Hace
dos meses regresé a Xalapa después de haber estado
casi tres años estudiando fuera del país. Regreso
y la primera sorpresa para mí es la ciudad misma. No por
lo que ha crecido, ni por la cantidad de edificios nuevos y obras
viales construidos, sino por la Xalapa de siempre. Aquella que nosotros
mismos nos ocultamos a veces.
Bien dicen que para ver el bosque entero, y no sólo un árbol,
hay que tomar distancia. Eso precisamente fue lo que me pasó.
A la distancia, en tiempo y espacio, empiezo a percibir la ciudad
con otra perspectiva.
Por principio de cuentas volví a Xalapa en calidad de peatón,
ya que desde que llegué a esta ciudad por primera vez, hace
12 años, siempre la había recorrido en coche; así
que comencé a identificar caminos, atajos y dificultades.
Empecé a calcular los recorridos cotidianos con nuevos tiempos
y a acompañarme con otros desconocidos por las calles al
ir de un lugar a otro. También recordé el cansancio
en las piernas al subir y bajar las cuestas de las calles inclinadas,
y lo que es caminar en fila india para poder pasar más de
dos personas por las banquetas estrechitas del centro.
Y comenzaron a saltarme algunas cosas a la vista, cosas que siempre
estuvieron ahí pero que nunca habían llamado mi atención
como ahora. Por ejemplo, la forma tan evidente del paisaje urbano
de Xalapa, los remates visuales de las calles, los cerros verdes
como culminación de la vista del que anda. Los árboles
que hacen las veces de columnas por las avenidas, y que, vistos
desde un punto alto, en masa, enmarcan las tejas y los colores de
las casas ordenando el cuadro lluvioso que es Xalapa. Las casas
antiguas del centro histórico que desesperadas buscan que
por fin les pase algo. Las plazas que sirven como miradores y estaciones
de paso para los peatones y los vendedores.
Empecé a crearme itinerarios propios, y a darme cuenta de
que las distancias entre los lugares envuelven mil acontecimientos
en el trayecto: estudiantes empujándose por las calles apretadas,
niños jugando con una pelota que se desliza por el empedrado
como resbaladilla, novios besándose en una banca del parque...
otros en plena pelea en la de junto; marchantas, periodiqueros,
limpia vidrios, trabajadores de rostros sombríos, vendedores
de gesto gentil obligado... hasta gente curiosa que observa a los
demás para vaciarlos luego en un texto. Así, caí
en la cuenta de que este mundo de caras, gente e historias es muy
difícil verlo dentro del coche. Es difícil encontrarse
con las miradas yendo a 50 km/h.
Pero el andar de todos los días nos lleva a otras situaciones.
También es cierto que es difícil ser peatón
en esta ciudad. Y ahora cada vez más, al encontrar banquetas
bloqueadas por coches estacionados o por material de construcción;
o de plano, al ver que hay cuadras en las que ni siquiera existen
las banquetas. Además de que resulta cansado y hasta riesgoso
pasar por entre los coches al cruzar la calle, o encontrar un paso
peatonal que no esté ocupado por autos esperando el cambio
del semáforo a verde. Y ni hablar de los tiempos de traslado
de un lugar a otro en transporte público.
Además se han venido dando otros acontecimientos que ponen
en peligro la vida en las calles por la ciudad: El creciente número
de automóviles y la consecuente congestión vial, la
expansión de la ciudad en barrios cada vez más segregados
e inaccesibles, y la aparición constante de centros comerciales
de grandes superficies, entre otras cosas.
Así, Xalapa la bella se enfrenta a su congestión y
colapso, y al riesgo de ir perdiendo el acceso a su espacio público.
Sin embargo, esta ciudad sigue siendo dueña de las escenas
urbanas a vista de peatón, y conserva su carácter
de ciudad acogedora, cultural y verde. Además, a mi parecer,
es una de las ciudades mexicanas con más potencial en su
espacio público (ese espacio de todos en la ciudad, el que
propicia el encuentro y la manifestación: Las calles, las
plazas, los parques, las grandes avenidas).
Jordi Borja, un investigador catalán que aborda temas urbanísticos
y sociales, dice que el espacio público define la calidad
de la ciudad, ya que este espacio en específico indica de
manera evidente la calidad de vida de la gente, y por otro lado,
indica la calidad de ciudadanía de sus habitantes. Así
pues, el espacio público es el reflejo de nuestra sociedad.
Ahí nos mostramos ante nosotros y ante los demás,
en una realidad que pocas veces se puede ocultar.
Dentro de este contexto, Xalapa, la Xalapa de siempre, sigue viviéndose
en su espacio público, sigue haciéndose presente en
las calles y en la ciudadanía, a pesar de esas grandes y
vertiginosas agresiones de los últimos años. Sigue
siendo el escenario de los transeúntes que la disfrutan desde
el palco y la tribuna que es el espacio publico. El espacio ciudadano
por excelencia.
La cuestión está entonces en afinar estos lugares,
en hacerlos más nuestros de lo que ya lo son, en cuidarlos
y aun más, mejorarlos, y promover la creación de nuevos
espacios públicos que nos representen como sociedad. Así,
nuestra Xalapa puede seguir siendo sorprendente para el que llega,
para el que regresa y para el que nunca se ha ido. |