El
concepto de autonomía ha llamado nuestra atención
en los últimos años. La hemos visto desarrollarse
en una gran variedad de espacios educativos, desde niveles primarios
hasta niveles de postgrado y más allá aún.
La vemos cotidianamente en salones de clase, en clases individualizadas,
en los centros de autoacceso, en educación a distancia, en
educación abierta e, inclusive, en la educación virtual.
Esta gran variedad de ámbitos nos ha llevado a descubrir
diversos ángulos del término autonomía, lo
cual ha enriquecido nuestro entendimiento de esta forma tan singular
de acercarnos al aprendizaje.
En sus inicios, los defensores y promotores de la autonomía
en el aprendizaje, nos hablaron de un concepto que nos hizo pensar
en un movimiento reaccionario contra los sistemas educativos hasta
entonces establecidos. Sobretodo, se veía a la autonomía
como sinónimo de liberación de todo aquello que al
parecer oprimía al aprendizaje, llegando al punto de promover
una ‘des-escolarización’. Sostenían que
las escuelas no son necesariamente los mejores lugares para el aprendizaje.
Esta postura extrema, para algunos, ha tenido sus contrapartes que
sostienen que la autonomía la podremos encontrar, incluso,
dentro de espacios escolares institucionales. En este esquema, se
ve a la autonomía como la adquisición de control sobre
nuestro propio aprendizaje, sin la dependencia de otros.
En ámbitos institucionales, vemos que aparece en los ‘centros
de autoacceso’, los cuales no pretenden ser un escape de las
escuelas sino más bien un complemento de éstas. Estos
espacios brindan al estudiante una experiencia autónoma que
busca su desarrollo personal, pero también pretende aumentar
las capacidades y habilidades de los estudiantes en un espacio institucional
diferente a los que hemos estado acostumbrados. Aquí la autonomía
va encaminada al descubrimiento de las mejores capacidades personales
de nuestros estudiantes y el mejor aprovechamiento de los recursos
disponibles.
Y finalmente, también dentro de estos ámbitos institucionales,
vemos que se habla y se promueve la autonomía del aprendizaje
desde los mismos salones de clase. Y somos nosotros, los maestros,
quienes promovemos esa toma de conciencia de las capacidades individuales
de nuestros estudiantes, dentro de las diferentes actividades de
nuestro curso. Esto se hace con la finalidad de hallar mejores acciones
de aprendizaje, yendo de una dependencia muy marcada del maestro
hacia una mayor dependencia de los estudiantes mismos.
Todo lo cual llevará a nuestros estudiantes a ser más
concientes y aptos para la toma razonada de un número mayor
de decisones en sus procesos de aprendizaje.
Con este breve recuento de tres de los espacios principales de acción,
de lo que hemos dado en llamar ‘Autonomía del aprendizaje’,
vemos que se habla de liberación, de experiencia y de conciencitación
de nuestras fortalezas como estudiantes independientes.
Creo que hay validez en estas tres posturas, pues no considero que
sean excluyentes. Una no debe negar a las otras, y vemos que con
la práctica y el involucramiento de más maestros,
estudiantes e instituciones, el concepto ha ganado terreno y ahora
nos muestra otras de sus caras.
No dudaría que conf orme avancemos hacia el futuro, veamos
cómo se despliegan ante nosotoros, nuevas formas de concebir
este concepto, con tonos que no se contraponen entre sí,
sino que más bien se complementan. Para algunos, la verdadera
autonomía tiene esos tintes de liberación de lo establecido,
pero yo considero que la autonomía puede tener otras caras
menos extremas, do nde se vea a la autonomía como el aumento
de nuestra conciencia y habilidad para dirigir nuestro proceso de
aprendizaje, sin importar el ambiente en el que nos encontremos
ni lo dependiente que pueda parecer nuestro entorno, de otras voluntades. |