Año 8 • No. 290 • Noviembre 19 de 2007 Xalapa • Veracruz • México
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El miedo no sirve
de nada
Enrique Romero Nava
Estudiante del primer semestre de la carrera
de Publicidad y Relaciones Públicas, FCAS UV

Para algunos, el futbol ha comenzado a perder su espíritu. El miedo a ser eclipsado bajo una rechifla, una mentada de madre, una falta que nos haga acariciar el suelo, o el simple regaño de los compañeros de equipo.

Aún existe un lugar donde la gambeta, el estilo, la fuerza y la habilidad, son el punto principal girando irónicamente, sobre un balón. Bienvenidos al asfalto.

Aquí la pasión manda, el tacón, el sombrerito y el cañito, se unen a un sinfín de burlas y risas de todos los asistentes; unos que van por diversión, por hacer algo de ejercicio o por bajar las chelas, se juntan en calles olvidadas, en potreros escasos ya de lluvia, o en algunas canchas que alguna vez tuvieron a los grandes de hoy.

No existen colores: al gol camisa, y puto el que le vaya al América, reputísimo el que le vaya al América.

Esto es futbol, la canción más movida, la más cadenciosa, la que se toca como batucada, como un tango, como un son jarocho; la que te deleita y entra como estimulante al cuerpo, como la mejor canción.

Y por eso no entiendo a aquellos que viven con el reloj en contra, con el 1-0 y todos colgados del travesaño, de robar minutos, insultar, esconderse, de vivir sin magia, sin futbol.

Si algo amo de este deporte, es su falta de elitismo. Aquí no importa tu color de piel, tu raza, tu religión, mucho menos si tus tenis son azules, rojos, negros y mucho menos si costaron el equivalente de la quincena, o un quinto de ésta en el mercado popular. La gente observa cuidadosamente los movimientos, las gambetas, la actitud, y al final, ricos y pobres, blancos, amarillos, pelirrojos o negros, gritamos igual, gritamos todos, ¡Gol! ¿Quién lo metió? Juan, Pedro o José, no importa si fue el albañil, el chofer o el patrón.

Aquí el sudor arde, en cada raspón que nace cada vez que se hizo tocar el cemento, las caricias del rival se vuelven dolorosos codazos y pisotones, pero también se vuelven estímulos, de entonces decidir sembrarlo de nuevo, mostrar cada habilidad en movimientos tan ligeros y sutiles como el viento, de expandir la mente y sentir como cada finta cantada, se suena a la barra de cualquier estadio, a ese aguante y empuje que se vuelven adictivos, haciendo que cada caño, te exija uno nuevo.

Por eso aquí el miedo no sirve porque, al final, te darás cuenta que el futbol y la vida, son la misma cosa.