Es
importante regresar la mirada al pasado para conocer la historia
de aquellos niños genios que sobresalieron por el patrimonio
que dejaron a la humanidad con su música.
Así, encontramos en la historia a Vangelis, quien a los cuatro
años apenas sabía hablar, pero ya dominaba el lenguaje
musical con una soltura y brillantez sobresaliente.
Con tan sólo cinco años, el niño prodigio más
famoso de todos los tiempos es Wolfang Amadeus Mozart, nacido en
Salzburgo (Austria) el 27 de enero de 1756, considerado como uno
de los más grandes genios musicales de la historia de la
humanidad ya había escrito su primera composición
musical, Minueto y trío para piano.
Pero ¿qué tenían en común estos dos
músicos?, su genialidad y la magia de conocer en su infancia
el mundo de la música. Así es, en ambos casos, estos
dos niños tuvieron las condiciones óptimas para desarrollar
su genialidad a temprana edad, nacieron en cuna de músicos
y fueron estimulados con su entorno familiar y con notas musicales
magistralmente entonadas por grandes orquestas, a diferencia de
Ludwig van Beethoven, quien a pesar de ser un genio, el hecho de
haber nacido en el seno de una familia numerosa, disfuncional y
humilde, lo privó de la factibilidad de destacar como un
niño prodigio.
Lo anterior nos lleva a hacer una reflexión: ¿qué
posibilidades tienen los niños de las comunidades rurales
de poder desarrollar sus potencialidades latentes como músicos
ante contextos sociales adversos?
Frente a esa pregunta es importante retomar la experiencia de una
alumna del treceavo semestre de violín de la facultad de
Música, Delmy Ruby Hernández Funes, quien realiza
una loable tarea al difundir la música clásica y participar
activamente con las Casas de la Universidad en Coyopolan (municipio
de Ixhuacán de los Reyes), El Conejo (Perote) y Molinos de
San Roque (Xalapa), con el programa de conciertos didácticos
“Jugando y aprendiendo música”.
A simple vista su trabajo educativo y divertido sólo consiste
en compartir un bello arte con aquellos niños que nunca en
su vida han tenido contacto con la música clásica
e incluso con autores como Francisco Gabilondo Soler “Cri-Cri”.
Pero la realidad supera todo los que nuestros ojos puedan ver y
nuestra boca pueda decir. Los niños que viven en las comunidades
rurales pueden tener latente la genialidad musical que, si no es
descubierta a tiempo, puede morir sin nunca hacerse manifiesta.
¿Se imaginan que todos los niños que viven en las
comunidades rurales tuvieran la oportunidad de desarrollar sus potencialidades
musicales? Y qué mejor, ¿se imaginan que pudiera desarrollarse
la genialidad de tan sólo uno de esos niños que corren
desbocados por veredas, ríos y cerros? El tiempo es otro,
su historia es otra, su contexto es otro, es adverso, es pobre y
limitado, más no imposible.
Cuando Delmy Ruby describe su experiencia en cada una de las casas
de la universidad, transmite pasión y entrega.
Ya han transcurrido dos meses, tiempo en el que ha visitado las
casas de la universidad mencionadas en dos ocasiones. Ha visto la
cara de aproximadamente 175 niños y niñas aprendiendo
el origen de la música, los ritmos, las notas musicales y
los instrumentos. Los ha puesto a cantar y a bailar las canciones
de Cri-Cri “Caminito de la escuela”, “La patita”,
“El chorrito”, “popurrï”, “La
cacería”.
A esta bella misión también se han sumado alternadamente
los flautistas Dámaris Urias y Jesús Turrubiate, y
la clarinetista Arminda Peñuela Márquez, y de manera
permanente el maestro violonchelista Romeo Ángel Hernández
Preza. Todos ellos se han convertido en cómplices de un sentimiento
auténtico por compartir y nutrir el alma de nuestros niños
veracruzanos con el arte de la música.
En los conciertos didácticos los pequeños han participado
en la representación de un conjunto coral, cantando a todo
pulmón la patita de Cri-Cri, alguno de ellos ha fungido como
director coral, han dibujado sus emociones al escuchar la música,
han ensayado el Himno Nacional y han aprendido a reconocer las notas
en un teclado.
Su cultura musical se ha enriquecido al escuchar fragmentos de las
obras compuestas por los máximos exponentes de la música
clásica como Mozart, Handel, Bach, Vivaldi, Dvorak, Tchaikowsky,
Beethoven, Brahms, Saint-Saiens y Hayden.
Estos niños y niñas también han tenido la oportunidad
de interactuar con varios instrumentos de percusión, haciendo
que, entre risas y juegos, los sonidos vayan naciendo de los panderos,
tambores, maracas, cascabeles, triángulos y flautas dulces
que ejecutadas por sus pequeñas manos inexpertas se convierten
en la estimulación más fascinante de ese momento.
Su sentido de la vista descubre nuevas formas, el oído vibra
con nuevos sonidos, el tacto, el gusto y el olfato viven nuevas
sensaciones: frío, metal y madera...
Gracias Ruby por compartir tu arte, gracias por romper las barreras
del elitismo, por despertar en los pequeños el gusto por
la música clásica; gracias por la promoción
social del conocimiento de la Universidad Veracruzana en las comunidades
rurales... por ayudarnos a buscar si no a un Mozart, si a un talento
mexicano escondido en alguna de las comunidades de
nuestro estado.
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