El
uso de las drogas psicoactivas no es nuevo, se han utilizado desde
los tiempos más remotos. Sin embargo, en las últimas
décadas la motivación y la forma de su uso se han
modificado. Paralelamente, el menú de estas sustancias se
ha ampliado considerablemente, desde el alcohol y el tabaco, que
son las drogas legales de mayor consumo, hasta drogas de diseño
(llamadas así porque no tienen un origen natural, se procesan
en laboratorios clandestinos), pasando por las ilegales más
populares como la marihuana y la cocaína, sin olvidarse de
los derivados del opio y los alucinógenos como los hongos
y el peyote. La lista es larga, hay para todos los gustos, necesidades
y bolsillos
La principal motivación para el uso inicial de estas drogas
son las propiedades que se les atribuyen, ya que alteran la percepción,
el estado de ánimo y la conducta, pero no es posible establecer
generalidades pues cada droga va a actuar de manera diferente, sea
que se trate de un estimulante o un depresor del sistema nervioso;
además, intervienen otros factores como la personalidad y
el estado anímico al momento de consumir la droga.
Por otra parte, es importante distinguir entre un uso experimental,
en donde el chico prueba por curiosidad una sola vez y el uso recreativo
u ocasional, por ejemplo, el adolescente que fuma marihuana o toma
unas copas para integrarse a un grupo o para desinhibirse, del uso
frecuente, por ejemplo, cuando se ingieren todos los fines de semana
pues si la persona no se droga no se divierte, y del uso compulsivo
que implica una necesidad incontrolable y estados de intoxicación
crónica. Algo que sí es común a todas las drogas
psicoactivas es que pueden producir dependencia física y
psíquica, dependiendo de la frecuencia y cantidad de consumo.
Desarrollar una dependencia o adicción a las drogas es haber
llegado a los últimos peldaños de una escalera que
se ha comenzado a subir tiempo atrás, de manera gradual,
casi siempre sin conciencia de ello y por diversos motivos, los
cuales generalmente son desconocidos o no aceptados por la persona
adicta.
Llegar a la drogadicción es establecer una especial relación
con la droga. Sujeto y droga se transforman en uno solo, unidad
que anula, aniquilamiento del “pienso” en beneficio
del “soy”: alcohólico, drogadicto, toxicómano,
ya que la droga da lugar a una experiencia que no es una experiencia
de lenguaje, por el contrario, lo que permite es un cortocircuito
sin mediación, una alteración de los estados de conciencia,
la percepción de sensaciones nuevas, la perturbación
de las significaciones vividas del cuerpo y del mundo.
El drogadicto se aparta de las exigencias del mundo, él nada
quiere saber del deseo y de las demandas del “Otro”
(Otro, con mayúscula, entendido como el universo significante).
Él no quiere lo que los demás quieren de él,
no quiere dejar de drogarse, no le interesa el trabajo, los estudios,
la paternidad o maternidad, el amor, la relación de pareja
etc.
La droga, como dice el doctor Braunstein, “es la pareja que
sucede al divorcio del hombre o de la mujer con el orden fálico,
con la admisión de la falta. Es la promesa de un paraíso
donde todo no es sino orden, belleza, calma, lujo y voluptuosidad,
donde el Otro es sustituido por un objeto sin deseos ni caprichos,
un objeto que deja el único problema de procurárselo
a modo de mercancía que no traiciona”.
La experiencia con la droga no constituye una forma de satisfacción
o de placer, pues el placer está siempre coordinado a la
noción de armonía, de un cierto buen uso, así
que no resulta extraño que se describa a la anhedonia, (ausencia
de placer o incapacidad de experimentarlo) como un síntoma
de la toxicomanía. En este sentido se justifica introducir
el término de goce para designar lo que en este caso se sitúa
más allá del principio del placer, lo que no está
ligado a una moderación de la satisfacción sino por
el contrario a un exceso que confluye con la pulsión de muerte.
Es decir, la droga es una vía de acceso al goce, es una experiencia
de goce y no de placer.
La droga se transforma en el partenaire esencial que le permite
gozar sin desear, es decir sin pasar por el Otro y en particular
por el cuerpo del otro como sexual. La droga se convierte en un
sustituto de la sexualidad misma, en una especie de goce autoerótico.
Alex y Ann Shulguin, comentan de su experiencia con una droga de
diseño: “mi cuerpo estaba inundado con orgasmos –prácticamente
de sólo respirar”. El adicto sólo quiere que
lo dejen en paz, para vivir esa relación perfecta, modelo
envidiable de un amor que no conoce las fallas, las traiciones ni
los reclamos recíprocos. Disolver esta unión sólo
concierne al drogadicto, dejar de ser un cuerpo sindicción
y renunciar al goce mortífero.
Tendrá que ser él, ningún otro, quién
decida, en un momento dado transitar por otro camino, rehabilitar
la vía de la palabra, del intercambio
y responder por la vida que se le dio cuando se le atribuyó
un nombre propio para ser un sujeto sujetado al orden simbólico
y no a la química de la droga. Comentarios
alema04@hotmail.com
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