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Omar
Gasca
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Ambas
pintoras exponen, desde el viernes 8, en la Galería de la
Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana,
en Belisario Domínguez 25, Centro.
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De
lejos se nota cuando la intención es clara y no se arropa de
discursos falsos ni busca semejanzas con lo ya aprobado y estable.
Hay premisas detrás y límites, es decir, un ámbito
restrictivo en que se inscriben modos de hacer. Como en el juego,
cualquier juego, que suele ser la actividad más libre pero
paradójicamente siempre tiene reglas. De las canicas al ajedrez.
El juego aquí implica la omisión del color, el empleo
sólo de blancos y negros, acrílico sobre tabla, paladio,
formatos medios casi invariables, algunos conceptos de yuxtaposición,
tendencias hiperrealistas y una suerte de aproximación al minimalismo
de pronto abandonada gracias a la emergencia involuntaria de una devoción
barroca.
Las series de Sofía García y Magali Goris se suscriben
a líneas generales de acción que ofrecen rasgos afines
y diferenciales con respecto a las premisas. Antes, comulgan porque
son residentes porteñas, colegas, amigas, egresadas en muchos
casos de los mismos estudios y talleres, obsesivas y disciplinadas
pintoras, atentas seguidoras del consejo y respetuosas de la opinión
(inclusive a regañadientes).
Pasión por el trabajo, ganas y esfuerzo son su denominador
común. Pasión, es decir, inclinación impetuosa
hacia la pintura, hacia el acto de pintar. Pasión, no feria
de vanidades ni percepciones esquizoides acerca de que se es artista
con sólo imaginarlo. |


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Sofía
García
Sofía García trabaja, con alguna excepción,
sobre geografías parciales del cuerpo a modo de planos casi
fílmicos, de encuadres de corte fotográfico. Tiende
al hiperrrealismo, divide el campo visual y yuxtapone bichos dibujados,
pulcros, quizá demasiado limpios. Busca favorecer la idea
de “menos es más” y sostiene para ello varias
luchas: contra su espíritu barroco, su tendencia natural
a recargar y su propia energía, aquella que desborda y se
le desborda de repente y a la cual le cuesta poner freno, aunque
lo hace. Cuerpo y bichos sin embargo son pretexto, porque para la
autora la pintura es pintura, es decir, que la tabla es para ella,
independientemente del tema, el espacio de la acción, el
del placer de pintar, aquél en que hacen blanco sus inclinaciones
impetuosas. El cuerpo es pretexto pero le interesan el cuerpo y
sus detalles, sus volúmenes y el reto que le impone decir
algo con fragmentos de él.
Magali
Goris
Con paciencia de alquimista, Magali Goris pinta huesos, aislados
y en recuadros negros que su vez se oponen a un fondo blanco. El
tema no es la muerte ni hay discurso alguno sobre “las cosas
últimas”. No hay tonos ni argumentos ni ensayos de
índole escatológica. No es un memento mori,
no es un recordatorio de la muerte. Se trata también de un
pretexto en el que los objetos del tema se ofrecen como materia
dócil de investigación y a la vez se prestan para
ser retratados como si fueran protagonistas de alguna historia.
Algo de didáctico hay en las obras, pero más que en
un sentido anatómico en uno plástico; y más,
cuando se ofrecen a la mirada como artículos que rara vez
se encuentran con ella, sobre todo así, decontextualizados
y recontextualizados, doblemente enmarcados, dispuestos a ser observados
o, más bien, sus formas, luces y contrastes.
Ambas
En la factura de las obras de García y Goris hay algunas
variables, todas ellas paradójicamente vinculadas con una
fidelidad traicionera. Y es que ambas se ayudan de fotografías
y la malograda profundidad de campo, un mínimo desenfoque
o el efecto frontal del flash son traducidos con toda precisión
a la pintura. Aun así, las dos series de esta muestra son
poseedoras y relatoras de una gran veracidad.
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