Año 5 • No. 190 • agosto 29 de 2005 Xalapa • Veracruz • México
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Roberto Ortiz Escobar
Durante agosto, el Cine Club de la UV programó el ciclo “A la mexicana”, conformado por cuatro películas que nos remiten a proyectos de gran éxito comercial (Como agua para chocolate, 1992, de Alfonso Arau), devaneos catárticos de perfil autobiográfico (1993, de José Luis García Agraz), experiencias audiovisuales sugerentes (Bajo California, 1999, de Carlos Bolado) y narraciones premiadas en el extranjero (Japón, 2002, de Carlos Reygadas).

En buena medida, el ciclo se refiere a un cine mexicano que en diez años y frente a una industria desmantelada, nos ofrece diferentes intereses creativos y comerciales de cineastas, que, después de Como agua para chocolate, difícilmente pueden asegurar la recuperación en taquilla de sus productos en un entorno de exhibición sumamente desfavorable.

A las seis de la tarde de hoy lunes se presenta Bajo California. El límite del tiempo en el Aula Clavijero. Se trata de una de las obras más interesantes y logradas del cine nacional de los últimos años, dirigida por un cineasta nacido en Veracruz.

Damián Ortega (Damián Alcazar) cruza la frontera norte y se dirige a San Francisco de las Cruces recorriendo buena parte de Baja California. Primero lo hace en su camioneta y a continuación deambula decenas de kilómetros después de quemar el vehículo al borde de la playa, en una suerte de ritual donde el desprendimiento material da paso a la búsqueda interior inmediata. Su propósito es visitar la tumba de la abuela, aunque el periplo físico se convierta en reordenamiento de su destino.

En principio, arrastra situaciones que no ha enfrentado o asimilado convenientemente. Después del atropellamiento carretero accidental a una embarazada y del inminente parto de su mujer, Damián parece huir de acontecimientos consumados y novedosos que lo sumen en una honda crisis a propósito de la muerte, la vida y su posible resarcimiento.

A manera de road movie, Carlos Bolado nos obsequia escenas cobijadas por ingeniosas imágenes de incidencia dramática: la cámara que se aleja de la camioneta sin gasolina evidenciando un aislamiento total, las indicaciones de las curvas carreteras como sinónimo de una peregrinación atormentada, las diferentes texturas del suelo (arena de mar, terreno pedregoso, barrial cuarteado) aludiendo el deambular solitario de Damián, las sombras de éste y Arce reflejadas en paredes rocosas donde se habla de desvanecimiento de pinturas rupestres y de la finitud de la vida humana...

Son muchas las imágenes de Claudio Rocha y Rafael Ortega, magníficamente editadas por Carlos Bolado, responsable del montaje de algunas cintas, entre las que podemos mencionar Como agua para chocolate, Novia que te vea, La vida conyugal y Hasta morir. Imágenes que renuncian a la belleza gratuita, la observación folklórica, el simbolismo fácil o la complacencia en el relato esotérico u onírico.

Cada paso que pronuncia Damián le confirma su inserción en un viacrusis (el caminar y no montar yegua en su viaje a las pinturas, la confesión del atropellamiento a Arce, la mordedura de una víbora de cascabel) que al final de la jornada lo resucita y lo instala en un presente de resoluciones inminentes (el regreso a casa y la celebración del nacimiento de su hijo).

Cada paso que ejecuta Damián le depara el encuentro con hombres providenciales o solidarios: el viejo Fernando Torre Laphan que lo incita a visitar las pinturas rupestres, el caminante Gabriel Retes que sugiere el recorrido circular, el guía Jesús Ochoa que lo aterriza en la necesaria comunicación-expiación-liberación.

Su deambular entusiasta o meditabundo lo lleva a la ejecución de instalaciones en medio del desierto, la playa, una poza de agua o la montaña. El artista errabundo recibe la mano entrañable del guía Arce, pero también se entrega a un entorno natural donde el pasado biográfico, la historia de los ancestros y un presente incierto, se funden para explorar y renacer en una existencia que pereciera enmarcarse en círculos concéntricos: la ubicación de Damián en la panza de una ballena armada con los huesos de ésta, la alusión de Arce a las imágenes rupestres (“a esta pintura le llaman la familia del hombre”).

Carlos Bolado es uno de esos directores cuya opera prima reveladora nos urge a saber los resultados de su siguiente proyecto.