La violencia en México no se limita a la violencia física,
existen otras formas: la violencia económica y la moral o simbólica
y afecta particularmente a los jóvenes, a los pobres y, en
general, a la población más vulnerable, manifestó
Leticia Cufré Marchetto, miembro del Instituto de Investigaciones
Psicológicas de la Universidad Veracruzana (UV).
De acuerdo con la investigadora, cuyos estudios giran en torno a la
relación entre subjetividad y violencia, el psicoanalista francés
Cristophe Dejours, ya habla de la “banalización del sufrimiento
social” y refiere que nos hemos acostumbrado al sufrimiento:
“Incluso al innecesario –comentó la académica–;
es muy notorio en la banalidad de los discursos ante los crímenes
más terribles”.
Para Dejours, la función de esos discursos –aunque no
siempre la intención consciente de los que los sostienen–
es la desvinculación entre el sufrimiento humano de la injusticia
social que lo provoca, explicó Leticia Cufré. |
Es
difícil reconocer la violencia dentro de nosotros mismos, por
eso solemos ser cómplices de la de los demás, para ocultar
la nuestra, agregó la académica. “La pregunta
es cómo buenas personas, con un trabajo más o menos
satisfactorio, con un nivel de vida y de educación promedio,
admiten el sufrimiento de los otros como algo normal y cotidiano,
cómo pueden no sensibilizarse al sufrimiento
de otros”.
Comentó que la adaptación acrítica –a veces
cómplice– a una realidad violenta, ha pasado a ser parte
de nuestra manera de sobrevivir, así nos acostumbramos a la
corrupción y a la discriminación, renunciando a valores
esenciales a nuestra persona. La investigadora explicó que
los seres humanos “hacemos muchas cosas para sobrevivir, no
sólo perdurar físicamente sino también psicológicamente.
La
escalada de la violencia
“Frente a la escalada de violencia, la adaptación es
muy cruel porque las defensas que se deben elaborar para sobrevivir,
nos hacen insensibles, no sólo al sufrimiento, sino también
al placer”, añadió. “Resulta que para
poder negar o ignorar el hecho violento, debemos desvincularnos
de parte de nuestros propios sentimientos”, precisó
Cufré Marchetto.
“Parece que para sobrevivir podemos hacer cualquier cosa en
cualquier lugar y si nos ponen en condiciones de sufrimiento, de
presión y de impunidad e irresponsabilidad, podemos hacer
cosas terribles y acostumbrarnos a ellas”. Es como una estructura
subjetiva que te permite vivir ignorando las partes desagradables
de la realidad, explicó la investigadora.
De esta manera, “es muy difícil que quienes deberían
protegernos del abuso se hagan responsables o que se identifique
a los culpables, sobre todo si tienen alguna relación con
el poder”.
Recortar
presupuestos a la educación también es violencia
Respecto de las inquietudes que existen por saber si nuestro país
llegará a tener problemas de violencia tan graves como los
de otros países, Cufré respondió que no puede
hacer predicciones, pero que quizá deberíamos preocuparnos
más por la violencia actual en nuestro país.
“¿Bajar los presupuestos de educación? Eso es
violencia, sobre todo considerando las necesidades de todos y quiénes
son los afectados, ejemplificó la investigadora, también
el desempleo es violencia.”
La educación pública ha sufrido en los últimos
años múltiples recortes presupuestarios que se hacen
sentir sobre todo en la población con menos recursos; las
universidades públicas son un ejemplo, sus egresados cada
vez tienen más dificultades para acceder a buenos trabajos,
la violencia del poder es una forma de violencia, puntualizó
Cufré.
Otra
forma de violencia: la del poder
Precisó que ejercer el poder es difícil y la salida
violenta siempre es una tentación de la vía rápida.
“Mientras sigas considerando que la única ley es la
de la mayor ganancia las decisiones que tomen las personas que detentan
el poder tenderán a beneficiar a los grupos que los sostienen”.
El resto de la población, en una espera desalentadora, suele
acabar aceptando los discursos oficiales que nos dicen que es algo
“natural”.
El uso de términos como “daño colateral”
y “el costo del progreso” son ejemplo de que nos acostumbramos
al cinismo de los discursos. “Son costos altos que no podemos
medirlos, porque aquí no hay un precio estipulado y también
hay fragilidades subjetivas en el sentido que hay gente que sufre
más que otros y que reacciona, tiene menos defensas y menos
mecanismos para preservarse”.
El conflicto más grave –subrayó– radica
en que la gente se acostumbre a que las cosas sean así: “En
lo que se refiere a la cultura, que es colectiva, social, por definición,
se va privatizando todo lo que se construyó con tanto esfuerzo
y el beneficio le queda a unos pocos y el esfuerzo y el trabajo
a muchos”.
No obstante, enfatizó que esta tendencia no es necesariamente
fatal y quizás haya posibilidades de revertirla, ya que actualmente
hay muchas personas planteando alternativas, “no muy claras
aún, ni totalmente acabadas, pero que abren puertas y despiertan
conciencias”. |