Año 5 • No. 195 • septiembre 5 de 2005
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


 Páginas Centrales

 Ex-libris

 Gestión Institucional

 Ser Académico

 Vinculación


 Estudiantes


 Arte Universitario


 Foro Académico
 
 Halcones al Vuelo

 Contraportada


 Números Anteriores


 Créditos

 


Claudia Díaz Rivera

Puede decirse que si un lenguaje tiene predominancia en el mundo contemporáneo es el visual, dado que la imagen resulta esencial en diferentes ámbitos como la educación, la publicidad, la información y, desde luego, en el arte. Incluso, conforme la modernidad nos alcanza, nos abarca y nos absorbe, la competencia por capturar la atención del espectador crece y se multiplica vertiginosamente: en efecto, quizá el mayor factor común en el amplio espectro de las disciplinas que trabajan con la imagen sea la búsqueda a ultranza de novedad. Sin embargo, este frenético proceso conlleva a una saturación y, por ende, a un creciente desgaste del que observa.

Esta dinámica incide sobre todo en los medios masivos de comunicación, pero hay quienes han permanecido al margen, ocupándose de captar aquello que no cambia, aquello que subsiste a pesar de la modernidad, aquello que es eterno: las labores que desde tiempos remotos desempeña el hombre, los vestigios de civilizaciones antiguas, la naturaleza…
Las fotografías de Carlos Cano recuerdan que en este momento de feroz industrialización el paraíso continúa en la tierra. Sus imágenes detenidas, silenciosas, apacibles muestran que hay hechos y elementos invariables, que la eternidad reposa en cada instante, que la naturaleza es superior al artificio.

Para Cano, eternizar el paisaje a través de la lente no ha sido un acto sencillo, sino una experiencia que ha ido enriqueciendo a fuerza de años de trabajo, durante los cuales también ha ido agudizando la vista y la sensibilidad: el prodigio no se crea solo, son la mirada y el talento del fotógrafo que lo captan e, incluso, lo construyen. El momento preciso, el azar, el ángulo adecuado, el equilibrio exacto de los elementos y, acaso, a fortuna marcan la diferencia entre una imagen que es la simple constatación de un espacio y la fotografía que constituye una delicada revelación del mundo.
Y en el trabajo de Carlos Cano existe una doble revelación; por un lado, la del lugar y el instante capturados, y por el otro, la de su identidad. ¿Acaso se trata de la geografía y cultura veracruzanas? Acostumbrado de alguna manera a su existencia, quizá el espectador repare únicamente en la armonía y belleza de las imágenes, pero la observación atenta descubrirá en los detalles que el paisaje sólo puede corresponder al de estas tierras.

Por otra parte, como la contemplación de la naturaleza tiene además de un sentido estético, vastas implicaciones tanto emotivas como espirituales, las fotografías de Cano despiertan la interioridad de quien las observa. De esta manera, los mundos apacibles y bucólicos que despliegan sus imágenes pueden encontrar eco en la memoria y en los sentidos del espectador.