Año 6 • No. 218  • abril 3 de 2006 Xalapa • Veracruz • México
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  Schubert
es música, poesía, muerte y agua
Jorge Vázquez Pacheco
El agua es fuente de vida. Y el inicio de la vida conlleva en sí mismo el irremediable advenimiento de la muerte. Todo ser humano guarda plena conciencia de lo mismo, y no son pocos los artistas que se han sentido inspirados en esta realidad vital para la creación de sus obras. El compositor austriaco Franz Schubert (1797-1828), entre otros, adoptó lo anterior como una temática constante en su obra.

El periplo vital de este músico parece ser una ejemplificación contundente: sólo habría de vivir 31 años. Una trayectoria tan corta como improductiva económicamente, ya que nunca logró ganar lo suficiente como para vivir con decoro. Hasta el último año de su vida pudo contar con un piano propio y su muerte se dio en las condiciones más miserables.

Franz Schubert (1797-1828)

Schubert escribió cerca de 600 lieder, y entre ellos se cuentan tres de los ciclos más importantes que el Romanticismo registra en este renglón: Die schöne Müllerin (“La bella molinera”), Winterreise (“Viaje de invierno”) y Schwanengesang (“El canto del cisne”). En estos ciclos encontramos narraciones que exploran sentimientos y caracteres con numerosos fragmentos cargados de dramatismo trágico y sombrío.

En La bella molinera el personaje central es el agua. Sobre textos del poeta Wilhelm Müller, Schubert trabajó la línea vocal –asignada a la tesitura de barítono– con un apoyo pianístico de notable efervescencia; nos remite así al paisaje que nos muestra el bosque, un molino y el correr del agua al lado del molino mismo.
Wilhelm Müller, poeta que vivió casi los mismos pocos años que Schubert, se dedicó entre los años 1817 y 1829 a recopilar una serie de historias de fuerte sabor popular y convertirlas en poemas, a la manera de la compilación de Arnim y Brentano, que más tarde sería el motivo de inspiración para Des Knaben Wunderhorn (“El cuerno mágico del doncel”) de Gustav Mahler.

Se trata de textos que plasman de manera sencilla y sin complicaciones los sentimientos y anhelos humanos. Dos temas en la poesía de Müller resultaron fascinantes para Schubert: la idea de un viaje enigmático, prolongado y sin destino aparente, y la soledad. La secuencia argumental que se aprecia en el ciclo La bella molinera es, en realidad, la transposición del yo propio del compositor.

En un viaje motivado por extrañas y nunca claras circunstancias. El nómada se encuentra con un molino montañés, con el molinero y con la bella hija de éste. Consigue empleo en ese lugar y con la muchacha sostiene un breve y apasionado romance, que es interrumpido cuando la joven se aleja en busca de los brazos de un cazador. Los estados de ánimo del enamorado, sus anhelos y frustraciones, están reflejados de manera magistral por Schubert sobre el planteamiento poético que otorga una extraordinaria importancia a los elementos propios de la naturaleza que rodea al protagonista.

Hacia el penúltimo lied de este amargo ciclo de canciones, el viajero ya ha perdido toda esperanza de recuperar a la amada perdida. Llegan ahora el dolor y un intento por lograr resignación: Der Müller und der Bach, “El molinero y el arroyo”, que es una suerte de diálogo entre dos de los elementos que pueblan este desolado panorama musical.

El ciclo culmina con Des Baches Wiegenlied, “La canción de cuna del arroyo”. Se ha dicho que es el más delicado ejemplo de equilibrio en el sentido psicológico que es capaz de transmitir la música de Schubert. Se trata de una canción de arrullo transformada en hipnotizante marcha fúnebre, que repite estrofa tras estrofa la misma melodía. En este canto dolorido, cargado de pena, la voz ya no es del enamorado. Perdidas toda esperanza e ilusiones, una cósmica fusión final se da entre el viajero y el arroyo, algo que el compositor nos dejó entrever en los primeros lieder de este ciclo. La traducción del alemán a nuestra lengua es la siguiente:

¡Descansa feliz, reposa tranquilo!
¡Cierra tus ojos!
Fatigado caminante, llegaste ya a tu hogar.
La fidelidad está en él,
y en mi casa permanecerás
hasta que el mar se beba los arroyos.

Te acostaré en dulce lecho
de suave frescura
en diminuta cámara azul y cristalina.
¡Vengan, vengan aquí,
olas ondulantes, y acunemos
con nuestros cantos al muchacho que duerme!

Si en el verde bosque
resuena un cuerno de caza,
fluiré ruidoso a tu alrededor
evitando que lo oigas.
¡No le dirijan sus miradas,
florecillas azules!

Turbarían los sueños dulces de su reposo.
¡Vete, márchate lejos del puente del molino,
traviesa muchachita,
que no le despierte tu sombra!
¡Arrójame al agua tu fino pañuelito,
para que con él pueda cubrirle los ojos!

¡Buenas noches, buenas noches!
¡Hasta que todo vuelva a despertar,
que el sueño procure reposo a tus alegrías
y calle tus pesares!
Surge la luna y se disipa,
se ve el fondo lejano del cielo,
¡qué inmenso es!, ¡qué
profundo es...!

En este doloroso final, la absoluta desaparición del enamorado se ilustra en su yo por completo absorbido por el torrente cristalino de agua, fundido en el entorno que rodea el molino. Ya no nos ha hablado la voz del viajero; fue la naturaleza quien se asignó las palabras finales, en una sobrenatural despedida tan tierna como estremecedora. Con el deseo de Gute Nacht, “Buenas noches”, el arroyo, la noche y el profundo cielo acunarán eternamente las penas de un corazón inmisericordemente destrozado.