Sidartha
Siliceo es un joven de 31 años de edad. Se trata de un músico
originario del Distrito Federal que desde 1979 inició su preparación
en el piano, antes de pasar a las percusiones afrocubanas en la Escuela
Nacional de Arte de La Habana, de la que se graduó con honores
en 1994. En 1995 fue becado para estudiar en la Universidad Gandarva
Mahavidyalaya en la India, donde obtuvo la licenciatura en sitar y
tabla. Allí tuvo la magnífica oportunidad de convivir
y estudiar durante cuatro años con el célebre Ravi Shankar.
Pasó más tarde, en 2000, al Conservatorio de Rótterdam,
en Holanda, para obtener la maestría y doctorado en sitar.
Desde 2005 es titular de la cátedra de música de la
India y sitar en el mismo Conservatorio de Rótterdam. Se ha
definido como un extraordinario ejecutante y su discografía
incluye participaciones en álbumes de música oriental,
clásica y jazz, realizados en La Habana, París, Munich,
Ámsterdam y Rótterdam. Ha impartido clases en diversas
universidades de Holanda y sus talleres cortos han recibido sorprendente
aceptación en Estados Unidos, Francia, España, Bélgica,
España y, recientemente, en Xalapa.
Al concluir su Curso de Música de la India, en las instalaciones
del Instituto Superior de Música de Veracruz, Siliceo accedió
a la charla. Sus conceptos
resultan por demás interesantes, ya que aportan un especial
enfoque en torno de un arte musical que aún presenta –para
muchos de nosotros– aspectos del todo desconocidos. |
¿Cómo
englobar en una misma cátedra la música procedente de
un país que es un impresionante mosaico de culturas y tradiciones?
Uno de los aspectos importantes de la música de la India se
basa en las diez emociones principales propias del ser humano. Y nos
conduce hacia estudios sofisticados acerca de la forma como los tonos
y los timbres afectan la psicología y el cuerpo. Este análisis
inició hace dos mil 800 años, aproximadamente, con los
cantos religiosos destinados, no sólo para manifestar su devoción
religiosa son también útiles para limpiar pecados. Estos
estudios profundizaron aún más,
y en el siglo XII ya existía una noción bastante elaborada
de la forma como la música influye en el espíritu, en
la psicología y, desde luego, en el comportamiento personal.
El patrocinio de los caciques y reyes regionales indios permitió
desarrollar esta música folclórica a la estatura de
arte. Estudiar
la música india implica, entonces, adentrarnos en la mística
y el pensamiento filosófico
Los cantos presentan una filosofía central, que se relaciona
con la renuncia al cuerpo físico para alcanzar la divinidad
y lograr la aceptación del Ser Supremo. Entonces, cuando
alguien interpreta o escucha esta música, debe dejar atrás
todas sus cargas personales, debe sumergirse en un estado meditativo
profundo para poder recibir el mensaje espiritual contenido.
¿Puede
describir brevemente su trascendencia e influencia en la música
occidental?
Es indudable que la música flamenca española contiene
mucho del arte sonoro indio. Por tanto, su influencia en la música
mexicana y, sobre todo, en la jarocha está fuera de todo
cuestionamiento.
Mi tesis para graduarme es un estudio en torno de los cánticos
religiosos de la
India y la forma como se incrustaron en la música vocal bizantina,
que a su vez llegó al este de Europa para convertirse en
los cantos gregorianos. Éstos, a su vez, son la influencia
básica del arte musical barroco.
Los estudiantes que asistieron a su taller ¿por
dónde iniciaron, por la filosofía, por la música
en sí o por la combinación de ambas?
Por la historia. Esto les permite visualizar la trascendencia de
la música de la India y cómo ha cambiado ese país
con el paso del tiempo. Analizamos ejemplos históricos antes
de llegar a la parte teórica, antes de pasar a la sección
práctica en la que los alumnos abordan la ejecución,
improvisación y composición. Es entonces que pasamos
a comprender cómo toda esta práctica se encamina hacia
una finalidad, que es la filosofía. Sin análisis literarios
–que no están por demás, desde luego–
ni estudios profundos, ellos mismos son capaces de intuir la correlación
música-filosofía. Y por regla casi generalizada, quien
toma este curso sabe a lo que viene; algunos son curiosos que desean
conocer un poco más, pero otros son personas interesadas
en la musicología y en la musicosofía, que cuentan
con antecedentes informativos en torno de la música hindú…
¿Hindú? ¿No es mejor denominarle
“india”?
Claro que es mejor decir “música india” aunque
el término “hindú” también resulta
aplicable en parte. Es necesario aclarar que no todos los que tocan
son hinduistas, y éste término aplica al asunto religioso.
Los hay también budistas, musulmanes…
De
repente nos asalta la idea de que el interés en Occidente
por la música india se acentuó por la relación
de George Harrison con Ravi Shankar…
Eso fue un punto importante, no sólo por la trascendencia
de Harrison sino también por el momento en que sucedió.
La gente buscaba alternativas ante la crisis de credibilidad que
se dio hacia el interior de las religiones llamadas “cristianas”,
así como a las convulsiones en la sociedad misma. Las supuestas
verdades ya no lo eran tanto. La cultura india y sus variadísimos
aspectos religiosos se erigieron entonces como un nuevo derrotero
opcional…
Con 17 años viviendo fuera de México y
como docente permanente en el Conservatorio de Rótterdam
¿cómo observa Xalapa y su actividad cultural?
Estoy sorprendido. He encontrado un inesperado interés por
el arte de la India, así como un elevadísimo nivel
cultural entre quienes asistieron a mi curso.
Además, debo señalar que el Instituto Superior de
Música es uno de los conservatorios más prácticos
que he conocido. Los directivos tienen esto muy bien organizado,
con plena conciencia de lo que se debe hacer y la acertada idea
de cómo lograr sus objetivos. Ante esto, ante el nivel cultural
que muestra la gente de Xalapa, con el antecedente de la magnífica
labor que se genera en la Facultad de Música de la Universidad
Veracruzana, que es el modelo para seguir y superar en el Instituto
de Música, yo estoy convencido de que el futuro musical de
México está en Xalapa. Lo creo sinceramente… |