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Fernanda
Melchor
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Este
desarrollo teórico aplicado a la genética permite a
los investigadores ahorrar tiempo, dinero y esfuerzo en sus experimentos
con la molécula del ADN |
En
1980, el Premio Nacional de Ciencias en Alemania, Werner Ebeling,
y el investigador de la Facultad de Física e Inteligencia Artificial
de la UV, Miguel Ángel Jiménez Montaño, publicaron
“Sobre gramáticas, complejidad y medidas de información
de las macromoléculas biológicas”, el primer artículo
en la literatura científica en el que se aplicó la gramática
de Noam Chomsky al estudio del ADN y las proteínas, inaugurando
una nueva línea de investigación, llamado Biolingüística.
Según Jiménez Montaño, una molécula, a
un cierto nivel de abstracción, puede ser como un texto: está
orientada, es lineal, se “lee” de una dirección
a la otra y está escrita en un alfabeto de 20 letras o sustancias.
“Si yo enuncio una frase: El niño va a la escuela con
su pelota, estoy involucrando una estructura sintáctica, o
sea, un orden de las palabras y letras que regula su estructura. A
nosotros, lo que nos interesa es saber cuántas veces esa frase
se puede modificar, y al modificarse, saber cuántas veces se
hace incorrecta y cuál es el grado de gravedad del error”,
ejemplificó el científico.
Los errores en la estructura del ADN pueden compararse con los errores
de sintaxis y de gramática en un texto literario y, como éstos,
pueden variar según la manera en que comprometen su estructura.
“Podríamos decir, por ejemplo, la frase: El árbol
va a la escuela con su pelota; lo cual no tiene sentido, pero es sintácticamente
correcta”, abundó. |
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“Este
estudio que hicimos se puede comparar con la lingüística
común y corriente, para utilizar una metáfora. Hablando
en términos poco precisos, podríamos decir que en una
molécula del ADN la información se encuentra codificada
para fabricar ciertas proteínas que regulan los procesos de
las células y coordinan su funcionamiento”, explicó
el investigador. “En los organismos vivos, ya sean animales
o vegetales, las diferencias entre las moléculas específicas
son claras, pero éstas se reducen en la medida en que las especies
se asemejan”, explicó Jiménez Montaño.
Al igual que en otras ramas de la biología y la medicina, uno
de los propósitos del estudio del genoma humano es el desarrollo
de fármacos que ayuden a curar y aliviar padecimientos de tipo
genético, como la hipertensión o la anemia falciforme.
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A través de los estudios de la biología a nivel molecular,
se conoce el funcionamiento anormal de las proteínas, así
como las posibles correcciones que pueden realizarse para evitar el
sufrimiento de la población vulnerable. Este trabajo requiere
del concurso de muchas especialidades: biólogos moleculares,
bioquímicos, especialistas en informática, médicos
y hasta físicos.
De esta manera, Jiménez Montaño halló que los
errores en los textos pueden ser sólo de tres tipos: por sustitución
de letras (decir elefante, en vez de elegante), por omisión
de alguna letra o por inclusión de una letra de más.
Estos mismos errores pueden encontrarse en los textos genéticos:
cuando la célula se divide para producir descendientes, el
material genético debe copiarse, y si una sustancia química
o letra de la proteína es traducida por otra puede acarrear
consecuencias variables en los organismos. Mientras algunos errores
son poco importantes, hay otros catastróficos: la sustitución
de una sola letra en el texto de la hemoglobina humana tiene como
consecuencia la aparición de una enfermedad llamada anemia
falciforme.
Por otra parte, la naturaleza tiene métodos para corregir estas
equivocaciones. La misma estructura del código genético,
que según el investigador no es más que una tabla que
traduce unas letras de un alfabeto a otras letras, produce una molécula
en otra molécula. Esta tabla tiene distribuida la redundancia
de tal manera que se pueda evitar el mayor número de errores,
pues es un código corrector de errores.
