Año 8 • No. 292 • Diciembre 3 de 2007
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


 Centrales

 General


 Entrevista

 Regiones

 Becas y  oportunidades

 
Arte

 Deportes


 Contraportada


 Números  Anteriores


 Créditos



 

 

 
Entrevista con Carlos Monsiváis
Soy feliz cuando no me lo propongo, por eso ya no me propongo ser feliz

Edgar Onofre
Octavio Paz dijo alguna vez que Monsiváis es un cortador de cabezas. Y se cuenta que el Nobel mexicano pudo sentirlo en carne propia: justo cuando se quejaba de que la izquierda no quería debatir con él, tuvo un intenso debate por escrito con Monsiváis que se prolongó por varias semanas –“no seré yo quien diga la penúltima palabra”, se dice que vaticinó el autor de Días de Guardar– y culminó con el repliegue de don Octavio a su laberinto.

Carlos Monsiváis se asume como periodista y sólo se reconoce escritor porque el público así lo asume. Es uno de los grandes amigos del escritor Sergio Pitol y, ha dicho el propio Premio Cervantes 2005, fue y es siempre el primer lector de todo cuanto escribe el veracruzano. Actualmente es considerado el escritor más influyente de nuestro país y su inteligencia, mordacidad, ironía, erudición, etcétera, han dado lugar a anécdotas increíbles que se magnifican en corrillos de lectores hasta alcanzar proporciones épicas.
Además, se dice posee el don de la ubicuidad. Se recuerdan sus actuaciones como Santa Claus en la película Los Caifanes o como El Sabio Monsiváis en Chanoc, además de alguna intervención en la telenovela Nada Personal. Da la impresión de que ha escrito todo sobre las manifestaciones culturales más populares del país y los momentos políticos más importantes de los años recientes.

Algunos de sus temas han sido las manifestaciones, intérpretes y compositores de música popular en México (como boleros, danzones y Agustín Lara), el Tianguis del Chopo o el niño Fidencio, otros cronistas mexicanos: Novo, Scherer, Gabriel Vargas, Revueltas, otros escritores mexicanos como Poniatowska, Paz y Novo, y el cuento en México.

Semanalmente destaza a los políticos declarantes en su columna Por mi madre, bohemios. Ha analizado a los fotógrafos y pintores mexicanos, escribió un libro de cuentos: Nuevo catecismo para indios remisos, y tiene una colección de grabados originales tanto del siglo pasado como actuales. También colecciona figuritas y máscaras de luchadores –“es coleccionista de colecciones”, según El Fisgón– y es un cinéfilo irredimible.

Pero nunca ha dicho mucho sobre él mismo.

Se dice y acepta que usted está dotado con el don de la ubicuidad. Habiéndose presentado en los foros literarios más importantes, en los debates políticos más intensos de México y también en programas de televisión como los que condujeron César Costa, Rebeca De Alba, Jorge “el Burro” Van Rankin o Facundo, ¿resulta verdadera esta cualidad y qué opinión le merece que se le atribuya?
A lo que usted llama ubicuidad yo le llamo debilidad de carácter o, si se quiere, curiosidad por saber cómo se llevará a cabo el torneo de falsas preguntas y falsas respuestas.

Asistir a programas de televisión o de radio, a simposios, debates, mesas redondas, conferencias, congresos, cocteles con intercambio de puntos de vista, coloquios en pasillos y elevadores, etcétera, no es señal de ubicuidad, insisto, sino de constancia en el ejercicio de la opinión, algo no del orden cualitativo sino cuantitativo.

Antes, la frecuencia de los encuentros no permitía sino la tristeza de la escasa frecuentación; ahora, a la vida intelectual nos asomamos a partir de las legiones en ese vagón de metro de los encuentros ponencia en mano.
 
Con frecuencia, los foros donde usted se presenta se ven abarrotados por el público. ¿Cómo explica este cariño (o popularidad) entre los lectores y qué le significa?
El público es generoso y asistencial. No creo un mero juego de palabras hablar de una “asistencia asistencial”. Me oyen de modo cortés, y eso que usted llama popularidad yo lo tomo como el deseo de que al terminar mi intervención la melancolía se circunscriba a lo que dije, no a las expresiones de incredulidad que rodearon lo que dije. Dicho sea de paso, me niego a reconocerme en sus preguntas para no caer en la tentación de ir a registrar mi candidatura para presidente del IFE.
 
