud postuló la existencia de una fase fálica, centrada en la premisa universal del falo que según las teorías infantiles, sería atributo de todos los seres humanos, esto quiere decir que para ambos sexos el órgano de la sexualidad tiene significación fálica, el pene para el niño, donde se centrarían sus sensaciones placenteras, y para la niña el clítoris, pues en ese momento ella desconocería la existencia de la vagina.

Esta fase fálica es paralela al complejo de Edipo, según el cual, en un primer momento el niño vive siendo uno con la madre, es su primer objeto de amor, de ella reclama exclusividad y la madre se la concede, para ella, ese niño lo es todo, pero la relación madre-hijo no puede quedar así –a riesgo de una dependencia mortífera– es necesaria la intervención de un tercero, que es el padre. En un segundo momento, entre los tres y cinco años, interviene fundamentalmente la función paterna, como ley de prohibición del incesto, el padre vendría a poner límite a la relación incestuosa del niño con la madre. Paralelamente tiene lugar el complejo de castración que está relacionado con la percepción de la presencia o ausencia de pene en el sexo opuesto. El niño frente a este enigma responde con una fantasía, “si ella no lo tiene, yo puedo perderlo”, esta amenaza deviene angustia en el niño y supone la existencia de un agente de la castración que es el padre.

La amenaza de castración, en el niño pone en movimiento importantes cambios que pasan por la renuncia a la madre como objeto de amor, la identificación con el padre, la destrucción del complejo de Edipo y con ello la promesa del acceso postergado a las otras mujeres, no vedadas por la ley. Esta resolución positiva del Edipo implica elegir como objeto a una mujer e identificarse con el padre lo cual implica ubicarse del lado de los seres que llamamos hombres.

En el caso de la niña, la amenaza de castración no puede ser tan efectiva, puesto que en lo real nada tiene que perder, el efecto de “sentirse castrada” se da en el registro de lo imaginario y se traduce en envidia-deseo del pene, tener lo que no tiene; este deseo de pene será trocado por el deseo de tener un hijo del padre (ecuación niño=pene). Este viraje conduce a la niña a la feminidad que idealmente supone sustituir a la madre, primer objeto de amor, por el padre. Para la niña la fuente de la angustia reside en el riesgo de perder este amor, lo que hace a la mujer más dependiente de ese otro, el sustituto del padre, de quién recibirá, bajo la forma del hijo, el sustituto simbólico del pene que le falta.

Lo que organiza lo lógica de las relaciones en el Edipo es la castración, es decir, el no tener, eso que falta tiene un nombre y función, falo. En el paso por el Edipo no sólo se significa la diferencia de los sexos, también se configura la estructura psíquica del sujeto en sus diferentes vertientes, la neurosis, la psicosis y la perversión, de acuerdo a la muy particular manera en que operan estos cuatro protagonistas,“la madre, el niño, el padre y el falo” en la historia personal de cada uno de nosotros.