«La analogía entre el lenguaje genético y los
lenguajes comunes no es tal, sino una realidad: hay un lenguaje genético»,
afirmó el científico. «Si yo tomo las palabras
de la frase El niño va a la escuela con su pelota, y las revuelvo,
voy a obtener secuencias que no tienen significado. La mayoría
de las combinaciones de sonidos no serán palabras y una cantidad
absolutamente insignificante tendrá sentido.
Entonces la pregunta es: ¿Cómo la evolución,
haciendo errores, produce nuevos organismo, en lugar de echar a perder
lo que ya existe?», interroga Jiménez Montaño.
Y ahí es donde interviene el estudio de S. Yokohama y su equipo
japonés, quienes descubrieron que no siempre son necesarias
las 20 letras para construir proteínas. |
Antecedentes |
Actualmente,
y por razones prácticas (diseñar proteínas simplificadas)
y teóricas (comprobar si en algún momento no hacían
falta las 20 letras y entender cómo evolucionó el código
genético), se puede simular la evolución en el laboratorio:
se piden textos o secuencias de ADN a la medida por Internet, y a
través de un procedimiento de reacción PSR (Reacción
en Cadena de la Polimerasa, por sus siglas en inglés), se multiplican
las copias de la secuencia, produciendo mutaciones en el proceso.
Entonces, se obtiene una cantidad enorme de moléculas que son
muy parecidas entre sí, pero que difieren en algún lugar.
Al someterlas a un proceso de selección específica según
sus características (por ejemplo, de acuerdo a su capacidad
de catalizar una reacción), se repite el proceso, y entonces,
a través de esta mutación- selección, se crea
una población de moléculas que han adquirido una función
específica cada vez más activa. De esta manera se diseñan
enzimas en el laboratorio. La idea original de Yokohama y su equipo
consistió en que, una vez dado un paso de mutación-selección,
tomaron una molécula y determinaron cuál era el cambio
que ocurrió en su estructura secundaria, para seleccionar aquellas
que no resultaron con modificaciones en esta estructura.
«Entonces, lograron una molécula que estructuralmente
es muy parecida a la original, pero que está hecha con un aparato
reducido de 12 letras», comentó el científico.
«Pero uno de los problemas experimentales consiste en decidir
con qué población de moléculas empezar. Porque,
como dijimos, en el caso del lenguaje común, la mayoría
de las sucesiones de palabras no son textos. Esta selección
requiere de un enorme trabajo experimental de selección y prueba
de moléculas».
Lo que Jiménez Montaño y su equipo, Héctor Lucio
García y Antero Ramos Fernández, decidieron analizar
fue la sintaxis de las secuencias y crearon una gramática libre
de contexto que genera muchas secuencias. Estas son analizadas, vía
ciertos programas computacionales, para determinar si su estructura
secundaria es correcta. Entonces, se obtiene la secuencia, dividida
en 18 segmentos o letras modificadas, pero que al substituirla en
el lugar donde está la secuencia original, la sintaxis será
correcta y el sentido de la «frase» permanecerá
intacto. Esta investigación fue publicada con el nombre de
«Generación simplificada de proteínas con gramática
estocástica a través de la simulación de computadora»,
por la revista especializada Periodicum Biologorum, y es citada ya
en numerosos estudios a nivel mundial.
El estudio del lenguaje genético, según el científico,
se encuentra apenas en una etapa primitiva. «Comparando esta
situación con la gramática regular, es como si tuviéramos
una gran cantidad de datos y de entre esos datos tratáramos
de separar los textos significativos, sin conocer ni el idioma ni
la sintaxis ni el sentido en el que están escritos»,
finalizó. |
Reflexiona
sobre la ciencia en la Universidad |
En
la opinión del investigador, la UV ha cambiado mucho en los
últimos 40 años, pues antes «esta institución
era casi exclusivamente una universidad de licenciaturas del área
humanística, de Arte y de Derecho, donde el desarrollo de la
ciencia estuvo descuidada por años».
