Año 5 • No. 167• Febrero 7 de 2005 Xalapa • Veracruz • México
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Desde Inglaterra
En tránsito por los territorios de lo inasible
Aparte de la autopista, ninguna otra carretera conectaba la estación de servicio con otros lugares, ni siquiera un sendero. Se diría que no pertenecía a la ciudad pero tampoco al campo, sino a un tercer mundo, el reino de los viajeros, cual faro al borde del océano.

—Alain de Botton (2003, 68): El arte de viajar.
Cómo ser más feliz viajando

Bastan unos cuantos minutos en el trayecto en autobús para darse cuenta de la multitud de dimensiones que acontecen en el territorio. Tan pronto se deja una mancha urbana, se transita por una diversidad de entornos, escenarios donde el paisaje británico se muda. De repente un letrero nos recuerda que estamos en una de las comarcas hacia el sureste de las islas.

Transitamos por tupidos bosquecillos encantados, allí donde no es difícil imaginar que elfos, duendes y criaturas míticas inspiran epopeyas e historias fantásticas. La distancia parece desagregarse en esa diversidad de paisajes locales: llegamos a una ciudad donde la topografía pone el sello en el arreglo de los edificios. Filas de casitas trepadas en verdes colinas por donde suben cintas de asfalto que van ondulando para hacer posible la circulación de diminutos autos moviéndose en la estrecha estructura vial como ágiles ratones mecánicos.

Pueblos de un apretado tejido construido en su parte central, y de una moderada dispersión conforme se llega a sus extremos y periferias, periferias en este caso, y comparativamente con nuestros entornos urbanos, de la riqueza, del bienestar, del desarrollo planificado, basado durante mucho tiempo en el modelo de economía keynesiana, desafortunadamente para muchos, hoy desplazado progresivamente por una desaforada neo-liberalización global, donde la supremacía del individualismo, en abstracto, reemplaza a las estrategias del bien común y el intento por lograr una calidad de vida en comunidad, con serias implicaciones para la sustentabilidad –como lo comenta Rod Burgess (1997) en el libro The Challenge of Sustainable Cities.

Y lo que sigue sorprendiendo conforme se avanza es que aunque probablemente Inglaterra es uno de los países cuyo proceso de urbanización es amplio, denso y muy avanzado, se da una gran continuidad entre lo rural y urbano. Estamos en otro alto del trayecto para el intercambio de pasajeros. A través de la ventanilla se mira un canal rodeado de árboles y un montón de patos que se regocijan con la presencia de los humanos y el agua en un parque lineal que van cruzando algunos puentecillos en una de las nuevas ciudades satélite del periodo de la posguerra. Jardines de agua y quietud como espacio de transición a las áreas de producción y a los grandes bloques de oficinas, integrados a través de amplios sectores verdes con las instalaciones de una universidad tecnológica. Académicos desenfadados que leen durante el trayecto lo mismo que estudiantes asiáticos se agregan al colectivo en tránsito. Proseguimos.

Sigue una zona de planicies y áreas de cultivos, graneros y pastizales, donde el flujo de vehículos se concentra más y se hace también más volátil. A lo lejos se perciben algunos aviones que enfilan hacia otros cielos. Estamos llegando a uno de los aeropuertos de la red del sistema global, como lo anuncia una torre de control que como un ojo verde sobre una columna robusta y alta hace la función de un centro de control avanzado sobre la terminal alojada en un prisma de cristal y acero, obra secular de una de las figuras de la arquitectura de vanguardia, Sir Norman Foster. Emplazada en una altiplanicie de taludes de pasto, con galerías que permiten el ingreso desde el subsuelo, esta mega-estructura aparentemente simple, aloja casi todas las modalidades de transporte, constituyéndose en un nodo fundamental para la conectividad a distintas escalas que van incluso más allá del paisaje en el territorio británico.

Descendemos para hacer tiempo en la zona correspondiente a la central de autobuses y sacar algunas fotografías, admirar esta obra reciente de arquitectura del siglo pasado, paradójica acaso como la condición volátil del mundo contemporáneo, para esperar nuestro siguiente enlace para la segunda parte del trayecto, rumbo al punto de destino de este itinerario en las islas británicas, donde unas horas más tarde habremos de bajar en una ruidosa y gris estación de autobuses en descampado, en las inmediaciones de un centro urbano que presume de ser el primer asentamiento que se haya registrado en la historia de Inglaterra, el que sirvió como base de operaciones en una de las fases de expansión del Imperio Romano en lo que se denominó Anglia, término que originó la noción histórica de Inglaterra y que actualmente se llama genéricamente en la geografía nacional como East Anglia. Caminamos en un patio donde se alinean algunos andenes para los camiones intraurbanos en una lógica bastante simple. Nos informamos de que hay un autobús para el campus de la Universidad de Essex, el que nos lleva en una de las horas de más tráfico en ese día de fin de semana, repleto de estudiantes de distintos países y de personas con sus bolsas de compras. Extraños son los caminos de la globalización cuando de identidades culturales se trata.

Vamos por distintos rumbos de la ciudad. Entramos a una zona donde inmediatamente se distingue el campus universitario, en ese concepto de un área autónoma de la ciudad (tan diferente al concepto de universidad inmersa en la ciudad como sucede con las universidades de más antigüedad) con grandes áreas verdes y una serie de edificios de distintas escalas y formas que hablan de una modernidad arquitectónica resultado del master planning, producto cultural de la posguerra que habrá de ser reproducido y exportado a través de la arquitectura internacional a otros países: bloques verticales que constituyen tres gigantes para los dormitorios estudiantiles, edificios con plazas en altura, acomodados a la fuerza sobre una topografía bastante complicada, haciendo proeza de su carácter de enormes estructuras, desplantadas en algunos puntos con pesados elementos de concreto. Algunas construcciones que responden a lo que en su momento, en la década de los años sesenta y setenta, se denominó como el brutalismo, corriente expresiva y estilística, heredera del Movimiento Moderno tardío, a la búsqueda de una sinceridad en las formas mediante el uso de materiales como el concreto expuesto, el acero, el ladrillo industrializado, el vidrio en amplio paños de transparencia.

Asistiremos a un evento cultural organizado por la Embajada de México en la Gran Bretaña, donde la autenticidad de lo local acabará por imponerse a la uniformidad de lo global, en una muestra iconográfica donde nuevos modos de relación y complejidad establecen las oportunidades para la expresión artística, el intercambio de ideas y el entendimiento de la diversidad y riqueza de las variadas prácticas sociales que cobran sitio en cualquier lugar del planeta, acaso como uno de los elementos más promisorios de la globalización.