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sobre huracanes
Adalberto Tejeda Martínez* |
Las
temperaturas de la superficie del Atlántico tropical estaban
en junio pasado uno a 2° C arriba del promedio de los últimos
30 años, y en septiembre se incrementaron al menos un grado
más. Muy probablemente este sobrecalentamiento sea consecuencia
del efecto invernadero producido por la quema de combustibles fósiles
que, para fines del siglo, podrían llevar al planeta unos 3°
C por encima de su temperatura promedio actual: es el llamado cambio
climático global. |
Momento exacto en el cual el ojo del huracán Wilma se posa
sobre la isla de Cozumel. |
De ser cierta la hipótesis anterior, los destrozos de los huracanes
Stan y Wilma –y quizás hasta los de Katrina– son
consecuencia de los consumos de energéticos fósiles
(carbón y petróleo, principalmente) ocurridos desde
la Revolución Industrial hasta la fecha. No sólo eso,
sino que por primera vez en medio siglo, en esta temporada 2005 suman
ya 22 las tormentas tropicales atlánticas nombre y apellido,
y como se acabaron las designaciones hechas a fines de 2004 siguiendo
el abecedario, hubo que pasar al alfabeto: la tormenta tropical Alfa,
que parece bautizada por un autor de science fiction, nació
en el fin de semana en las inmediaciones de la isla Española.
Por su parte, los científicos que piensan que las anomalías
de este año son parte de la variabilidad climática normal,
son cada vez menos. Por el contrario, la sensatez pide que con un
enfoque precautorio se aminoren las agresiones a la atmósfera
y se modere la inyección de gases producto de la combustión.
Tal se plantea el Protocolo de Kyoto, pero Estados Unidos no lo ratifica.
Además, la futura Primera Ministra alemana, la conservadora
Ángela Maerkel, se apresta a pelear porque las restricciones
del Protocolo se vuelvan más suaves. Sin duda en breve se valorará
cabalmente la contribución a la política ambiental mundial
del ministro alemán de exteriores saliente, el dirigente del
partido verde Joska Fisher.
Para enfrentar las posibles consecuencias del calentamiento global
–entre ellas el incremento e intensificación de las tormentas
tropicales–, las políticas públicas de todo el
mundo deben inducir el uso eficiente de la energía para que
se atenúen las emisiones de gases de efecto invernadero; hay
que acelerar agresivos programas de reforestación, se debe
privilegiar el transporte colectivo sobre el privado y se deberá
propiciar una cultura de respeto a la naturaleza. Es una tarea de
titanes en la sociedad occidental, que tiene como valor supremo el
uso del automóvil, cuyo símbolo de distinción
es el traje de casimir y la corbata aún en los climas más
tórridos, aunque para soportarlos (el calor, el traje y la
corbata) se tenga que quemar petróleo para alimentar los sistemas
de aire acondicionado en oficinas y residencias.
En resumidas cuentas, lo que debe quedar claro es que de cumplirse
los escenarios previstos por los modelos físico-matemáticos
en torno al cambio climático global, la situación anómala
que estamos viendo o viviendo en 2005 se volverá más
frecuente. Vientos intensos y lluvias torrenciales, del orden de 200
a 500 o más litros por metro cuadrado (o milímetros,
pero no milímetros por metro cúbico, como dicen los
reporteros de la televisión nacional), serán recurrentes
afectando campos de cultivo, empantanando las planicies y erosionando
las laderas; zonas habitadas que el agua y el viento irán minando;
hoteles, oficinas y comercios destruidos. Las mismas playas podrían
ser arrasadas por las mareas de tormenta o irse sumergiendo debido
a la elevación del nivel del mar que prevén para el
fin del siglo los modelos climáticos computacionales. Es más,
Nueva Orleáns y Cancún son ya las pesadillas que desplazan
a los paraísos; la fragilidad urbana ante la variabilidad climática
revelada en una ciudad centenaria y en una joven y moderna.
Es decir, que habrá que tomar más en serio la fórmula
más elemental de la prevención de desastres: el peligro
es igual a la vulnerabilidad multiplicada por el valor. Mientras un
terreno pantanoso, depósito natural de los torrentes pluviales,
no tiene seres ni bienes valiosos, tampoco se ve amenazado por el
peligro.
Cuando en él se pone a pastar ganado, o peor, se construyen
unidades habitacionales, el valor deja de ser nulo, se le multiplica
por la vulnerabilidad de por sí alta y el peligro resulta gigantesco.
Lamentable, pero explicable, que la necesidad de vivienda haga que
personas de escasos recursos nunca consideren tal ecuación
y se asienten donde puedan. Lamentable, y además condenable,
que las compañías constructoras e instituciones oficiales
de la vivienda tampoco tomen en cuenta tan elemental cálculo,
como no lo hicieron varios fraccionadores de Veracruz-Boca del Río
y en Tapachula.
El lado reconfortante de las situaciones vividas recientemente es
que los pronósticos meteorológicos son cada vez más
precisos en cuanto a trayectorias de tormentas tropicales, periodos
de evolución y decaimiento, lo que ha permitido establecer
programas de emergencia que han minimizado las pérdidas de
vidas humanas. Los gobernantes han estado atentos y los ciudadanos
han sido solidarios, y para completar la tarea es de esperar que haya
eficiencia en la atención a damnificados y prontitud en la
reconstrucción de la infraestructura.
Falta en cambio, que a una escala espacial menor (de estados o cuencas)
se intensifique la observación instrumentada de la meteorología
y la hidrología; que se sistematicen y analicen los registros
de percances por fenómenos naturales para recalcular sus periodos
de retorno, y que se implanten modelos computacionales que ante un
fenómeno mayor nos permitan prever la ubicación y la
intensidad de sus consecuencias en nuestro territorio. Estos modelos,
debidamente calibrados, serían una herramienta fundamental
para las oficinas encargadas de la protección civil, la salud,
las tareas agropecuarias y el desarrollo urbano; instancias que, por
cierto, no pueden continuar desvinculadas en la planeación
y sólo coordinarse cuando los embates de la naturaleza las
obligan.
*Académico de la Licenciatura en Ciencias Atmosféricas
y director general del Consejo Veracruzano de Ciencias y Tecnología |
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