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Vuelve
a casa el Premio Cervantes
No soy, y no quiero ser,
una figura estatuaria: Sergio Pitol
Edgar Onofre |
Lo
que sentí en esos momentos fue satisfacción por mi vida,
dijo |
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Cuando
Sergio Pitol partió al primero de sus innumerables viajes,
salió del Puerto de Veracruz sin saber lo que le esperaba
del otro lado del mundo. Pero su última travesía la
realizó sabiendo de antemano que allende el Océano
Atlántico lo esperaban el Premio Cervantes –acaso el
Nobel de la lengua castellana–, el Premio Roger Caillois y,
de paso, la inmortalidad.
“No me diga eso. No, no, no. Lo que sentí en esos momentos
fue satisfacción por mi vida. Sentí que algo he hecho
con mi literatura. Que mis libros han tenido una trayectoria entre
muchos públicos y muchas lenguas”, atajó el
escritor veracruzano ante la perspectiva.
Eterno viajero, sea por tierra, mar o entre libros, Pitol Deméneghi
asegura que, entre mil, éste viaje tuvo un bouquet especial:
“Fue una cosa extraordinaria: el premio Cervantes, ya se sabe,
es el mayor de toda la lengua y tiene un peso inmenso no solamente
en el castellano, sino en el mundo entero… Todos los periódicos,
de Noruega, de Croacia, todos lo publicaron. Es una cosa extraordinaria,
extraordinaria, extraordinaria”, dijo al rememorar las primeras
reacciones de la prensa mundial frente al galardón.
Sin embargo, para el mundo de las letras mexicanas es evidente que
antes o después tendrá que erigirse una estatua en
su honor o bautizar con el nombre del veracruzano una de sus calles:
“Cuando me muera”, insistió. Y en lugar de esa
imagen, prefirió la que el escritor catalán Enrique
Vila-Matas le hizo llegar por correo electrónico: “Estaba
leyendo los correos que me imprimieron en la mañana. Unas
cosas muy hermosas, de Enrique Vila-Matas, que llegaron ayer”.
En el texto que el catalán escribió se puede leer:
“…Sergio Pitol, un escritor que llega al Cervantes en
su momento de mayor plenitud creativa, un escritor que en estos
últimos años ha nadado más que nunca contra
la corriente por el placer de dejarse llevar”. Y, al respecto,
el autor de El Arte de la Fuga y El Mago de Viena (entre tantos
otros), replicó: “Es lo que siento cuando trabajo,
cuando escribo, cuando tomo notas, cuando leo. Eso es lo que me
alegra”. |
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Agotado
por el trajín de la gloria, aseguró que desde hace dos
semanas necesitaba volver a casa: “Fue una cosa extraordinaria
volver aquí”, dijo. No obstante, el maestro de generaciones
de nuevos literatos y universitarios no ocultó la emoción
de recordar algunos significativos pormenores del viaje: “Fueron
cuatro meses de arreglos, de detalles. Un ejército del Ministerio
de Cultura estaba organizando todo, además de la Universidad
de Alcalá de Henares y la Casa Real. Tuve que ir dos veces
en esos cuatro meses para hacer algunas cosas y trabajar aquí
para otras”. |
Según narró, la expectación que sintió
antes de volar rumbo a España –tal y como lo había
manifestado a la prensa en numerosas ocasiones– desapareció
al llegar a los jardines que sirven de antesala al Paraninfo de la
Universidad de Alcalá de Henares. “Cuando llegué
(al Paraninfo) ya estaba muy seguro y viendo todas las caras de gente
que conozco y quiero. Todo mundo (que siguió la transmisión
de la ceremonia por televisión) vio la calidad de amistad que
se produjo”.
La ceremonia, explicó, “fue una cosa muy sofisticada
en los detalles, pero cuando empieza la ceremonia, no se sintió
nada de oficial o de superficial, sino todo natural y espléndido,
lleno de temperamentos”. Además, Pitol encontró
notable la organización del evento: “En un momento entra
la música de coro, en otro se abren unas ventanas y llega la
luz: todo eso apoya el acto, que es solemne pero muy natural, muy
humano. Se pudo ver a los Reyes, los académicos, con ninguna
tiesura”.
Como es natural, con el reconocimiento mundial de su obra, Pitol será
todavía más, si se puede, el tipo de literato al que
los jóvenes escritores aspiran. A partir de la experiencia
que ha tenido al frente de grupos de jóvenes, lo mismo en su
cátedra en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana
(UV) o como investigador literario, Pitol se ha visto constantemente
en contacto con escritores en gestación.
“He hecho varios talleres de creación literaria, tanto
aquí como en España, Colombia y Venezuela y siempre
empiezo por pedirles (a los jóvenes) que lean las 20 ó
25 entrevistas que (la editorial) ERA publicó con los más
extraordinarios escritores de la mitad del siglo pasado: ingleses,
americanos, franceses, italianos, latinoamericanos”.
En estos talleres, Pitol insistía a sus alumnos para que observaran
que cada escritor tiene una forma de hacer real la imaginación.
“Pero el común denominador era que todos (los escritores)
habían leído desde la secundaria, de la adolescencia
a la primera juventud, la mejor literatura del mundo”.
A veces, en las escuelas –explicó– a los jóvenes
les dictan una forma de iniciarse en el cuento o la novela, “y
les dicen que un buen final tiene que tener tal o cual cosa, como
si fueran matemáticas. Y hay muchos jóvenes escribiendo
esas cosas de manual que pueden ser nocivas, esos inicios y construcciones
y finales”.
He aquí el consejo de un Premio Cervantes para los jóvenes
escritores: “Hay que pensar, repetir las lecturas que más
les han llegado a su imaginación o inteligencia y desechar
otros escritores que son muy buenos pero que no están en ese
interior nuestro que es la imaginación y el conocimiento de
la lengua”. |
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