Actualmente,
más de 180 comunidades que conforman la Cuenca del río
Bobos tienen ascendencia indígena y además viven marginadas.
Esta es la situación que prevalece hoy en día en la
región. Así lo afirma la mayoría de la gente
que emigró a esta zona, que vive y guarda en sus recuerdos
las anécdotas de sus abuelos.
Incluso en los municipios de Atzalan, Martínez de la Torre,
Misantla, Nautla, Tlapacoyan y San Rafael, encontramos algunas familias
que todavía hablan náhuatl, y en menor grado el Totonaco.
Sin embargo, esta presencia, al interior de los gobiernos municipales,
no se quiere reconocer, porque la mayoría de ellos ya no
visten como en sus orígenes, algunos ya no hablan la lengua
materna y otros ya no practican sus costumbres.
Pero basta con retroceder un poco en el tiempo para convencernos
de que esta región anteriormente era habitada por totonacos.
De acuerdo con los vestigios arqueológicos, hasta donde se
sabe, los totonacos fueron los primeros en ocupar esta región.
El segundo asentamiento ocurrió con la llegada de españoles
y afro-mestizos en el siglo XVI y el tercero se da con la llegada
de franceses e italianos en el Siglo XIX.
En este mismo siglo y parte del XX, se empezaron a dar las grandes
migraciones de gente indígena hacia la Cuenca, algunas buscando
trabajo y otras abriéndose paso mediante el comercio; muchas
de éstas eran procedentes del centro de Veracruz, gran parte
de la sierra norte de Puebla y de otros estados como Jalisco, Oaxaca
e Hidalgo. Dichas familias, con el paso del tiempo y con el establecimiento
de los ingenios azucareros de Villa Independencia y Libertad, de
Martínez de la Torre y Misantla respectivamente, se fueron
quedando. Así empezaron a surgir los primeros ejidos y congregaciones.
Siempre estamos acostumbrados a ver a los indígenas en grupos
y en determinados lugares. Pero en México no hay reservas
como en Estados Unidos. Por lo tanto, las familias indígenas
no siempre se conglomeran en un solo lugar, muchas se diseminan
como ocurre actualmente en el medio urbano. La cuenca del río
Bobos, como área intercultural, no está exenta de
esta situación.
El hecho de que muchos ya no hablen una lengua indígena en
la región no significa que no pertenezcan a una etnia o cultura.
Una persona puede ser indígena, sin que necesariamente domine
su propia lengua o bien puede pertenecer a una cultura totalmente
diferente a la suya y puede hablar la lengua de otro grupo.
Actualmente en la región existen reminiscencias de muchas
manifestaciones y prácticas culturales de los últimos
asentamientos: por ejemplo, la manera de organizarse para hacer
sus fiestas patronales, celebrar los todos santos, la forma de hacer
pan al estilo francés, o de preparar ciertos alimentos, la
práctica de ciertas curaciones, la costumbre de contar cuentos,
la memoria histórica, entre otros. Pero muchas otras ya se
han perdido, porque la misma gente fue marginada a raíz de
practicarlas o en su defecto, por diversas situaciones no pudo reproducir
su cultura. La explicación es histórica y por consiguiente
hay que buscarla en la historia.
Por eso ahora en la región la gente ya no quiere hablar náhuatl
ni totonaco, aunque lo sepan o lo entiendan. La lengua y la cultura
francesas, también se están viendo amenazadas, simple
y sencillamente porque ya no se transmiten.
Sin embargo, la presencia de gente venida de diversos lugares, con
diferentes creencias y costumbres dio origen a una cultura regional
propia, la cual en este momento reafirma que estos pueblos son parte
del Totonacapan actual.
Sin embargo, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los
Pueblos Indígenas (CDI) desconoce esta información.
Es necesario que por lo menos el Gobierno del estado sepa que en
la Cuenca del Río Bobos existe un alto grado de marginación
y que muchas necesidades aun no se han atendido. Los programas deben
surgir desde abajo y no venir desde arriba. Ojala y las autoridades
municipales, instituciones educativas, universidades e instituciones
culturales, entre otras, pongan su mirada en esta situación. |