Año 6 • No. 212  • Febrero 20 de 2006 Xalapa • Veracruz • México
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Si no tiene nada dentro de sí, el artista no puede tener algo que externar
Salvador Cruzado:
un clásico de corazón
Gina Sotelo
Los maestros deben tener cuidado: es muy fácil destruir a un muchacho en ciernes
Salvador Cruzado no es un artista ordinario. No es siquiera un ser común. Es un hombre que –en sus palabras– sabe que no tiene ni un minuto qué perder. Es el tiempo un lujo que ya desperdició demasiado en una –le parece– loca juventud.

Sin embargo, estas correrías le han dado una sabiduría que se refleja como fuerza interna, como una arrebatadora energía que canaliza en pintar, esculpir, cocinar, vivir al máximo.
Fue en Xico que descubrió el color. Habla de esto como si relatara el más grande descubrimiento de la humanidad: “Hay 64 millones de tonos de grises, del blanco al negro, absolutos (que no existen, por cierto)” y sus pupilas se dilatan, el calor sube a su rostro y las manos se le crispan.

Curtido más por la vida que por el frío del invierno, Cruzado habla de la pintura como un resultado externo de lo que llevamos por dentro: “Si te replanteas toda una serie de cuestionamientos a nivel interior, entonces tienes un acervo a exteriorizar. Si tú no tienes nada adentro, no puedes tener nada afuera. Al pintar empiezas con un cierto acervo de lo que crees que eres, lo cual es un misterio”.
Fue hace 40 años que Salvador Cruzado estudió en “La Esmeralda”: “Posiblemente la mejor escuela que ha existido, aunque ya no tiene la calidad que tenía antes”, recuerda el pintor y empieza a evocar a sus entrañables maestros: los nombres van desde Fernando Castro Pacheco, Francisco Zúñiga el escultor, hasta el catalán Benito Meseguer y Pepe Muñoz de quienes aprendió anatomía, oficio y lo más importante, la disciplina: “Ellos no me enseñaron casi nada, pero tampoco me coartaron nada. Como maestro de la facultad tengo mucho cuidado, se puede destruir muy fácil a un muchacho en ciernes con que le digas dos o tres idioteces: lo sé porque también fui alumno”.
Amante del pensamiento profundo, especialmente los del Asia y Medio Oriente, retoma un dicho que se le atribuye a Mahoma y que reza: “Mata señor a aquel que enseñe sin saber”. Así, Cruzado opina: “Si eso se pusiera en práctica, no habría escuelas, ahora parece que el oficio no vale. Y en educación no tenemos disciplina, hay algo que identifica a México y se llama desorganización. La educación es algo muy complicado”.

Salvador Cruzado descubrió la pintura en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, mejor conocida como “La Esmeralda”, un hermoso edificio con espectaculares ventanales. Entre monumentales caballetes de metal que tenían sus rueditas para moverlos con facilidad, gozaba de buena luz, buen espacio y buenos maestros.
Pero el color lo descubrió en Veracruz: “Ya estaba harto de México, vine a Xalapa que tampoco me gustó; fui a Coatepec y a Naolinco, éste me gustó mucho pero estaba muy lejos y descubrí Xico: la naturaleza me abrió una expectativa impresionante y de repente empecé a entender mi entorno natural, me dio la oportunidad de saber qué es el color”.
Quizá pocos han abordado de manera tan profunda el problema del color como Cruzado lo ha hecho durante los últimos 15 años, esto lo demuestra su obra y lo ejemplifica a manera de juego: “Las mamás les dicen a los niñitos que pinten un árbol café con hojas verdes, pero yo no he visto hasta ahora un tronco café. Lo que veo son violetas, lilas, azules, verdes y el ojo se ocupa de mezclarlos.

Autodefinido como un clásico de corazón, Cruzado reconoce en los griegos su inconmensurable poder creativo. Se levanta muy temprano diariamente, presume de ser buen cocinero, no pierde el tiempo, trabaja de manera apasionada: “Trabajo mucho, es la única forma de justificarme a mí mismo”.
Su vena creativa es muy variada, en pintura domina la técnica mixta sobre tela
–básicamente pinta árboles–, la otra son dibujos monotipos, la otra es de collages, ensambles en madera tridimensionales –con toda la basura de los carpinteros– y la última es la tridimensional que son auténticas esculturas: “Todo se enriquece mutuamente, llega el momento en que en mi estudio, que está bastante grande, ya no quepo”.

Salvador Cruzado, quien actualmente es investigador del Instituto de Artes Plásticas y maestro en la Facultad de Artes de la Universidad Veracruzana opina que toda pintura tiene una atracción para determinado tipo de gente, tiene sus simpatizantes: “Pero lo que atrae no es la materia, sino aquello que está detrás de la obra, lo que está implícito adentro, que tiene un reclamo para el espectador que sabe ver, eso es la gran riqueza de todas las artes gráficas”.

El pintor y escultor Salvador Cruzado expondrá a finales de este mes de febrero en el Ágora de la Ciudad. La exposición será inaugurada a partir de las 20 horas y en ésta podremos conocer su nueva obra así como también algunos de sus collages.