Se
tienen algunas referencias interesantes en torno a la vinculación
entre políticos y científicos. En Inglaterra, por
ejemplo, una manera para tratar de superar las diferencias de cultura
y entendimiento sobre la ciencia y su legislación, ha llevado
a realizar estancias de intercambio: parlamentarios que permanecen
durante algunas semanas en contacto directo con los entornos de
investigación y sus problemáticas cotidianas, y científicos
que participan, así sea como observadores, en los debates
de la política cultural, aportando valiosas opiniones y acercamientos.
El papel del Conacyt ha sido fundamental para entender
las particularidades de la política y del desarrollo en nuestro
país. La creación del Sistema Nacional de Investigadores
(SNI) en 1984 puede verse como el producto de una estrategia que
ha intentado reforzar la permanencia de cuadros de alto nivel en
nuestro país, generando incentivos para la profesionalización
de la investigación y, en la medida de lo posible, frenar
los efectos adversos de la política económica. En
los últimos 35 años, el Conacyt ha apoyado la formación
de miles de becarios, en el país y en el extranjero, con
un impacto importante cuando son integrados a las instituciones
del conocimiento y la investigación.
No obstante que la Ley de Ciencia y Tecnología fue aprobada
por el Congreso de la Unión el 5 de junio de 2002, con el
establecimiento de un nuevo Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología,
y que en abril de 2004 la Cámara de Diputados aprobó
la adición de un artículo en el cual se establece
que la inversión nacional en investigación y desarrollo
experimental deberá ser al menos del 1% del PIB, siendo ratificado
por el Presidente de la República en septiembre del mismo
año (Conacyt, 2005: “Conacyt, 35
años: Creando con ciencia en México”, reporte
firmado y emitido electrónicamente por el doctor Inocencio
Higuera, Secretario Ejecutivo del SNI), esta meta ha sido difícil
de cumplir al pie de la letra, y en comparación con otros
países, puede incluso todavía parecer insuficiente
para vencer los rezagos históricos (la Comunidad Europea
plantea alcanzar una inversión del 3% del PIB para 2010,
mientras que en 2002, Japón ya había rebasado este
porcentaje por un amplio margen, seguido por los esfuerzos de los
Estados Unidos con un 2.6% y Alemania con un 2.5%).
En los últimos meses, la AMC se ha dado a la iniciativa de
un ejercicio de consulta, amplio e incluyente, que permita establecer,
en un plazo perentorio, las líneas fundamentales para orientar
el desarrollo de la política de inversión en la investigación
científica y tecnológica, y cuyos resultados, apunta
el doctor Paredes, serán del dominio público, difundidos
entre los distintos sectores sociales, con la idea de que los diferentes
actores políticos asuman un diálogo de mayor equidad
entre ciencia y política, trabajando en las instancias de
gobierno a nivel municipal, estatal y federal, buscando en suma
una mayor conciencia y una mejor valoración del papel de
los académicos, investigadores y científicos, como
capital fundamental de las áreas estratégicas de México.
Es así como desde la investigación se intenta incidir
en una conciencia científica y tecnológica que en
el futuro asista las decisiones políticas importantes. |