Año 6 • No. 224 • Mayo 29 de 2006 Xalapa • Veracruz • México
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  Nuestra Otra Voz
Dhipaak: el culto al maíz entre los teenek
de la Sierra de Otontepec
Nelly I. del Ángel Flores
(Guía Académica UNAPEI-UV)
La Sierra de Otontepec se localiza en la Huasteca Veracruzana. A sus faldas se asientan los municipios de Cerro Azul, Naranjos, Tancoco, Chinampa de Gorostiza, Tamalín, Tantima, Citlaltepetl, Chontla, Santa María Ixcatepec y Tepetzintla. Comparten el territorio poblaciones mestizas y dos grupos étnicos, los nahuas o mexicanos y los teenek o Huastecos, que es el que nos ocupa en esta ocasión.

El clima de las poblaciones que circundan a la sierra es generalmente seco y caluroso, con una temporada de lluvias al final del otoño y frío agudo en el invierno. De la sierra se proveen de árboles maderables como encinos, cedro, caoba y palo de rosa, de productos comestibles como hongos y algunos animales y vegetales. Además de que también en su seno nacen caudales de arroyos que recorren las extensiones de los municipios.
Pero la sierra no es lo único que identifica a estos municipios, todos los grupos que se ubican en las planicies de la Sierra de Otontepec, comparten elementos culturales que se manifiestan en sus tradiciones y creencias, en las fiestas, la comida, danzas, música, artesanías y los rituales religiosos y agrícolas.

Entre los grupos teenek de la Sierra de Otontepec, existe una conjunción entre el ciclo festivo y el agrario. Así, las ceremonias están generalmente vinculadas al ciclo agrícola, es decir al periodo de siembra, cosecha y pizca, cuya intención es propiciar o incidir sobre la naturaleza, y/o las deidades, para que los provean de buenos y abundantes cultivos.

Los rituales indígenas teenek, deben entenderse como producto de una cosmovisión religiosa que integra antiguos cultos prehispánicos y concepciones que provienen del catolicismo que llegó a lo que hoy es nuestro país, con los conquistadores españoles.

En algunas comunidades teenek de la Sierra de Otontepec, tiene lugar un importante ritual de carácter propiciatorio, el Dhipaak. Este ritual se integra al proceso de producción agrícola como una parte mágico-religiosa que tiene la finalidad de incidir en las fuerzas de la naturaleza, para que éstas sean benéficas a las cosechas. Se lleva a cabo en diversos lugares, siendo los más frecuentes los campos de cultivo y los cerros; aunque recientemente estos lugares han sido suplidos por capillas. El Dhipaak es un ritual familiar, dirigido a la deidad del mismo nombre, a la madre tierra y a Dios, con el propósito de agradecer y pedir buenas y mejores cosechas en las siembras de maíz. Dhipaak, es para algunas comunidades teenek “el papá del maíz” o “espíritu del maíz”, en otras se le reconoce como “el dios de la fertilidad” y a la vez significa maíz o mazorca. Se dice que todo huasteco está hecho de maíz.

Al finalizar la cosecha en los meses de enero, febrero y hasta marzo, en cada hogar, el padre de familia o dueño de la casa, invita a cuatro niñas y un niño, todos de entre 6 y 7 años, para efectuar el Dhipaak. Las niñas portan en la cabeza una corona hecha de Kaxiy wich (flor de sempasuchitl) y un cántaro de barro, pintado en rojo con decorativos florales.

Al pie del “Santito” (altar), que se ha colocado para la ocasión, se ponen 7 o 14 mazorcas, en el caso de que sean de dos variedades (amarillo y morado), que son adornadas con collares de Kaxiy wich. Delante de este altar se encuentra una mesa en la que las niñas se sientan a degustar el caldo de pollo y el atole que han preparado para ellas, la familia anfitriona las vigila, en tanto que el niño copalea el altar, las mazorcas, la familia y la comida.

Mientras comen, el dueño de la casa da a las niñas un “topo de caña” (más o menos 1/4 litro de aguardiente), la primera simula dar un trago y lo pasa a las siguientes, que hacen lo mismo; el niño da un trago de caña y lo escupe al altar. Cuando las niñas terminan de comer, el dueño de la casa reparte las mazorcas, dos o tres a cada niña y las restantes entre el niño y los familiares que han presenciado el ritual, en un acto de “compartir la suerte”, pero conserva los “collarcitos” que las adornaban.

Posteriormente, toda la familia va a la milpa para enterrar ahí los huesos de pollo que las niñas dejaron, cuelgan los collarcitos en las matas secas de maíz que han quedado en pie después de la pizca y esparcen por toda la milpa, el topo de aguardiente que antes las niñas han simulado tomar. Con este ritual los teenek suministran alimentos a la tierra, para agradarla, retribuir y agradecer todos los parabienes que brinda y tal como mencioné antes, asegurar la fertilidad y el beneficio en las cosechas futuras.