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Mozart,
por siempre…para siempre
Gina Sotelo |
2006
es el año Mozart. Ahora, como nunca, los hacedores de música
voltean su atención por completo hacia la gigantesca figura
del Genio de Salzburgo, nacido el 27 de enero de 1756.
Las más importantes compañías de la lírica
europea ya tienen listas para llevar a la escena las 22 óperas
que este maestro escribió; todas las orquestas sinfónicas
del mundo han programa sinfonías, conciertos y música
vocal, mientras que las agrupaciones de cámara se darán
vuelo con una profusa interpretación de sus música para
instrumentaciones reducidas.
Pero no siempre ha sido así.
Después de la muerte de Wolfgang Amadeus Mozart, el 5 de diciembre
de 1791, su música cayó en un lamentable olvido que
se extendió hasta bien entrado el siglo XX. No se duda que
el desarrollo de la fonografía contribuyó decisivamente
al redescubrimiento de un Mozart que permanecía opacado por
la poderosa personalidad de Ludwig van Beethoven. Y fue gracias a
la intensa labor de directores como Bruno Walter, Karl Böhm,
Otto Klemperer y Leonard Bernstein –entre otros– que la
obra de nuestro compositor resurgió desde mediados del siglo
pasado, para cobrar la actualidad que ahora le conocemos.
De hecho, está fuera de todo cuestionamiento que la música
de Mozart ha vendido más discos fonográficos que Beatles,
Rolling Stones, Elvis Presley e Irving Berlin juntos (éste
último, autor del conocidísimo tema Blanca navidad).
El dato remarca la importancia y trascendencia del arte sonoro propio
de un joven maestro, que murió antes de cumplir los 35 años
de edad, en una época marcada por la vorágine de violencia
y horrores que nos ha tocado vivir.
No son muchos quienes puedan determinar exactamente por qué
les gusta la música de Mozart, pero el hecho es que su arte
encuentra un lugar en cada hogar, en cada fonoteca regularmente surtida
y en cada sensibilidad personal.
Se han escrito toneladas de papeles en torno de su increíble
facilidad para trasladar al papel pautado las ideas musicales que
brotaban con fluidez pasmosa, como si estructura, desarrollo, instrumentación,
partes vocales y solísticas ya existiesen perfectamente formadas
en su mente y fuese sólo asunto de anotarlas.
Los investigadores se interrogan acerca de lo que habría podido
lograr, de haber vivido lo que vivieron Domenico Scarlatti o Franz
Joseph Haydn, por ejemplo. Si fue capaz de prefigurar el Romanticismo
y predecir la grandeza de un entonces joven Beethoven (que tuvo la
oportunidad de improvisar con el teclado ante Mozart) ¿hasta
dónde habría llevado las fronteras del arte musical,
si la vida le hubiese permitido llegar a los 60 años?
Y, como en el caso de los grandes genios, la leyenda ha sido parte
de la historia. Todo lo que apunta hacia el embozado personaje que
encargó el portento de Réquiem, la noche en que se congregaron
sus amigos para ensayar esa obra con el compositor unas horas antes
de su fallecimiento, la lluvia que dispersó a los dolientes
e impidió a la posteridad identificar dónde fue sepultado,
son detalles que se repetirán incesantemente.
A doscientos cincuenta años de su natalicio, el mundo se entrega
a Mozart. Y desde luego que nuestra Orquesta Sinfónica de Xalapa
ha preparado su serie de conciertos anuales con el legado de este
maestro como el elemento central. Habrá sinfonías y
conciertos, en una sucesión que nos permitimos recomendar ampliamente.
Hoy, como nunca, Mozart es por siempre y para siempre. |
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