Las
últimas semanas han sido un tiempo de muchas reflexiones,
motivadas desde lo sucedido en Londres el 7 de julio de 2005. Prácticamente
no ha habido día sin que los medios mantengan en el centro
de la atención de la opinión pública un número
significativo y consistente de reportajes, noticias y programas
de opinión.
Lo sucedido el 7 de julio se liga a cierta idea de uno de los veneros
en la historia del pasado reciente de la humanidad que se integra,
a través de lo expresado por ciertos medios producto de la
globalización, a un punto más de la secuela del fenómeno
del terrorismo contemporáneo: primero el 11 de Septiembre
de 2001 en Nueva York y después el 11 de Marzo de 2004 en
Madrid, reforzando este itinerario de lo indeterminado que puede
ser un fenómeno tan artero como la muerte en el contexto
de los lugares y países que podrían sumarse a la lista.
Posibles blancos futuros apuntan a Italia y a Dinamarca, conforme
a lo emitido por un grupo extremista. En una realidad cada vez más
globalizada e inestable, puede suponerse que ningún país
o ciudad está necesariamente exenta.
Se ha hecho una asociación a la guerra de Iraq y de ello
puede leerse una abundante literatura que va desde estudios serios
hasta notas cuya prisa hace perder la seriedad del asunto. Sin menoscabo
de una multitud de líneas de investigación y exploración
del fenómeno, que se relacionan con la política internacional,
el control de recursos naturales o la polarización entre
culturas y religiones, algo que ha sido especialmente desconcertante:
el hecho de conocer el origen de los autores y las que se suponen
hasta ahora fueron sus motivaciones.
Casi siempre que algo así sucede hay una necesidad urgente
de buscar culpables, acaso para asegurar a la población afectada
que hay un retorno al orden y al control de sus vidas. Durante los
primeros días se culpó a los extranjeros y se hicieron
pesquisas apuntando, por ejemplo, a las comunidades islámicas
en las islas británicas, las que integran una población
de 1.8 millones de musulmanes en el Reino Unido, alrededor del 3
por ciento de la población, aunque se considera que podría
ser un porcentaje mayor, de los cuales tan sólo un millón
de musulmanes viven en Londres que, se observa, al presente tiene
una población de 7.2 millones en el área metropolitana.
de acuerdo con la investigación de Severin Carrell, (2005):
‘Áttack on London: Part Three. Islam UK. Anger and
sorrow on the streets of Beeston’ en The Independent on
Sunday. Londres, Domingo 17 de Julio de 2005. Páginas
12 y 13.
Se temía, además, estallidos de violencia que estarían
dirigidos a estos segmentos de la población, convirtiéndolos
en blanco del odio racial, un fenómeno registrado en la historia
contemporánea no sólo en otros países sino
en la propia Inglaterra según lo expuesto por Peter Hall
(2002) en uno de los capítulos del libro Cities of Tomorrow.
An Intellectual History of Urban Planning and Design in the Twentieth
Century.
Días después se supo que los ataques habían
sido perpetrados no por extranjeros, sino por propios ciudadanos
británicos, quienes habían vivido en entornos urbanos
donde se han sentido excluidos de su propio país, acabando
quizá por simpatizar con la causa del enemigo emblematizado
en un extremismo religioso donde han encontrado una fuente de inspiración
para dar un sentido a sus vidas… a costa de las de otros muchos
inocentes. «El enemigo dentro» comentaba uno de los
periódicos de mayor circulación en Inglaterra.
Los acontecimientos parecen desde entonces tomar otro giro: una
mayor desconfianza a los pakistaníes y a las minorías
de color, que han sido importantes en el proceso de inmigración
desde la segunda mitad del siglo XX en Inglaterra, y cuya contribución
al desarrollo económico y cultural, a pesar de lo que hoy
se diga, es innegable.
El 21 de julio hubo otra serie de intentos de atentados en Londres.
A la policía se le concedieron nuevas atribuciones, como
por ejemplo disparar a cualquier persona que se considerase sospechosa.
Resultado de esta nueva política para asegurar el orden y
la seguridad, fue la muerte de un residente brasileño en
un despliegue de violencia en una de las estaciones del metro, a
pesar de que, aseguraron testigos, el muchacho ya se había
rendido: primero se dijo que habían sido cinco balazos en
la cabeza, cuando estaba en el suelo; después se corrigió
la noticia y se dijo que habían sido sólo ocho, siete
de ellos mortales en la cabeza y uno en el hombro.
Las reacciones quedaron divididas en una frontera difusa: el primer
ministro Tony Blair pidió una disculpa a la familia de quien
fue confundido y balaceado, el gobierno brasileño pidió
una investigación exhaustiva, hubo marchas en el pueblo natal
del brasileño ajusticiado. En las encuestas de opinión,
sin embargo, los medios difundieron la masiva solidaridad y el respaldo
mayoritario de los ingleses con las directrices que han sido encomendadas
a la policía, incluso la muerte de aquellos sospechosos que,
como en este incidente, resulten inocentes. Es el precio de vivir
en estos días en un país del primer mundo.
Inglaterra es un país que ha vivido con entereza determinados
momentos de su historia. Una literatura de este carácter
asociado a lo británico ha creado un imaginario cultural
de virtudes civiles que hoy están en observación y
que, en su expresión más radical de odio e intolerancia
pueden medirse con estupor, desagrado, incluso rechazo. El odio
y el rechazo a los extranjeros es algo que se vive ahora en diversas
esferas de la vida cotidiana. Es algo que ahora aparece y brota
con mayor facilidad, aunque la historia oficial ha querido ignorar
las tensiones que siempre han generado el miedo a los extranjeros
y a lo otro, según lo expuesto por Robert Winder (2005) en
el libro Bloody Foreigners. The Story of Immigration
to Britain., allí donde a las fronteras de la segregación
espacial y económica de las ciudades se articulan nuevas
fronteras y hallazgos de lo individual y colectivo, mezclados con
nuevos temores y reacciones, como se traduce en una serie de notas
que bajo el tema The new face of London´s police, publica
el semanario The Economist del 30 de Julio de 2005 y que
titula de manera elocuente en uno de los artículos “Excuse
me, are you a suicide-bomber?” el sentir de muchos locales
y extranjeros, reforzando la vocación de una sociedad altamente
estratificada, con una reciente inseguridad cuyos conflictos y necesarias
transformaciones serán seguramente motivo de interés
para propios y extranjeros. Oxford, Inglaterra. 2 de Agosto de 2005
*Profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Veracruzana
en Xalapa. Actualmente realiza un Post-Doctorado en el Joint Centre
for Urban Design (JCUD) en la Oxford Brookes University en Inglaterra.
Dirección electrónica: carpediem33mx@yahoo.com.mx
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