¿Se ha transformado usted en un fenómeno de la cultura popular? Y, en su caso, ¿cómo explicaría Monsiváis el fenómeno Monsiváis?
Eso es completamente exagerado, a tal punto que como no puedo dar por concluida la entrevista, doy por concluido mi apellido, con lo cual el fenómeno será anónimo.
 
¿Se puede considerar que, en su caso, el autor rebasó a su propia obra? Es decir, ¿se le admira más de lo que se lee su obra?
No he rebasado mi obra, ni siquiera he podido localizarla. Por lo demás, no hay autor en países donde se lee poco que no sean más conocidos, si es que eso sucede, que lo que escriben. Quizá la gran excepción sea Juan Rulfo.

A todos nos toca el momento en que personas bien intencionadas nos encuentran y nos dicen: “Yo no lo he leído pero me dijeron que sus acuarelas son muy bonitas”. Y, por lo demás, la admiración suele ser de pronto un canje perfecto: “No te leo pero te admiro”, lo que siempre es mejor a que digan: “No te admiro pero te leo”.

Cuando se habla sobre la inteligencia de Monsiváis, se suele comentar que es capaz de hacer palidecer con sus conocimientos en, por ejemplo, termodinámica al mayor especialista en esta materia, ¿considera que su inteligencia se ha convertido en una leyenda y qué opina acerca de que se opine sobre su propia capacidad?
La pregunta es una trampa de primer orden. Si la tomo en serio, tengo que admitir que no sé una palabra de termodinámica y que además todas las cosas de las que no sé una palabra constituyen uno de los mayores ahorros lingüísticos de que tengo noticia. Todas las palabras que no pronuncio por ignorancia podrían presentarse como candidatas a Torre de Babel.

Mi inteligencia es una leyenda que ojalá siga siéndolo para ocultar la penosa realidad. Y, por favor, ya no haga preguntas generosas que me precipitan en el torbellino de la autocrítica. Mejor dígame: “¿Se considera más inteligente que Vicente Fox? ¿Se contradice menos que Felipe Calderón?”. Allí sí me da oportunidades.
 
Acerca de la ironía como expresión de la inteligencia: ¿Por qué le resulta atractivo ejercitarla?
No sé si mi estilo es genuinamente irónico. Es imposible que uno califique sus procedimientos con objetividad. A lo mejor me quiero hacer el mordaz, a lo mejor de tanto que me han dicho “irónico” me lo he creído, a lo mejor la ironía es una manera de huir de la cursilería, a lo mejor uno es irónico sin darse cuenta, y cuando quiere serlo es profundamente solemne.
 
Monsiváis es un escritor-periodista al que pocas veces se ataca, salvo los lujos que pudo permitirse, por ejemplo, Carlos Abascal. ¿Es una cuestión de profundo respeto o muchos le tienen miedo?
No sabría que contestar. Ataques sí recibo, algunos gratuitos, otros justificados, otros rituales. Eso es natural y no es materia de sobresaltos.
Carlos Abascal, por ejemplo, luego de que yo aludí a su “púlpito virtual”, me acusó de fundamentalista, y ejerció su derecho a la crítica, pero no se bajó de su púlpito con lo cual el ataque sonaba a excomunión. No sé nada en materia de respetos o miedos. Eso no me toca juzgarlo, porque todos tendemos a confundir el tedio con el miedo y el respeto con la indiferencia. Esta vez dije todos y no me asilé en la autocrítica.

¿Podemos considerarle un excéntrico? ¿Tal vez como un personaje de Pitol que lo sabe todo antes que los demás o, por lo menos, todo mundo considera que lo sabe todo?
Como un excéntrico sí. Vivo con 12 gatos y cerca de 30 mil libros. Como eso no es nada común, supongo que sí incurro en la excentricidad. En cuanto a personaje de Sergio Pitol, lo soy, pero no por la sabiduría, sino porque siempre comparto con el testigo principal (Pitol) la llegada de lo infrecuente al restaurante en la Varsovia, la Córdoba, Veracruz, o la Constantinopla de la virtualidad.

Otras razones para considerarme algo excéntrico: detesto las corridas de toros y la crueldad contra los seres vivos, no manejo, no tengo tarjeta de crédito, nunca he tomado tequila y no amo a México con la intensidad suficiente como para usar esa pasión cada que me entrevistan.

