Año 6 • No. 241 • octubre 9 de 2005 Xalapa • Veracruz • México
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La organización universitaria ante los retos del mundo actual: necesidad de renovación
Jessica Badillo Guzmán
(Instituto de Investigaciones en Educación)

En las últimas décadas, las formas de vida social han ido transformándose y se han sucedido una serie de innovaciones en distintas áreas que impactan directamente a la educación, tales como las innovaciones tecnológicas y de comunicación. Cada vez más, las instituciones de educación superior enfrentan nuevos desafíos (elevar la calidad educativa, modificar su estructura interna para dar mayor y mejor atención a las demandas de la sociedad), nuevas tareas (brindar mayor apoyo a la trayectoria del estudiante, modificar sus modelos educativos incorporando la flexibilidad y la transversalidad) y nuevas responsabilidades (generar y distribuir socialmente el conocimiento), derivadas todas ellas de las incesantes transformaciones que nuestro mundo va experimentado. A medida que la situación nacional y mundial cambia, nuevas formas de aprender van apareciendo y se hace cada vez más evidente la necesidad de renovación en las universidades.

Desde organismos internacionales (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, el Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe de la UNESCO), como nacionales (la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, la Subsecretaría de Educación Superior) han emanado documentos que puntualizan la urgencia de cambios profundos en las estructuras organizacionales y pedagógicas de las instituciones de educación superior.

En el caso de la Universidad Veracruzana, grandes pasos se han dado en cuanto a los aspectos anteriores, pero existen también elementos por atender. Por una parte, la Universidad cuenta ya con un Modelo Educativo Integral Flexible (MEIF) el cual se inscribe dentro de las pautas internacionales de educación superior, favorece la autonomía del estudiante y enfatiza la adquisición de valores y habilidades que proporcionen al individuo una formación integral desde un enfoque basado en competencias.

Pero por otra parte, en cuanto a la estructura organizacional, la Universidad ha venido funcionando por más de sesenta años bajo el modelo de organización por facultades e institutos, el cual históricamente ha limitado la plena realización de las funciones sustantivas de la Universidad, convirtiéndola en una universidad de docencia.

Tanto en licenciatura como en posgrado, la organización por facultades ha restado importancia a la unidad entre docencia e investigación, pues muchos de los docentes no son investigadores, y muchos de los investigadores no realizan docencia. Se ha ubicado a la investigación como objeto de los institutos y a las facultades como trasmisoras de conocimientos, cuando ambos deberían funcionar como entidades de producción y distribución de conocimiento. Al permanecer como ajena a la investigación, la facultad trabaja bajo los mismos esquemas de antaño; la investigación, al estar desvinculada de la docencia, no aplica sus descubrimientos en beneficio de la formación del estudiante.

Por otra parte, en el modelo de organización por facultades e institutos, tal como señala Meneses (1971), la experiencia educativa va al estudiante y no el estudiante a la experiencia educativa, ya que la facultad fija cursos y horarios a los que el estudiante debe ajustarse, lo que se contrapone con la flexibilidad del MEIF.

El entorno se transforma y el conocimiento al interior de la Universidad se vuelve estático, noción por demás contradictoria. La Universidad sigue reproduciendo sus viejos modos, cuando requiere de nuevas estructuras que posibiliten la producción y distribución social del saber. Se ha venido trabajando bajo una forma de organización académica que, si bien pudo haber dado respuesta a las expectativas de su época, ha dejado de ser funcional en la situación actual, por lo que se puede afirmar que el modelo organizacional universitario ha llegado al punto en que se ve agotado.

Desde esta perspectiva, la necesidad de renovación de la estructura académica y administrativa de la Universidad es ineludible, pues sólo a través de ella se podrá responder de manera eficaz y eficiente a las demandas del entorno, a las necesidades de formación de los estudiantes y a las responsabilidades sociales que recaen sobre nuestra Universidad como institución de educación superior pública.

La renovación de la organización universitaria deberá dar cabida a la unidad de investigación y docencia, favorecer la flexibilidad y la integralidad del MEIF, propiciar la comunicación horizontal entre las distintas áreas y facilitar el trabajo interdisciplinario, además de contribuir al fortalecimiento de la relación universidad-sociedad.

Esta renovación conlleva un proceso arduo que implica en primera instancia, un autoconocimiento institucional: saber en qué condiciones nos encontramos y qué resultados estamos obteniendo, para ver hacia dónde tenemos que dirigir los esfuerzos de renovación. Implica además, poner los intereses institucionales por encima de los personales, aspecto que habla del compromiso que como miembros de la Universidad hemos adquirido y debemos hacer evidente siendo agentes activos del cambio, y no agentes pasivos o renuentes a la trasformación por defender usos y costumbres del pasado que la historia ya cambió. Sólo de esta manera podremos avanzar en el crecimiento de nuestra Universidad y seguir el camino hacia nuevas plataformas de conocimiento.