Año 8  • No. 300 • Febrero 25 de 2008 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


 Centrales

 General

 Reportaje

 Fotografía

 Regiones

 Becas y  oportunidades


 Arte

 Deportes
 
 Contraportada

 


 Números Anteriores


Créditos

 

 

 

  Te juro
Emilio
Palabras pronunciadas por María Rojo en ocasión del homenaje a Emilio Carballido, efectuado en el Teatro Wilberto Cantón el 29 de junio de 2005

De entrada te juro, Emilio, que no te admiro; te venero. Con esto, ya entrados en materia, puedo hablar de mi Emilio, de mi Carballido, y como no soy crítica teatral ni literaria, voy a hacerlo como actriz que ha leído, visto y soñado con tus obras.

Además, qué caso tendría hacerlo de otra manera, si aquí hay prominentes personajes más que calificados para hablar de tu prolífico y extraordinario trabajo literario.

Desde que te conozco, me ha sucedido contigo lo que al protagonista de El tren que corría, esa novela construida para que las palabras fluyan con los personajes y los hace volar mientras el lector le apuesta al desenlace feliz, cualquiera que sea; así, hemos estado en las mismas estaciones, casi al mismo tiempo, pero te juro, Emilio, que los desencuentros magnifican las coincidencias, favorecen que los caminos se crucen y se aparten, pero no necesariamente significa que no viajemos juntos, y te juro Emilio que en infinidad de ocasiones estuvimos a punto de trabajar en proyectos que nos reunirían, pero invariablemente ha surgido una de esas apariciones perturbadoras que brotan del oscuro inframundo pero que simple y sencillamente tienen que ver con el reino de este mundo, como ocurre en tu novela Las visitaciones del diablo.

Te juro Emilio, y no quiero sonar melodramática, que lo nuestro no ha podido ser, aunque suene a bolero. Esos desencuentros que acabo de mencionar tienen mucho que ver con decisiones francamente trascendentales que he tomado en mi vida, como mi paso por la Universidad Veracruzana.

Cuando vi Rosalba y los Llaveros, yo quería ser Rosalba; cuando vi el estreno de Yo también hablo de la Rosa, bueno, yo también quería hacer el personaje que hacía Angelina, pero comprendí que una rosa es una flor y un laberinto.

El caso es que te juro, Emilio, que a pesar de mis mudanzas de casa y de marido, siempre he llevado un libro firmado por ti, que heredé, como tú bien sabes, y que así de un salón de tercero de primaria pasó a mi errante biblioteca para permitirme siempre tenerte en mente a través del travieso muñeco-niño Pinocho, que alentó probablemente tus primeras lecturas infantiles.

Tuve cerca la oportunidad de estrenar Rosa de dos aromas; no pude hacerlo porque estaba rodando una película. Después, para desgracia mía, con una de tus obras que más admiro, Conversación en las ruinas, algo extraño pasó, pues aunada mi inseguridad a tu mucha certeza, fue imposible que llegara yo al estreno, aunque sé que hasta el último de mis días llevaré escondida y arropada a mi entrañable Nena Natalia. Aunque hay que decir que no todo ha sido tristeza: dos veces, dos, tuve la felicidad de encarnar en teleteatro al principal personaje femenino de Felicidad, tarareando Perfidia en la banca de un parque, mientras el Profesor me lee su fatídico acróstico.

Te juro Emilio que haces posible lo imposible. En la magnífica puesta en escena de “Fotografía en la playa”, actores y público nos mojamos los pies con las olas del mar, cargando como lápidas a nuestras familias tan previsibles como insustituibles y queridas, todos observando un océano donde el horizonte predice silencios más importantes que las palabras. En esta reflexión uno bien puede retomar esa expresión que define nuestra existencia: Tanta vida, y jamás...

Luego, cuando iba a trabajar en la película Escrito en el cuerpo de la noche, nomás no se pudo, porque la filmación comenzaba al día siguiente de mi toma de posesión como Jefa Delegacional en Coyoacán.

Cuando vi Te juro Juana, te juro Emilio que también yo hubiera querido enseñar la punta‘elpié, la rodilla, la pantorrilla y el peroné. Te juro, Emilio, que nadie como tú para crear esos grandes personajes femeninos del teatro mexicano. Como ejemplo cito también a La prisionera, cuya placa me invitaste a develar. Te juro, Emilio, que me daban ganas de pegarte para no ponerme a sollozar. El caso es que me dolía todo, desde la matriz hasta las uñas; será porque las mujeres siempre nos sentimos culpables de todo y por todo, como le sucede a tu heroína, que sale del faro exitosa, para construir, soportar y sobrevivir al mundo real, consiguiendo en un hipotético país latinoamericano el voto para las mujeres, dejando tras de sí a su carcelera, convertida en presa de su propia condición y circunstancia.

Hace mucho tiempo que en el desaparecido Teatro Reforma vi lo que para mí es una de las mejores obras del teatro universal contemporáneo, Orinoco, homenaje a dos grandes actrices; a cualquier actriz, diría, que en el presente o en el futuro tenga el privilegio de interpretarla. Enamorado de tu Fifí y de tu Mina en éste su postrer viaje por el Orinoco, les reservaste esta travesía onírica y lúdica a la vez, seguras ellas de que atracarán en el lugar soñado para, en el peor de los casos, ser violadas por un marinero borracho. Porque como dices en tu Tren que corría, cito textualmente, “para al final reconocer de modo implícito que no hay meta, lo importante como en la vida misma, no es el término, sino la animación del viaje”.

Bueno, Emilio, cuando la vi, me pareció que nunca iba a tener la edad para interpretarlas, pero finalmente resultó bien fácil, sólo me dediqué a cumplir años, tantos que casi me paso. Y hace relativamente poco tiempo ensayé Orinoco por todo un mes, pero mejor ya ni te cuento lo que me pasó. ¡Pero te juro, Emilio, que he de interpretar a Mina, o muero en el intento!

El mejor homenaje para ti y para todos nosotros sería, te lo juro, Emilio, que se contara con una sala de repertorio donde pudieran verse tus obras con regularidad, pues son ya clásicos de la dramaturgia mexicana.

Te juro, Emilio, que cada vez que leo la frase “La Patria es primero” en el frontispicio (palabra horrible, ésta) de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, recuerdo el monólogo de Tu Patria, que a la letra dice: “Para mí la Patria es mi cielo y mi tierra que se pueblan con jinetes desaforados, con procesiones a la virgen, con viejas que beben pulque, con danzantes y bordadoras, mecánicos, lacayos, estudiantes, campesinos, con el estrépito fragoroso de hambres e ideas de leyes y credos en pugna...”

Esta Patria es tan sentida y profunda como todo lo que reflejas en cada una de tus obras y de tus personajes.

Y por último, con esa libertad que me he tomado como actriz para hablar de ti y de esa obra infinita tuya, me doy el lujo de decirte que te juro, Emilio, te lo juro de verdad, que eres el dramaturgo mexicano más grande de todos los tiempos.
Muchas gracias.