Se sabe de la importancia que el cine y la literatura tienen en su vida, ¿cómo llegó a ellos y qué le motivó a serles fiel hasta ahora?
Al cine y la literatura, en tanto procesos generacionales, llegué al mismo tiempo. Era lo natural: uno leía y se sumergía en los cines de barrio a ver tres películas por un peso. La mayoría eran malísimas pero la acumulación de imágenes tenía que ver con la formación de una cinefilia poderosa, vista siempre desde la perspectiva literaria. Los jóvenes ahora ven el cine desde la tradición fílmica. No fue mi caso: una comedia me parecía la sucesión de imágenes y frases que cobraban su pleno sentido si las interpretaba como episodios de Mark Twain o de Evelyn Waugh.

Después de años de lectura, ¿cuáles son los autores que más ha apreciado en su vida? Y, dada esta lista, ¿de qué tipo de lector nos hablan sus preferencias literarias?
El libro más importante en mi vida es la Biblia, no por consideraciones de creyente a ultranza, sino por la formación literaria, mitológica, de intercambios entre la crueldad y la generosidad del Antiguo y Nuevo Testamento. Otros autores inevitables, citados en desorden: Shakespeare, Dickens, George Eliot, Jane Austen, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Borges, Paz, Lezama Lima, Oscar Wilde, Christopher Isherwood, W. H. Auden, Monterroso, Cervantes, Quevedo, Pérez Galdós... Todos ellos hablan de un lector, simplemente un lector que sí cree que hay tal cosa como la literatura de excepción.

Hablando sobre nuestro país, ¿considera que se han puesto de a peso los cocoles? ¿Vivimos una etapa crítica en la historia de México?
Podría citar el principio de Historia de dos ciudades de Dickens y hablar del peor de los tiempos y el mejor de los tiempos, pero prefiero reconocer que la medida del agotamiento de los recursos naturales, de la desesperación de las clases populares, del desempleo como marca de Caín, de la impunidad y la estupidez de la derecha y el resto de la clase gobernante, del modo abyecto con que se ganan las elecciones, etcétera, muestra que sí vivimos una etapa muy crítica, por estar marcada como nunca por la impotencia de las mayorías.
 
A propósito, ¿qué sentimientos le inspira nuestro país?
Como país no me inspira sentimiento alguno porque decir “amo a México” es decir nada, lo enorme no permite siquiera una mirada de conjunto; me adhiero al excelente poema de José Emilio Pacheco “Alta traición” (No amo mi patria/ Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ (y tres o cuatro ríos)/ N. de la R.) Como conjunto de sociedades doblegadas y traicionadas me inspira un gran sentimiento de solidaridad.

Según comentó Pitol en una entrevista que usted mismo le realizó y que se publicó en El País, usted lleva más de 50 años militando en la oposición. ¿A qué se debe su militancia en el contrapoder y cómo hacer para no dejarse llevar por la desesperanza y la apatía?
No sé si el término preciso es “militancia”. Más bien, a veces me describo como activista. Y lo soy porque, según creo, la motivación ética es indispensable en el trabajo intelectual o literario.

La desesperanza es inevitable, pero también lo es continuar como si la desesperanza no existiera o no fuera el gran elemento inhibitorio. La apatía es la forma menos conspicua de la pereza, y los apáticos al final del día son metáforas agotadas o algo así.

No me elogio por mi condición de activista, pero sé que es lo que me toca en el momento del supuesto auge de la derecha, de la corrupción y de la mentira.

¿Todavía es posible aspirar a la felicidad?
Aspirar a la felicidad es una empresa condenada al fracaso, es como aspirar al delirio. Se puede ser feliz, y se es feliz a momentos aun en medio de circunstancias atroces. Yo soy feliz cuando no me lo propongo, y por eso, como técnica de autoengaño, ya no me propongo ser feliz.

Finalmente, ¿qué le significa en lo personal el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Veracruzana?
Le digo rápidamente algunas de mis reacciones: control de los daños que causa la modestia, alegría que no se asoma a la ventana para no perder fama de indiferente, gusto por pertenecer una vez más a la Universidad Veracruzana, agradecimiento genuino y ocultamiento del rubor.