Año 4 • No. 156 • octubre 18 de 2004 Xalapa • Veracruz • México
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  Psicoanálisis y Vida Cotidiana
El goce del síntoma neurótico

Alejandra Márquez Ramírez
(Miembro Fundador de la Red Analítica Lacaniana)
El síntoma es un indicio, una señal reveladora de que algo va mal, es como el intruso que viene a romper lo que parece estar en armonía. En medicina es indicador de una enfermedad y, aunque permite indagar la causa de un padecimiento, en general no es bienvenido pues se le asocia con el dolor el sufrimiento y hasta con la muerte.

En psicoanálisis la noción de síntoma es básica y elemental. El síntoma es el pivote central de la práctica analítica y es justamente el síntoma histérico lo que permitió a Freud las primeras formulaciones teóricas sobre la histeria y el psicoanálisis.

Freud partió del síntoma histérico como interpretable, debido a que es la manifestación de un retorno de lo reprimido. Lo que se reprime es un recuerdo traumático(real o fantaseado).Lo que hace trauma es el deseo incestuoso del niño que se anuda a la mirada o la caricia del adulto y que es interpretada por el niño como un acto de seducción que se convierte a la vez en herida y arma hiriente imposible de tolerar. Este exceso de excitación resulta inconciliable con el yo y pone en marcha la función reguladora del principio del placer que determina la exclusión de la conciencia del recuerdo traumático La paradoja es que lo reprimido se hace indestructible y en algún momento busca una salida, retorna metaforizado a través del síntoma ya que la represión lejos de hacer desaparecer la evocación de lo “intolerable”, la eterniza, como un quiste localizado en la estructura psíquica, no se le puede esquivar con el razonamiento o con el olvido.

Lo que se reprime es de naturaleza sexual, se presenta en la infancia y su contenido ha de consistir en una excitación real de los genitales, por eso para Freud el síntoma es una “satisfacción sexual sustitutiva”. Con el establecimiento de la neurosis, el cuerpo habla a través del síntoma, busca ser escuchado, demanda un interlocutor, se dirige a una saber que falta para que sus inscripciones puedan ser descifradas por la vía de la palabra.

Lo que Freud observó es que si bien el síntoma suele ser un huésped indeseable, no es extraño que las personas se sirvan de sus síntomas para obtener un rédito de sus padecimientos (aún sin saberlo). Freud denominó “ganancia secundaria” a esta función del síntoma, para diferenciarla de aquella otra ganancia –primaria– llamada así por ser el síntoma la salida económicamente mas conveniente de un conflicto psíquico en un momento determinado de la vida de una persona”.

Esta doble función del síntoma señala su faz paradójica, por un lado, sufrimiento, por otro, satisfacción, una especie de goce que Freud pudo advertir en la expresión de sus pacientes ante la evocación, una y otra vez de sucesos dolorosos y que describió como “automatismo de repetición”.

Este fenómeno lo llevó a replantearse sus conceptos sobre el principio del placer, ya que para él, el aparato psíquico se regía por este principio, buscando un reducción de los niveles de tensión que serían el origen del displacer, y lo obligó a postular un “más allá del principio del placer” que se conoce como “pulsión de muerte”.

Las dos vertientes del síntoma analítico: como mensaje a descifrar y como una manera de gozar están presentes en Lacan y es éste quien desarrolla ampliamente el concepto de goce íntimamente ligado al registro de lo real. El goce escapa al orden simbólico, es imposible de compartir, inaccesible al entendimiento y opuesto al deseo. El deseo pasa por la regulación del significante y de la ley, el goce no. El placer calma, el goce desconcierta, el placer hace sentido, el goce revela el ser.

En 1966, en una conferencia sobre “Psicoanálisis y Medicina”, Lacan decía: “Lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña.

Indiscutiblemente, hay goce en el nivel en que comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo permanece velada”.

Es porque hay goce que el enfermo se aferra a la enfermedad, derrotando al médico y a la ciencia. Es por eso que a pesar de ser maltratado se sigue poniendo la otra mejilla. Es por eso que nos tropezamos una y otra vez con la misma piedra. Y hacemos sangrar la herida sin poder alejarse del recuerdo traumático, de la evocación dolorosa que ataca desde adentro que nos paraliza y nos hace girar en el mismo lugar, de la misma manera. La cura psicoanalítica abre la posibilidad de un desciframiento del goce por el camino de la palabra en la historia del sujeto.