Año 6 • No. 263 • abril 23 de 2007

Xalapa • Veracruz • México
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¿Por qué nos enamoramos?: Un enfoque neuroetológico

(Primera de tres partes)

Por Genaro A. Coria-Ávila
Médico Veterinario Zootecnista, Maestro en Neuroetología y Doctorado en Neurociencias Comportamentales. Investigador del Instituto de Neuroetología, Universidad Veracruzana.
Genaro.Coria@correoneuro.net
Dicen que explicarle a alguien lo que es el amor romántico es tan difícil como explicar lo que es el viento. No importa cuántos libros se lean al respecto; la verdad es que uno debe sentirlo para saber de lo que se trata. Sin embargo, de manera general podemos decir que “El amor” es un nombre que hemos elegido para llamarle a un conjunto de emociones y comportamientos que ocurren como resultado de un vínculo afectivo positivo entre dos personas. Al igual que el viento, las emociones no se pueden ver, pero sí el efecto que producen a su paso; en este caso, sobre el comportamiento. Entonces, desde el punto de vista de la neuroetología (ciencia que estudia el cerebro y el comportamiento animal) las emociones que se viven durante episodios románticos son expresiones de motivación complejas que conllevan a comportamientos específicos, los cuales pueden ser medidos de una manera objetiva y analizarse. La pregunta es, ¿cuáles son esos comportamientos? y ¿para qué sirven en la vida de un individuo? Muchas preguntas como las anteriores se han podido responder con la ayuda de modelos de estudio del comportamiento en animales.

El amor romántico que conocemos en los humanos tiene sus vestigios en las preferencias de pareja que existen en todos los animales con reproducción sexual. Las preferencias de pareja se observan comúnmente cuando un individuo pasa más tiempo junto a la pareja potencial, le visita más frecuentemente y muestra comportamientos de cortejo que normalmente conllevan al apareamiento. Dependiendo de la naturaleza de cada especie, las preferencias de pareja pueden ser más o menos selectivas y con mayor o menor duración. Por ejemplo, una especie de roedores conocidos como ratones de pradera (Microtus Ochrogaster) encontrados principalmente al Este de los Estados Unidos, se consideran una especie monógama, ya que la preferencia de pareja que demuestran es exclusivamente dirigida hacia un individuo en particular, con el cual pasan más tiempo, copulan y cuidan a las crías. El vínculo afectivo que los hace estar juntos se desencadena principalmente después de la cópula y una vez formado ninguno de los dos copulará con alguien más. Además, si algún otro individuo pretende cortejar a uno de ellos, la pareja responderá con comportamientos de agresión hacia el individuo extraño.

Por otro lado, existen especies de roedores consideradas polígamas porque no muestran preferencias de pareja exclusivas, como los ratones de montana (Microtus montanus), encontrados principalmente al Oeste de los Estados Unidos. Esta especie también muestra preferencias de pareja, pero a diferencia de los roedores monógamos, los ratones de Montana no desarrollan vínculos afectivos selectivos y/o exclusivos hacia una pareja en particular. Más bien pueden tener preferencias por varios individuos que tengan una o varias características similares, además de que el macho y la hembra que se aparean no cuidan juntos a las crías y en caso de que algún otro individuo corteje a la pareja no se desencadenan comportamientos de agresión. Algunos investigadores han sugerido que estudiar y entender los mecanismos neurales que hacen a un individuo monógamo o polígamo, podría ayudarnos a comprender por qué los humanos nos enamoramos o nos desenamoramos y cuál de los dos sistemas de apareamiento nos corresponde como especie.

Estudios previos han mostrado que las diferencias observadas en las dos especies de roedores mencionadas, dependen de ciertas diferencias ecológicas, neurales y genéticas. Por ejemplo, los ratones monógamos viven dispersos en las praderas, donde hay más dificultad para encontrar alimento y parejas para aparearse. Por el contrario, los ratones polígamos viven menos dispersos y en lugares de más abundancia. Por lo tanto, encontrar comida y pareja es más fácil para la especie polígama. De acuerdo con esto, uno podría pensar que ser monógamo o polígamo depende de la cantidad de comida y parejas que estén disponibles; sin embargo, esto no es del todo verdad debido a que se ha demostrado que un ratón monógamo no se convierte en polígamo por el hecho de tener más alimento o más parejas disponibles. De hecho, a pesar de la abundancia de parejas potenciales, los machos o hembras monógamos elegirán a uno para copular, y a partir de eso desarrollarán un vínculo afectivo que los llevará a ser mutuamente selectivos, ignorando al resto. De una manera similar, un ratón polígamo no se convierte en monógamo cuando la disponibilidad de parejas para aparearse se reduce a un individuo, y tan pronto como haya oportunidad, el ratón polígamo copulará con más parejas potenciales.