Año 5 • No. 191 • septiembre 5 de 2005
Xalapa • Veracruz • México
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Un estreno mundial en la USBI

Jorge Vázquez Pacheco

Pocos lo imaginaban. Mateo Oliva, el genial músico de Naolinco, instalado sobre la planta superior de la USBI y al frente de una masa orquestal y coral de proporciones enormes, se preparaba para presentar una obra suya durante la toma de posesión del rector universitario. Y el fundador de la Orquesta Universitaria de Música Popular había planeado que esta composición fuera acorde con su tónica de funcionamiento: los arreglos de temas y melodías.

La idea surgió en la oficina de Manuel Zepeda, director de Divulgación Artística. Los temas estarían absolutamente relacionados con la tradición musical veracruzana, pero remontándonos hasta la época prehispánica. Así entonces, debía incluir flauta indígena, música barroca, canto hímnico religioso, guitarra flamenca, danzón y un tema de Mario Talavera (1885-1960), de quien pocos recuerdan que fue originario de Xalapa. La pieza concluiría con un tema de Agustín Lara interpretado por la orquesta y el Coro de la UV, luego de las intervenciones del Tlen Huicani, el virtuoso violinista Erasmo Capilla, el guitarrista Francisco Aragón y los tecladistas Edgar Dorantes y Sergio Martínez.
Los instrumentistas, casi en su totalidad procedentes de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Estaba allí lo mejor de la producción musical de la UV.

Apenas iniciada la audición, luego de las palabras del rector Raúl Arias Lovillo, la atención se centró en lo que Oliva y Zepeda denominaron Veracruz, cinco siglos de música en cinco minutos. Todos sabían que se rebasarían los cinco minutos, pero un muestrario como este en forma de popurrí nunca antes se había intentado siquiera.
Así, comenzó con las notas de la flauta totonaca de carrizo, para continuar con los himnos a la Virgen con el Coro de la UV, siguió el violín de Capilla con un fragmento de una Chacona de Bach, los cantos religiosos, Aragón con Soleares, la soprano Isabel Guzmán con el tema de Talavera acompañada por la guitarra de Aragón, para continuar con Nereidas y, finalmente, Veracruz de Agustín Lara.
La locura. Un entusiasmo como pocas veces se percibe para una pieza musical jamás escuchada antes en semejante ensamblaje de melodías.

Oliva ha puesto de manifiesto que su talento continúa intacto, que los años no pasan más que para reforzar su dilatada experiencia y que su “colmillo retorcido” todavía nos dará Oliva para rato.

Genial la instrumentación, intachable el puenteo entre un tema y otro, para el logro de un enlace sonoro que resulta todo un lujo para una ceremonia solemne como la que presenciamos todos.

El gobernador, feliz de la vida, no tuvo empacho en solicitar la repetición de una obra que –sin duda alguna– pasará a formar parte del acervo sinfónico de México, de la misma forma como los Mosaicos mexicanos o la Suite huasteca.