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Las
animaciones
de Miyazaki
Roberto Ortiz Escobar |
Dentro
del ciclo de cine oriental programado por el Cine Club de la Universidad
Veracruzana (UV), esta semana veremos dos películas animadas
del legendario Hayao Miyazaki, amante de los comics que a los 22 años
se incorporó a la compañía Toei con el clásico
animado La princesa encantada (1968, de Isao Takahata). De su etapa
inicial se recuerdan Las aventuras de Panda (1972-73) y la serie televisiva
de gran difusión en México Heidi (1974). La ópera
prima que confirmó su talento sería Lupin en el castillo
de Cagliostro (1979), inspirada en películas francesas y rusas.
Con la creación de la compañía Ghibli, Miyazaki
hizo Nausica en el valle del viento (1982), de planteamientos visuales
novedosos, y Laputa, la fortaleza celeste (1985), obra de maduración
que confirmó su preocupación por la ecología,
la aventura y la aeronáutica.
Las películas que se proyectarán en el Aula Clavijero
de Juárez 55 serán La princesa Mononoke (1999), considerada
su obra maestra, y El viaje de Chihiro (2001), coronación de
una trayectoria de más de 30 años en la animación
japonesa avalada por los principales premios de Berlín (Oso
de Oro) y de Hollywood (Oscar).
Varios elementos hermanan temáticamente a las dos cintas. Por
un lado, los mitos y pronunciamientos religiosos nipones a propósito
de las cosas de la naturaleza animadas por deidades. Por la otra,
los héroes complejos que deben aprender, curarse y reivindicarse
efectuando un viaje sinuoso poblado por seres curiosos o eventos extraordinarios,
y donde la fortaleza femenina se despliega con donaire.
En La princesa Mononoke el entorno medieval funciona en tanto manejo
adecuado de costumbres comunales. Sin embargo, la vasta fauna que
rodea y enfrenta constantemente al héroe (lobos, antílopes,
jabalíes, etcétera) da cuenta de un ambiente hostil
y de violencia permanente que pone en juego las habilidades y la intencionalidad
de los actos humanos. Apenas se sortea satisfactoriamente una agresión
cuando la atmósfera siniestra ensombrece el destino del personaje
central. Y no se trata de la aventura por la aventura misma, sino
de la mirada humana que establece a cada momento inquietudes, principios,
miedos y la necesidad imperiosa de lograr la comunión con la
naturaleza.
De exhibición comercial relativa en nuestro país (solamente
28 salas al estrenarse en el Distrito Federal) pero comprensible por
la integración en la producción de la compañía
Pixar, El viaje de Chihiro nos invita al viaje de una niña
de diez años que al cambiar de hogar experimenta una serie
de fenómenos asombrosos (sus padres se convierten en cerdos,
aparece un bebé gigantesco consentido en demasía, Chihiro
se vuelve esclava de una bruja con tal de rescatar a sus progenitores).
De atmósfera terrorífica por momentos, la cinta se desprende
del sentimentalismo de la animación tradicional, convidándonos
un personaje infantil que en su tránsito a la pubertad deberá
atravesar un túnel como acto simbólico de trasgresión
y factible encuentro con la amistad.
La princesa Mononoke se exhibe el miércoles, El viaje de Chihiro
pasa el viernes a las 18:00 horas. La entrada es gratuita. |
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