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Muestra
la evolución de un escultor siempre joven
Homenaje a Rafael Villar
en Junio Musical
Gina Sotelo |
En
honor a la larga trayectoria del artista veracruzano Rafael Villar,
el Festival Junio Musical rinde un homenaje, a la vez que muestra
una retrospectiva de su obra. La exposición, que cuenta con
piezas de reciente creación, se inauguró el pasado jueves
14 de junio en la Sala de Exposiciones Temporales del Museo de Antropología.
Hombre de personalidad inquieta es Rafael Villar, a quien Graciela
Kartofel ha llamado como poseedor de dos etapas siempre jóvenes.
Una es la vida de joven con la madurez de adulto; la otra, la rejuvenecida
del hombre maduro que acrecienta la vitalidad de su obra con el paso
del tiempo: “Que no se repite en sus plateos estéticos
y que busca arriesgar en cada obra”. |
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Al apreciar la obra de Villar, el espectador puede darse cuenta de
que, como en gran parte de la escultura moderna, su trabajo no surge
en cuanto a un tema ni lo representa a él como sujeto.
El objetivo para Villar, el gran chiste del trabajo, el reto único
y primero es tallar, generar tridimensionalidad de la madera, revelar
la obra dentro de lo que alguna vez fuera árbol, volverle a
dar vida ahora transformado en otra cosa, en un objeto estético.
La obra de Villar no se repite, evoluciona.
Dándole gran valor a la talla en madera y piedra, Villar desde
niño tuvo gran contacto con la naturaleza, proveedora suprema
de la materia prima en su natal Tlacotalpan. Es en Xalapa donde conoció
a Kiyoshi Takahashi siendo apenas un adolescente. Con el japonés
y con Fernando Vilchis es que estudia grabado y escultura, se destaca
en las dos disciplinas pero elige como amor eterno la escultura.
Hay en la escultura de Villar una experimentación natural,
en su caso es más que un interés personal, una necesidad.
Busca la interacción con el espectador, pues la obra sólo
sugiere la forma, le toca a quien la aprecia descifrar en mensaje
mientras se entabla el diálogo. A la madera –como citaba
el propio Miguel Ángel– la despoja de lo innecesario.
Por línea directa se influencia por la escultura precolombina,
suma a su bagaje sus experiencias en el Japón, lo que acentúa
en la escultura de Villar un carácter más global, menos
local. Gran fuerza interna exteriorizan la belleza de sus formas,
una vez terminadas, sus esculturas no le pertenecen más, lo
han superado, tienen vida propia.
Rafael Villar no niega la marca que el japonés imprimió
no sólo en su mano, sino en su mente. Buscador incansable,
últimamente le atraen los pequeños formatos, su actividad
docente lo renueva de manera continua inyectando una vitalidad evidente
a su trabajo.
Las maderas de la zona cambian en sus manos. Con el paso de los años,
cuando el oficio es el que manda, Villar ha entablado una estrecha
relación con los árboles que tras un largo tratamiento
se vuelven duros y resistentes. Ardua tarea considerando la extrema
humedad de la zona. Como su antiguo maestro, son las culturas precolombinas
y las experiencias en Japón las que le han acentuado
el estilo.
Hay serenidad en sus obras, una fuerza interior que emana de ellas,
aun de las más pequeñas. La escultura de Villar es tranquila,
es detallada, es cuidada, revela en mucho la esencia de su autor,
su pasado, su presente, aquello que lo mueve a construir su futuro.
Si algo podría calificar sus esculturas es el equilibrio que
poseen. Apreciarlas y abarcarlas con la mirada hace recordar las palabras
de Constantin Brancusi
–evidente influencia en la escultura de Villar–, quien
dijo alguna vez: “La sencillez no es un fin en el arte, pero
solemos llegar a la sencillez cuando nos acercamos al sentido verdadero
de las cosas”.
Son formas entre abstractas y orgánicas que muestran cuán
lejos dejó su autor las representaciones figurativas que siendo
un estudiante exploró. De superficies relucientes, curvas sensuales
y graciosas, cada elemento de ha sido reducido a su mínima
expresión: armonía poética, bellas variantes.
Prolífico artista, el escultor, que ha transitado por muchos
cambios estilísticos en su carrera, despoja suavemente a la
madera de sus restantes, de ese recubrimiento que esconde –mas
sugiere– su potencialidad. |
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