Para
Elisa Villar Cuando
se habla del primer cine mexicano hecho por mujeres, el referente
inmediato es Mimi Derba (La tigresa, 1917) y Adela Sequeiro, la
única cineasta que hizo películas en la década
de los treinta: La mujer de nadie (1937) y Diablillos del arrabal
(1938).
Además de la italiana María Cantori (Thais, 1921)
y la yucateca Cándida Beltrán Rendón (El secreto
de la abuela, 1928), habría que mencionar a dos pioneras
más procedentes del puerto de Veracruz (la Sequeiro había
nacido ahí en 1921) y que dan cuenta de su labor como fotógrafas
y directoras de cortometrajes en los veinte, una década no
muy venturosa para el cine nacional si consideramos que arrancó
1921 con 14 largometrajes de ficción y finalizó 1929
con sólo tres.
Las hermanas Dolores y Adriana Elhers nacieron a principios del
siglo pasado (la primera en 1903) y desde muy jóvenes mostraron
interés por las imágenes impresas. En 1914 levantaron
un taller de fotografía en el puerto jarocho y un año
después, seguramente por los retratos hechos a Venustiano
Carranza, éste las apoya con una beca a Estados Unidos donde
profundizan sus conocimientos fotográficos. Además
de Boston y Washington, conocieron los Estudios Universal de Nueva
York.
Al regresar a México en 1919, su interés en la comercialización
las convierte en las representantes de la compañía
de proyectores Nicholas Power e inician dos actividades en paralelo:
la censura fílmica oficial y la producción de cortometrajes
a través del primer laboratorio fílmico gubernamental.
En buena medida estuvieron vinculadas con la creación del
Reglamento y el Departamento de Censura que dependían de
la Secretaría de Gobernación. Con mano dura limitaban
la importación y exportación de las “imágenes
miserables y denigrantes de México”, eran responsables
de la autorización del material de exhibición e impusieron
un impuesto a los alquiladores y los dueños de los cines,
causando la protesta e irritación del gremio cinematográfico.
Ciertamente, éste no fue el rostro amable de las Elhers,
sino el que mostraron en una producción fílmica de
la que sabemos por las investigaciones del periodo silente hechas
por Gabriel Ramírez, Aurelio de los Reyes y Emilio García
Riera. Entre 1920 y 1921 hicieron Un paseo en tranvía en
la Ciudad de México, El agua potable en la Ciudad de México,
La industria del petróleo, Las pirámides de Teotihuacan,
Museo de Arqueología, Servicio postal en la Ciudad de México
y Real España vs. Real Madrid. Además, crearon su
propio noticiero denominado Elhers, el cual no prosperó por
mucho tiempo al arribar el cine sonoro.
Ambas demostraron carácter para fijar un modelo de control
que la Secretaría de Gobernación impondría
por décadas para determinar lo que el público mexicano
debía o no ver en la pantalla grande. Parecería contradictorio
observar, por otro lado, una labor enjundiosa en el diseño
de las imágenes en un país que empezaba a esbozar
esquemas temáticos y estereotipos que en los treinta darían
fortaleza a una industria.
El pasado 13 de febrero se cumplieron 25 años de la muerte
de Dolores Elhers. Si bien su labor fílmica termina en 1929,
a continuación se traslada a Guadalajara donde radicaría
con su hermana. Su siguiente tarea fue la escritura poética,
cuya dedicación vehemente le valió la publicación
de varios libros.
Valga esta mención incipiente para recordar a dos veracruzanas
que con su trabajo pusieron de relieve la mano de obra femenina
en una industria que por décadas se resistió a admitir
en sus filas a otro género que no fuera el masculino. Tan
sólo recordemos las batallas de Matilde Landeta para cuajar
sus proyectos mucho tiempo después: Lola Casanova, 1948;
La negra Angustias, 1949; Trotacalles, 1951. |