Año 4 • No. 152 • septiembre 20 de 2004 Xalapa • Veracruz • México
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  Psicoanálisis y Vida cotidiana
Sobre la decepción
Alejandra Márquez Ramírez
(Miembro Fundador de la Red Analítica Lacaniana)
Decepción: Pesar causado por un desengaño. Es decir que para sentirnos decepcionados, primero es preciso haber sido engañados y el engaño es efecto de una mentira. El que engaña miente, es mentiroso, pero ¿quién no ha dicho alguna vez una mentira?, el que esté libre de pecado que lance la primera piedra.

Las formas y los propósitos de la mentira son muchos. Bajo la forma de la seducción alabando al otro, mostrando o diciendo lo que ese otro quiere ver u oír.

Fingiendo valores o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen (hipocresía), actuando de mala fe para obtener ventajas (fraude), para proteger a otro o a uno mismo (falso testimonio), induciendo al otro al error con afirmaciones falsas pero verosímiles (engaño), formulando vanas promesas.

Mentimos por una amenaza sentida sobre la propia imagen si el otro llega a descubrir lo que se pretende ocultar. Usamos la mentira para protegernos de la invasión del otro, por no poder aceptarnos como somos, para mostrarnos fuertes, sin defectos, para no perder el amor, para agradar al otro. Mentimos por temor a que se revele una verdad, para evitar la angustia.

El que miente debe tener buena memoria, redoblar el esfuerzo para sostener la mentira y con ella el engaño. Una vez dicha, ninguno de los dos (el que engaña y el que es engañado) es el mismo.

El que miente pretende que se le crea; si no ¿para que mentiría? Y el que cree la mentira, ¿querría ser engañado? ¿Podríamos pensar que hay una necesidad en el ser humano de engañar y ser engañado? ¿Así es como se hace más tolerable la existencia?

La otra dimensión del engaño es la del autoengaño, mentirse a sí mismo sobre sí mismo o atribuirle al otro lo que no es o suponer lo que no tiene.

En el amor, el engaño se convierte en verdad. La embriagante sensación de satisfacción, aquella de no necesitar de nadie más que del ser amado, nos coloca en un camino lleno de tropiezos vestidos de decepción por las promesas incumplidas de algo que está mas allá de lo que se puede dar, sin que por ello se deje de ofrecer.

Nuestros propios recuerdos podrían ser engañosos. Ya lo dijo Gabriel García Márquez en su autobiografía: «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla». Así que nos hemos inventado muchas historias para llenar el hueco del olvido.

Si la verdad resulta intolerable, si es dolorosa, entonces preferimos engañarnos, jugamos el juego de las verdades a medias, le hacemos al ciego y al sordo. Evitamos la decepción hasta el límite, cuando esto ya no es posible viene la tragedia, el dolor por la promesa no cumplida, de amor, de fidelidad, de lealtad, de solidaridad, de felicidad etcétera.

Así los padres se sientes decepcionados si sus hijos no cumplen sus expectativas, sino responden a sus deseos, pero los hijos también se decepcionan de los padres, al igual que nos decepcionan los amigos, la pareja, los políticos, (¿hay alguien que les crea?, pues sí, aunque usted no lo crea). Suponer que el otro dice la verdad es un acto de fe.

No se trata de volverse escépticos o desconfiados, pues es la palabra la que guía nuestros actos, tal vez sea un acto de prudencia tomar un lugar distinto frente a la verdad.

Lacan dijo alguna vez que la verdad no puede decirse toda porque uno no la sabe, y porque faltan las palabras para poder pronunciarla, entonces lo que se dice, todo es simple apariencia de verdad: verosimilitud, apelación a la confianza del otro. En este sentido, también dijo que: «La verdad tiene estructura de ficción», paradoja que habla de lo único verdadero que cabe decir sobre la verdad.

Muchas veces la angustia o el dolor por el desengaño resultan intolerables pues nos confrontan con una verdad para la cual no estamos preparados, nuestros sistemas de creencias y valores entran en crisis, surgen las preguntas ¿quién soy?, ¿qué quiero?, ¿quién me quiere? Estas preguntas por lo que somos es lo que fundamenta la práctica del psicoanálisis.