SAl hablar
de Autonomía en el aprendizaje, nos encontramos con
un término que amerita una breve reflexión: responsabilidad.
Esta palabra y las ideas a que nos remite, se relacionan con todo
aquello que hemos escuchado a lo largo de nuestras vidas y que distingue
a todo ser humano “maduro”, “serio” y “cabal”.
Recordemos nuestra primera infancia, donde se nos decía de
manera reiterada, en múltiples ocasiones: “Tienes que
ser responsable con tus cosas”. Creo que lo que nos trataban
de decir es no fuéramos a perder nuestros juguetes. Más
tarde se nos volvía a repetir: “Tienes que ser responsable
en la escuela”. Aquí, creo que se trataba de que no
debíamos ir a clase el siguiente día, sin haber hecho
la tarea. Estas y muchas otras pláticas de nuestros mayores
siempre nos dieron la pauta de que la “responsabilidad”
es una característica de chicos y grandes y que es algo que
se premia, pero que si no eres responsable, se castiga por igual.
Pero, ¿qué pasa cuando reflexionamos sobre nuestra
responsabilidad ante la vida y ante nuestro entorno, como
si nos viéramos frente a un espejo? ¡Pues, por supuesto
que nos vemos como responsables! Recordamos cómo hemos atendido
a nuestros compromisos y cómo hemos cumplido con nuestras
obligaciones. También tenemos muy en claro lo que significa
ser “irresponsable” y con mucha seguridad, tendremos varios
ejemplos a nuestro alcance. Tanto nuestros modelos de gente responsable
(nosotros incluidos), como los irresponsables, nos dan una clara
imagen de lo que es la “responsabilidad” en nuestras vidas
y en nuestro entorno.
Sin embargo, éste es un término que manejamos con
cierta discrecionalidad. ¿Qué quiere decir esto? Bueno,
pues quiere decir que es un término elástico y flexible
que siempre está sujeto a las circunstancias y que, muchas
veces, confundimos con las expectativas de los demás. Y esto
hace que la “responsabilidad” esté en función
de otros y no de conceptos propios. ¿Qué quiero decir
con todo esto? Bueno, a lo que me refiero es que la “responsabilidad”
la manejamos, la reconocemos y la exigimos de acuerdo a subjetividades.
Veamos, si por ejemplo el maestro nos pide una tarea y no la llevamos,
podríamos verlo como un signo de irresponsabilidad de nuestra
parte, pero si el maestro no la recoge ese día, no pasa nada
y el que queda como irresponsable, es el maestro y no nosotros.
O sea que una irresponsabilidad mata a otra irresponsabilidad. La
próxima vez que esto suceda, tendremos excusa a nuestra irresponsabilidad,
diciendo que cómo nos pide “responsabilidad alguien
quien no lo es”.
Otras tantas veces, llegamos tarde a nuestras citas: cinco, 10 o
más minutos. Pero ese “pequeño” retraso
no es irresponsabilidad, puesto que “llegamos a la cita”,
irresponsable hubiera sido que no hubiésemos llegado. ¿O
no? De manera que hay una línea que va de la responsabilidad
a la irresponsabilidad. Y no lo vemos como el paso del blanco al
negro, sino que tiene muchos tonos de gris, en donde se nos puede
calificar de responsables, o de irresponsables, o de simple y ligeramente
irresponsables; todo dependiendo de quien nos juzgue y de qué
tan responsable sea.
La Autonomía del Aprendizaje sí tiene que ver con
la “responsabilidad”, pero no con una “responsabilidad”
ante los demás, la cual, iremos sorteando según la
dirección de los vientos, sino que se trata de una “responsabilidad”
para con nosotros mismos. Y tampoco hablamos de que la responsabilidad
sea interpretada como el seguir modelos impuestos socialmente. Aquí
hablamos de un nivel de conciencia donde, incluso podríamos
“no hacer la tarea”, pero seríamos nuestros únicos
jueces y testigos de esas acciones y de las repercusiones de las
mismas; que otros pueden tachar de “irresponsables”, va
más allá de aquello a lo que nos referimos aquí.
Se trata de ser responsables, no ante los demás, sino ante
nosotros mismos. Esto nos lleva a ser más conscientes de
nuestras acciones y que nos debe hacer mejores y más eficientes
estudiantes en las diferentes etapas de nuestra educación.
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