La República
Mexicana por su ubicación geográfica está expuesta
a una diversidad de peligros, como ejemplo la incidencia de ciclones
tropicales.
Un ciclón tropical es un término genérico para
un sistema de baja presión sobre aguas tropicales y se clasifica
de acuerdo a la velocidad del viento en: depresión tropical
(62 kilómetros por hora o inferior), tormenta tropical (63-117
kilómetros por hora) y huracán (118 kilómetros
por hora o superior).
En la cuenca del Atlántico, que incluye el Océano
Atlántico, el Mar Caribe y el Golfo de México, los
huracanes se originan principalmente en el Atlántico Norte,
aunque no dejan de ser menos importantes los que nacen en el resto
de la cuenca. La temporada de huracanes inicia el 15 de mayo en
el Pacífico y el 1 de junio en el Atlántico, finalizando
el 30 de noviembre en ambos océanos.
En México durante los últimos 30 años, alrededor
de 60 huracanes causaron graves daños. Los devastadores efectos
de estos eventos, afectan a la sociedad y economía del país.
Esto es debido a la insuficiencia de medidas preventivas y de mitigación,
en el contexto regional o zonas vulnerables, así como la
falta de prevención que induzcan, a una distribución
más segura de los asentamientos humanos y a la operación
de los sistemas de alerta temprana. Para el caso de los huracanes,
existe una tecnología satelital que permite predecir el comportamiento
de la trayectoria y su evolución con horas e incluso con
días de anticipación.
Por otro lado, las alarmas hidrometeorológicas indican cuando
la precipitación está alcanzando un límite
considerado peligroso. En octubre de 1997, el huracán «Paulina»
impactó las costas del pacífico mexicano, produjo
pérdidas humanas y materiales. Según datos oficiales,
207 personas murieron, 200 desaparecieron y 52 mil perdieron su
vivienda. Los daños fueron comparables con los causados por
los huracanes «Gilbert» e «Isidore», que
en 1988 y 2002, azotaron la Península de Yucatán.
Sin embargo, en Acapulco los principales daños se debieron
a que las márgenes de los ríos estaban pobladas de
forma irregular e indebida, lo cual es debido a la escasa planificación
urbana.
Ciertamente, el avance tecnológico ha incrementado la certeza
y precisión de los conocimientos que permiten prever, en
grado considerable, la magnitud de los fenómenos meteorológicos,
pero esta seguridad firme y sólida, parece desvanecerse cuando
un huracán de gran magnitud produce catástrofes. La
sociedad moderna exige mucho, tal vez demasiado, a la comunidad
meteorológica, en cuanto a su capacidad para hacer frente
a las contingencias naturales.
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