Sobre el desarrollo de la ciencia en México, Jiménez
Montaño afirmó que aún existen dos actitudes
bien definidas y muy exageradas respecto a ella: «Una se parece
a aquella que sostiene la gente que tiene un automóvil pero
nunca le abre el cofre, ni siquiera para saber si le hace falta agua
o aceite, porque no quieren saber nada sobre cómo funcionan
las cosas. Solamente saben que funcionan y ya», dijo. Este tipo
de personas tiene una actitud en general hostil hacia la ciencia,
principalmente porque a través de la tecnología, la
ciencia influye en el desarrollo o en los problemas de la sociedad. |
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Y
por el otro lado, describió al polo opuesto: fanáticos
de la ciencia que, sin conocerla a fondo, piensan que es la solución
a todos los problemas. «Esto crea conflictos, porque hay «expertos»
para todo, y muchos de los problemas sociales y económicos
que enfrentamos no son sencillos ni se pueden abordar «transportando»
métodos de la Biología o las Matemáticas, así
nada más», afirmó Jiménez Montaño,
quien admitió que esta postura se inscribe en la pseudociencia,
«tan mala como la ignorancia completa o hasta peor».
El amplio currículum y experiencia de Jiménez Montaño
le permite tener una idea clara del lugar donde se sitúa la
ciencia producida en México. «Los científicos
de la UV, así como los otros en México que pertenecen
al Sistema Nacional de Investigadores, hacemos buena ciencia. ¿Por
qué? Porque no hay mas que dos tipos de ciencia, la buena y
la mala, y la mala ciencia no es ciencia», afirmó el
académico, quien, como prueba de esta calidad, mencionó
el vasto número de trabajos publicados en revistas internacionales
que compiten con los estudios de investigadores de todo el mundo.
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«La
ciencia en la UV es de la misma calidad que aquella que se hace en
cualquier lugar. La única diferencia es que hacemos menos ciencia,
porque somos muy pocos, y en un país de 107 millones habitantes
existimos, oficialmente registrados, apenas doce mil personas dedicadas
a la investigación científica; y en la UV, menos»,
concluyó.
Miguel Ángel Jiménez Montaño estudió la
licenciatura en física en la UNAM, la maestría en la
Universidad de Wisconsin y el doctorado en la Universidad Nicolás
Copérnico de Torun, Polonia. Con una beca Fulbright, en 1982
realizó un post doctorado en la Universidad de California en
San Francisco. Ha sido investigador visitante en la Universidad Wilhelm-Pieck,
Rostock; el Instituto de Biotecnología y el Centro de Investigación
sobre Fijación de Nitrógeno de la UNAM; el Centro de
Investigación y de Estudios Avanzados del IPN y el Innovationskolleg
Theoretische Biologie, de la Universidad Humboldt de Berlín.
En 1989 recibió el Premio Universidad Veracruzana de Investigación;
en 1990 el Primer Premio del Concurso Nacional de Divulgación
Científica convocado por la ANUIES y en 1994 el Segundo Premio
del Primer Concurso de Divulgación escrita de Temas de Frontera,
organizado por la SOMEDICYT.
Ha escrito más de cuarenta artículos científicos
sobre biología molecular, análisis de señales
nerviosas y evolución tecnológica en revistas internacionales
de reconocido prestigio y ha presentado medio centenar de ponencias
en congresos nacionales e internacionales. De hecho, espera los resultados
de una convocatoria que el Instituto de Medicina Genómica lanzó
para participar en el curso «Bioinformática: Acceso a
la secuencia del genoma humano», a celebrarse en febrero y al
que sólo 30 investigadores de todo el mundo podrán asistir.
Responsable de siete proyectos de investigación apoyados por
Conacyt, y profesor- investigador en la Universidad de las Américas-Puebla
durante diez años y en la Universidad Veracruzana durante veinticinco,
actualmente es miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde
su fundación en 1984 y decano de la Facultad de Física
e Inteligencia Artificial de la UV, donde desarrolla el proyecto «Código
de correctores de errores en Biología Molecular», que
cuenta con financiamiento Conacyt. |
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