La
arquitectura está íntimamente vinculada con lo humano
y lo social, o debería de estarlo, pues una vivienda es
mucho más que una construcción, es un proyecto de
vida, un producto cultural, además de tecnológico,
y un símbolo que podemos decodificar, o lo fue en algún
tiempo, antes de que se popularizara la vivienda estándar
de interés social. Esta visión es la que Horacio
Albalat propone retomar.
Albalat estudió arquitectura en Argentina, ha trabajado
en México desarrollando y difundiendo alternativas sustentables
para la vivienda urbana y rural; recientemente participó
como instructor de uno de los módulos del diplomado Arquitectura
y medio ambiente que la Facultad de Arquitectura de la Universidad
Veracruzana (UV) imparte.
La casa es siempre una necesidad vital, asegura el arquitecto,
pero va mucho más allá de lo estrictamente tecnológico:
“Todas las implicaciones de crear un lugar donde vivir que
cumpla las expectativas de su propietario –desde lo caprichoso
hasta lo técnicamente necesario– nos demuestra la
necesidad de que el arquitecto, igual que otros profesionistas,
tenga una formación humanística más sólida
que influya en sus actividades futuras”.
Y es que según Albalat, los arquitectos a veces no reflexionan
cómo son las personas que va a habitar esa vivienda, lo
que les puede gustar o disgustar, o los usos que le darán
a cada espacio, por eso terminan haciendo lo más extravagante
o grandes esculturas “vivibles” en donde finalmente
el dueño se siente ajeno.
Este problema se agudiza en las viviendas de interés social
donde todas las casas son iguales, independientemente de dónde
se encuentren, como si todas las familias fueran iguales, o como
si todas las condiciones climáticas, geográficas,
culturales, económicas o sociales fueran iguales.
Considerando esos extremos es que Albalat propone retomar de manera
más decidida la visión humanística en la
arquitectura, que contemple las diferencias en todos estos factores,
contrario a lo que paradójicamente sucede: que la arquitectura
social tiende a la arquitectura deshumanizada y descontextualizada:
“Tampoco siento que sea fácil resolverlo, pero creo
que es un desafío que como arquitectos y urbanistas debemos
resolver”, afirmó.
Lo mismo sucede con la naturaleza, dijo; por ejemplo, un multifamiliar
tiene las mismas características en Veracruz, en Chihuahua,
o en Toluca, obligando a las personas a usar ventiladores (con
el consecuente gasto de energía) si hace calor, calefactores
si hace frío, iluminación extra si tienen ventanas
pequeñas o si la ciudad normalmente tiene poca luz.
De hecho, las cuestiones relacionadas con la adaptación
al clima, la ventilación o la calefacción, en otras
circunstancias se solucionaban a través de la misma arquitectura:
“Los techos altos, las ventilaciones naturales, los aleros
grandes o claraboyas funcionaron tradicionalmente para contrarrestar
estos factores, pero la comodidad y el consumismo han cambiado
nuestras prácticas”.
Parte del conocimiento que Albalat transmitió a los arquitectos
que participan en el Diplomado se relaciona con esas prácticas
que aprovechan desde la arquitectura los recursos naturales (agua,
luminosidad, ventilación, calefacción o energía)
y que permiten al profesionista proponer diseños creativos
ecológicos y sustentables: “Esta perspectiva nos
deja muy claro que desde nuestra trinchera también podemos
y debemos preservar el medio ambiente”.
Cabe decir que en la UV, el programa de estudios de la licenciatura
en Arquitectura incluye algunas materias relacionadas con el área
humanística, por ejemplo los cursos de Antropología
social I y II, que llevan en los primeros semestres, o el taller
de Diagnóstico comunitario, aunque la visión humanística
en la arquitectura, según esta propuesta, debe ser más
profunda.