Año 4 • No. 155 • octubre 11 de 2004 Xalapa • Veracruz • México
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Psicoanálisis y vida cotidiana
Notas sobre la sexualidad femenina
Ricardo Ortega Lagunes
(Miembro fundador de la Red Analítica Lacaniana)

En otro momento, señalamos algunas ideas acerca de la diferencia entre los sexos y las consecuencias que de ellas se derivan. Debido a algunas elaboraciones acerca de la sexualidad en la niña, Freud fue considerado por algunas feministas: un misógino y el psicoanálisis una teoría sostenedora del falocratismo capitalista. Juicios injustos. Nada más alejado de la pretensión original.

En la última etapa de su vida, Freud señalo que si de placer se hablaba, la disposición anatómica de la mujer le favorecía el acceso a un placer más abstracto (placer del cuerpo), sin el fantasma de la detumescencia (caída) masculina (placer de órgano). Con esto Freud advertía que la falta de pene en la mujer no es un impedimento para un “goce más libre”.

El psicoanálisis sostiene que el paso diferenciado por los complejos de “Edipo” y “Castración” determina la sexualidad humana. Hoy apuntaremos algunos desarrollos de Freud del cómo vive la niña el paso por ellos. En el futuro abordaremos otros. Veamos:

En 1925, Freud publicó el primero de sus estudios sobre la sexualidad femenina, describiendo con detalle el complejo de castración en la mujer, su efecto sobre la masturbación y el complejo de “Edipo”. La niña desarrolla una envidia por el pene, con base en la inferioridad del clítoris ante éste. La envidia por el pene conforma reactivamente en ella la aceptación de su castración.

Esta aceptación la introduce en el complejo de “Edipo” con un deseo asociado de pene igual al deseo de un hijo y a la decadencia del idilio-adhesión a la madre, que constituye el primer objeto amoroso para ambos sexos.

La relación entre complejo de “Castración” y complejo de “Edipo” marca la diferencia fundamental entre los sexos. El niño lo tiene pero ve que alguien no lo tiene y lo puede perder (angustia de castración), la niña no lo tiene pero lo desea (envidia de pene). Así el de “Castración” pone fin al complejo de “Edipo” en el niño, mientras que en la niña lo inicia.

Seis años más tarde (1931), Freud investigó el desarrollo del complejo de “Castración” en la mujer: la supuesta superioridad del hombre, la inferioridad de la mujer y su rebelión. Se puede decir que en la primera pauta evolutiva, al comparar su clítoris con el pene se vuelve insatisfecha con su clítoris y renuncia a la actividad fálica, a su sexualidad y a sus tendencias masculinas.

No obstante, en la segunda pauta, todo parece señalar que la esperanza de tener algún día pene es acariciada, incluso, hasta una edad tardía. La tercera etapa que en última instancia es la que conduce a una actitud femenina “normal”, es en la cual hay un cambio de vía de objeto de amor, de la madre al padre, instaurándose así la situación edípica típica del idilio de la niña con el padre, aumentando cada vez más la hostilidad hacia la madre, a la cual se le culpa del castigo de la ausencia de pene. En este aumento de la hostilidad, la madre es abandonada como objeto en favor del padre.

Todo parece señalar que la gran frustración fálica que sufre la niña es decisiva para la conformación de su femeneidad, y un punto clave de esto es la queja contra la madre por haber sido niña, más que la rivalidad edípica. Es necesario señalar, que el falo es un significante muy importante dentro del complejo de “Edipo”, en especial en la evolución de la niña y, como la marca Freud, es imprescindible para comprender el fenómeno de castración.

El falo en tanto significante de la falta, tanto para el niño como para la niña. La madre como sede del deseo determina un espacio, una instancia, de presencia-ausencia, y crea con su deseo el significante de su falta que es el falo. El deseo de la madre puede tomarse entonces como el equivalente al falo = deseo de un pene = deseo de un hijo. El deseo de la niña desde su origen es el deseo de tener un pene que la madre le ha frustrado y que ahora espera del padre.

En esta línea de reflexión se puede analizar el complejo de “Castración” bajo las siguientes consideraciones: la frustración de la que se ha hablado con anterioridad; es un proceso imaginario en la niña que recae en un objeto real, el no tener pene, hecho por el cual culpa a la madre. La privación, como proceso real está vinculada a un objeto simbólico (pene).

La niña, dada la Ley de prohibición al incesto, nunca podrá tener un hijo del padre, por lo tanto, estará privada de tener un pene. La castración marca simbólicamente a la niña en algo imaginario, situándola en relación con su fantasma. En este momento específico de su desarrollo es donde se especificará el destino de tal frustración, determinando su sexualidad. Lo importante reside en saber, cómo la niña es determinada por dicho proceso.

En 1932, Freud avanza en sus ideas sobre la sexualidad femenina. Reitera la presencia de una fijación exclusivamente materna que precede al complejo de “Edipo”. Dicho complejo, dice, tiene más intensidad y duración en la mujer que en el hombre. La meta sexual de la niña hacia la madre es al principio pasiva y luego activa y corresponde a los estados parciales de la líbido a través de los periodos oral, sádico, anal y fálico, que ha pasado durante su infancia.
El reconocimiento de su castración, es decir, el cambio de objeto amoroso (de madre a padre) y de zona erógena (de clítoris a vagina), satisface una necesidad de transformar a la niña masculina en mujer femenina, modificando su pasividad en necesidades sexuales remanentes.

Pero, ¿qué pasa cuando la niña no desea el hijo-pene del padre, sino a la madre? ¿Qué inflexiones determinan este curso de desarrollo de su sexualidad? Nos encontramos ante la posibilidad, sólo eso, de una vía de acceso a la homosexualidad femenina. No obstante, puede ser que los inevitables “desengaños” que experimenta del padre, la lleven a ciertas coordenadas en donde el juego del deseo de la madre y el de la hija sea la escena principal.

Un excesivo amor por el padre, puede explicarse por un excesivo amor a la madre que le antecede, y que, pese a la severa frustración sufrida, no ha podido anular. Otro elemento es el que parece indicar que no se renuncia al objeto de amor incestuoso, más bien, se le ha abandonado en la medida en que se rechazó a la madre en algún momento. Sin embargo, este objeto no ha desaparecido, queda como anhelo.