Wilhelm
Müller, poeta que vivió casi los mismos pocos años
que Schubert, se dedicó entre los años 1817 y 1829 a
recopilar una serie de historias de fuerte sabor popular y convertirlas
en poemas, a la manera de la compilación de Arnim y Brentano,
que más tarde sería el motivo de inspiración
para Des Knaben Wunderhorn (“El cuerno mágico del doncel”)
de Gustav Mahler.
Se trata de textos que plasman de manera sencilla y sin complicaciones
los sentimientos y anhelos humanos. Dos temas en la poesía
de Müller resultaron fascinantes para Schubert: la idea de un
viaje enigmático, prolongado y sin destino aparente, y la soledad.
La secuencia argumental que se aprecia en el ciclo La bella molinera
es, en realidad, la transposición del yo propio del compositor.
En un viaje motivado por extrañas y nunca claras circunstancias.
El nómada se encuentra con un molino montañés,
con el molinero y con la bella hija de éste. Consigue empleo
en ese lugar y con la muchacha sostiene un breve y apasionado romance,
que es interrumpido cuando la joven se aleja en busca de los brazos
de un cazador. Los estados de ánimo del enamorado, sus anhelos
y frustraciones, están reflejados de manera magistral por Schubert
sobre el planteamiento poético que otorga una extraordinaria
importancia a los elementos propios de la naturaleza que rodea al
protagonista.
Hacia el penúltimo lied de este amargo ciclo de canciones,
el viajero ya ha perdido toda esperanza de recuperar a la amada perdida.
Llegan ahora el dolor y un intento por lograr resignación:
Der Müller und der Bach, “El molinero y el arroyo”,
que es una suerte de diálogo entre dos de los elementos que
pueblan este desolado panorama musical.
El ciclo culmina con Des Baches Wiegenlied, “La canción
de cuna del arroyo”. Se ha dicho que es el más delicado
ejemplo de equilibrio en el sentido psicológico que es capaz
de transmitir la música de Schubert. Se trata de una canción
de arrullo transformada en hipnotizante marcha fúnebre, que
repite estrofa tras estrofa la misma melodía. En este canto
dolorido, cargado de pena, la voz ya no es del enamorado. Perdidas
toda esperanza e ilusiones, una cósmica fusión final
se da entre el viajero y el arroyo, algo que el compositor nos dejó
entrever en los primeros lieder de este ciclo. La traducción
del alemán a nuestra lengua es la siguiente: ¡Descansa
feliz, reposa tranquilo!
¡Cierra tus ojos!
Fatigado caminante, llegaste ya a tu hogar.
La fidelidad está en él,
y en mi casa permanecerás
hasta que el mar se beba los arroyos.
Te acostaré
en dulce lecho
de suave frescura
en diminuta cámara azul y cristalina.
¡Vengan, vengan aquí,
olas ondulantes, y acunemos
con nuestros cantos al muchacho que duerme!
Si en
el verde bosque
resuena un cuerno de caza,
fluiré ruidoso a tu alrededor
evitando que lo oigas.
¡No le dirijan sus miradas,
florecillas azules!
Turbarían
los sueños dulces de su reposo.
¡Vete, márchate lejos del puente del molino,
traviesa muchachita,
que no le despierte tu sombra!
¡Arrójame al agua tu fino pañuelito,
para que con él pueda cubrirle los ojos!
¡Buenas
noches, buenas noches!
¡Hasta que todo vuelva a despertar,
que el sueño procure reposo a tus alegrías
y calle tus pesares!
Surge la luna y se disipa,
se ve el fondo lejano del cielo,
¡qué inmenso es!, ¡qué
profundo es...!
En este
doloroso final, la absoluta desaparición del enamorado se
ilustra en su yo por completo absorbido por el torrente cristalino
de agua, fundido en el entorno que rodea el molino. Ya no nos ha
hablado la voz del viajero; fue la naturaleza quien se asignó
las palabras finales, en una sobrenatural despedida tan tierna como
estremecedora. Con el deseo de Gute Nacht, “Buenas noches”,
el arroyo, la noche y el profundo cielo acunarán eternamente
las penas de un corazón inmisericordemente destrozado. |