Preguntarnos
¿Qué es una mujer? inevitablemente nos remite a otra
cuestión ¿qué es un hombre? y ambas a la diferencia
de los sexos. Estas preguntas pueden parecer ingenuas en el terreno
de lo biológico, pues se podría decir que lo que determina
la diferencia es la presencia o ausencia de pene. La experiencia
muestra la insuficiencia de esta explicación que deja fuera
otras manifestaciones de la sexualidad como el travestismo, la homosexualidad
y bisexualidad, las psicosis transexuales, el fetichismo, entre
otras. En este sentido anatomía no es destino.
Mujer y hombre, masculino y femenino, son significantes que no significan
nada en sí mismos. Sólo significan en relación
a una cultura que les atribuye ciertos contenidos conceptuales que
en su mayoría proponen y perpetúan papeles estereotipados
para cada sexo, así por ejemplo, elegimos color rosa para
vestir a la niña recién nacida y el azul para el niño,
a la niña le compramos muñecas y al niño carritos
o pistolas. Lo mismo en el orden de las emociones, los niños
no lloran, las niñas son débiles, y así podríamos
enumerar una serie de comportamientos que definen culturalmente
a los hombres y a las mujeres. En este sentido la diferencia de
los géneros precede a la diferencia de los sexos.
Para el psicoanálisis la construcción de la identidad
sexual siendo hombre o mujer o cualquier combinación de ambos
depende de las vicisitudes de su paso por el Edipo. Freud postuló
la existencia de una fase fálica, centrada en la premisa
universal del falo que según las teorías infantiles,
sería atributo de todos los seres humanos, esto quiere decir
que para ambos sexos el órgano de la sexualidad tiene significación
fálica, el pene para el niño, donde se centrarían
sus sensaciones placenteras, y para la niña el clítoris,
pues en ese momento ella desconocería la existencia de la
vagina.
Esta fase fálica es paralela al complejo de Edipo, según
el cual, en un primer momento el niño vive siendo uno con
la madre, es su primer objeto de amor, de ella reclama exclusividad
y la madre se la concede, para ella, ese niño lo es todo,
pero la relación madre-hijo no puede quedar así a
riesgo de una dependencia mortífera es necesaria la
intervención de un tercero, que es el padre. En un segundo
momento, entre los tres y cinco años, interviene fundamentalmente
la función paterna, como ley de prohibición del incesto,
el padre vendría a poner límite a la relación
incestuosa del niño con la madre. Paralelamente tiene lugar
el complejo de castración que está relacionado con
la percepción de la presencia o ausencia de pene en el sexo
opuesto. El niño frente a este enigma responde con una fantasía,
si ella no lo tiene, yo puedo perderlo, esta amenaza
deviene angustia en el niño y supone la existencia de un
agente de la castración que es el padre.
La amenaza de castración, en el niño pone en movimiento
importantes cambios que pasan por la renuncia a la madre como objeto
de amor, la identificación con el padre, la destrucción
del complejo de Edipo y con ello la promesa del acceso postergado
a las otras mujeres, no vedadas por la ley. Esta resolución
positiva del Edipo implica elegir como objeto a una mujer e identificarse
con el padre lo cual implica ubicarse del lado de los seres que
llamamos hombres.
En el caso de la niña, la amenaza de castración no
puede ser tan efectiva, puesto que en lo real nada tiene que perder,
el efecto de sentirse castrada se da en el registro
de lo imaginario y se traduce en envidia-deseo del pene, tener lo
que no tiene; este deseo de pene será trocado por el deseo
de tener un hijo del padre (ecuación niño=pene). Este
viraje conduce a la niña a la feminidad que idealmente supone
sustituir a la madre, primer objeto de amor, por el padre. Para
la niña la fuente de la angustia reside en el riesgo de perder
este amor, lo que hace a la mujer más dependiente de ese
otro, el sustituto del padre, de quién recibirá, bajo
la forma del hijo, el sustituto simbólico del pene que le
falta.
Lo que organiza lo lógica de las relaciones en el Edipo es
la castración, es decir, el no tener, eso que falta tiene
un nombre y función, falo. En el paso por el Edipo no sólo
se significa la diferencia de los sexos, también se configura
la estructura psíquica del sujeto en sus diferentes vertientes,
la neurosis, la psicosis y la perversión, de acuerdo a la
muy particular manera en que operan estos cuatro protagonistas,la
madre, el niño, el padre y el falo en la historia personal
de cada uno de nosotros.
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