De ella
se decía que tenía “los andares de una leona
enjaulada, el instinto de una loba, y la voracidad de una araña
viuda negra”. Y no podía ser de otra manera en el caso
de una profesión actoral donde nunca fue el prototipo de
la mujer hermosa con cuerpo voluptuoso y tentador. Su ronca voz
y los nerviosos movimientos corporales los utilizó a la perfección
en una prolongada carrera donde el talento se impuso convirtiéndola
en favorita del público y de la academia hollywoodense (si
bien ganó dos oscares, fue nominada ocho veces más).
Me refiero a Bette Davis, nacida en Massachusetts en 1908, lo que
quiere decir que durante este año se conmemora el centenario
de su nacimiento. Siendo joven estudió ballet y arte dramático
y a los 21 años debutó en Broadway. A principios de
los treinta la productora Universal la integró al cine e
inmediatamente la Warner la contrató iniciando una trayectoria
que la hizo estrella por dos décadas.
Aún se recuerda su personaje de Charlotte Vale, apuesta denodada
por la independencia femenina (Lágrimas de antaño,
1952), pero también se conservan las interpretaciones donde
destilaba veneno puro, como la feroz Regina de La carta (1940) o
la arpía Leslie de La loba (1941).
Como toda actriz dependiente de los intereses de la industria cinematográfica,
el paso de los años le empezó a cobrar la factura,
no tanto porque no pudiera enfrentar otros retos, sino porque las
nuevas modalidades de producción dejaron en segundo plano
a veteranos que antaño ocupaban roles principales, y que
ahora se veían sustituidos por rostros y cuerpos juveniles.
En 1950, cuando tenía 42 años, Bette Davis estaba
en crisis matrimonial y la Meca del cine no estaba dispuesta a seguir
soportando sus desplantes temperamentales. Por petición del
productor Darryl F. Zanuck, debió plegarse y sustituir a
Claudette Colbert en el proyecto de Joseph L. Mankiewicz denominado
Al About Eve, titulado en México La malvada.
El resultado fue el resurgimiento de su carrera interpretando a
una actriz teatral inspirada a su vez en la diva Tallulah Bankhead.
Si bien el elenco fue sorprendente y el argumento se convirtió
en un fresco portentoso del mundo teatral con sus recovecos y simulacros
que devienen del eficaz uso de la máscara, la Davis asumió
con aplomo un papel que abordaba la declinación de una estrella
y que por lo tanto repercutía en sus temores personales sobre
el paso de los años y el lastre que profesionalmente supone
el envejecimiento.
En un duelo actoral soberbio, la vigorosa Margo Channing (Bette
Davis) se enfrentaba a la trepadora profesional Eva Harrington (Anne
Baxter).
12 años después la actriz enfrentaba con mayor agudeza
el peso de la edad, a tal punto que se vio orillada a publicar el
siguiente anuncio en la revista “Variety”: “Madre
de tres hijos, divorciada, de nacionalidad americana, con 30 años
como actriz de cine, todavía más amable de lo que
pretende el rumor público, busca empleo estable en Hollywood.
Conoce ya Broadway. Inmejorables referencias”.
El resultado fue su contratación por parte de Robert Aldrich
en ¿Qué pasó con Baby Jane? (1962), uno de
los proyectos de mayor crueldad que nos haya dado el cine como espejo
de la decrepitud de sus estrellas, asumido por dos veteranas cuyo
histrionismo rayaba en la mueca patética.
El duelo en esta ocasión fue entre la Davis y Joan Crawford
como dos hermanas que vivieron glorias efímeras de la actuación.
El resultado fue la revaloración de ambas actrices, quienes
serían llamadas de nueva cuenta, pero no propiamente para
papeles exquisitos y de glamur sino para nutrir las nuevas tendencias
del cine de terror.
Dentro del ciclo “Rostros femeninos” que proyecta el
Departamento de Cinematografía en el Aula Clavijero de Juárez
55, el día de hoy se presenta La malvada y el miércoles
14 ¿Qué pasó con Baby Jane? en horario de 18:00
horas. La entrada es gratuita. |