Año 4 • No. 154 • octubre 4 de 2004
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


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Autonomía
Sergio Valdivia Navarro
Un aspecto importante del aprendizaje autónomo, es nuestra visión y el valor que le damos a nuestros procesos de evaluación. Para esto, haré un breve análisis de lo que sucede en el entorno del salón de clase, bastante familiar para todos. Nuestros maestros, además de ser aquellas personas que nos acercan al conocimiento, tienen la consigna de “evaluar” la calidad y cantidad de nuestro aprendizaje y desempeño en los cursos. Evaluación que sirve de parámetro para, indirectamente, valorar su propio desempeño y por extensión el de la institución a la que asistimos.

Desde nuestras primeras experiencias en educación institucional, hemos sido testigos y sujetos de los procesos de evaluación, que nos han provocado todo tipo de reacciones emocionales. Con esto, me refiero a nuestras reacciones ante los “exámenes”, “pruebas” o como quieran llamarles. Estas reacciones han llegado, incluso, al rechazo de nuestra vida escolar, que después de tanto tiempo no logramos superar, a pesar del número de exámenes que hemos y seguimos presentando.

El uso y aplicación institucional que se les da a los exámenes es, normalmente, la de un instrumento de decisión para la acreditación de los cursos. Pero, sin embargo, equiparamos nuestra calificación con nuestro aprovechamiento y poco dudamos que un siete o un 10 sean el reflejo real de lo que sabemos de la materia. Estos exámenes y sus calificaciones buscan ser imparciales y objetivos, pero no siempre se logra, dejando una medición inexacta de lo que en realidad hemos aprendido.

Recordemos todas aquellas calificaciones de 10 que en silencio reconocemos que no merecemos; o aquellas bajas calificaciones que no tan en silencio, comentamos lo erróneas que son a nuestro parecer.