Año 8  • No. 303 • Abril 2 de 2008 Xalapa • Veracruz • México
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  No quiero dormir solo, de lo mejor
de la 49 Muestra Internacional de Cine
Roberto Ortiz Escobar

No obstante ser golpeado por unos vivales y con la dificultad del idioma por ser emigrante chino desembarcado en Kuala Lumpur, Malasia, el joven Hsiao Kang (Lee Kang-sheng) vive un proceso vertiginoso de lumpenización aunque sobrevive a través de la sensualidad ofrendando apapacho corporal a tres seres: una mujer madura, una mesera y un homosexual que lo lleva a su aposento después de la tunda recibida.

Con un ritmo lento e imágenes de aliento poético, el director nos muestra a los marginados de la globalización sin anteponer una visión realista o de conmiseración. Da por sentado las condiciones de pobreza pero plantea que en medio de tanta penuria material existe aún la posibilidad de relajamiento y consuelo.

Y esto se da por la vía de la seducción, la cachondería, el agradecimiento, la generosidad y el placer sexual. Podrán tener poco o nada los seres aludidos desde el punto de vista material; sin embargo, mantienen el disfrute de sus cuerpos con los otros.

Curiosamente dos hombres atraviesan situaciones terribles pero sobreviven de una u otra forma. Por un lado un joven en estado vegetativo cuidado por la chica y por el otro el emigrante que después de ser golpeado será atendido pacientemente por el homosexual hasta lograr su recuperación.

El primero se identifica con la parálisis y la imposibilidad de comunicación aunque del lado femenino se brinde atención oportuna (limpia del cuerpo y ventilación frente a una extraña invasión de niebla citadina). El segundo, no obstante la agresión recibida, logra rescatarse compartiendo su cuerpo con los demás.

Difícilmente podría brindar bienes materiales, a no ser las chafas ramitas iluminadas regaladas a la joven, las cuales adquieren un carácter de alegría y belleza en medio de la hediondez barriobajera en que viven los cuatro.

Pero si bien los tres se acercan a Hsiao, la comunicación no se da verbalmente sino a través de la mirada, los gestos y el cuerpo como vehículo seductor.

También el agua cobra presencia como elemento vital a cada momento, aún siendo líquido estancado en una construcción abandonada donde una mariposa lucha por sobrevivir aprendiendo a volar mientras Hsiao mantiene una caña en el agua simulando que pesca.

El cuerpo cobra relevancia cuando vemos el masaje de la chica al muchacho enfermo o la limpia cuidadosa y esmerada del homosexual al emigrante. Estamos ante otro manejo y sentido de los miembros corporales, los cuales requieren de un colchón mugroso y pulguiento vuelto aposento amable para cada uno de los personajes.

No importa que se trajine continuamente con éste objeto si va a convertirse en el soporte del descanso, el deseo, el faje y la consumación amorosa. La serena y hermosa escena final con música de Candilejas pero letra diferente a la original de Charles Chaplin, da cuenta de un trío amoroso que descansa a gusto a pesar de la marginalidad socioeconómica evidente. Es en el sueño donde estos seres marginales deleitan su paraíso, de antemano perdido en la realidad concreta.

El siempre propositivo director de Los rebeldes del dos neón y El río (Tsai Ming-liang) nos ofrece de nueva cuenta un entorno en franco deterioro como referente del caos contemporáneo. Sin embargo, elude cualquier salida fácil identificada con la denuncia social o la condescendencia melodramática. Lo hace al lado de su actor fetiche, quien también ha sorprendido gratamente como director
(Lee Kang-sheng).